Novela, poesía y biografías a toro pasado.
Últimamente se me hace muy cuesta arriba leer novelas. Lo
digo con pena ya que estoy convencido de que esta imposibilidad mía se debe al
inexorable paso del tiempo. Me estoy haciendo viejo. Mi inclinación por la
ficción ha disminuido muchísimo. Supongo que, por tener más pasado que futuro,
necesito aferrarme a las cosas reales. Desde un tiempo a esta parte las novelas
se me caen de las manos con una prontitud sorprendente. Y eso que siempre
intento leer novelas prestigiosas. Me refiero a autores muy conocidos no a autores
experimentales y sintácticos.
Para cerciorarme de que esta incapacidad mía era fruto del
paso del tiempo, me puse a leer novelas muy malas pero de mucho éxito. El resultado
fue muy parecido. Tardaba un poco más, eso sí, en dejarlas inacabadas pero, en
vez de devorarlas como hace todo el mundo, las masticaba cansinamente como si
me faltaran los dientes. Hasta que empecé a abandonarlas. El aburrimiento era
muy superior a mi sentido de culpa.

Por eso pienso que lo mío, más que una cosa personal, es
algo propio de la edad. Lo pude comprobar cuando vencí mi pudor y lo hablé con
mis amigos ilustrados. (Afortunadamente también tengo otros amigos no ilustrados con
los que hablo de fútbol y juego al ping-pong). Temía yo que esta impotencia como
lector de novelas fuera trasunto de otra más íntima que se cernía sobre mí. Así
que interrogué finamente a mis amigos ilustrados y no obtuve una respuesta
clara. También pregunté, por supuesto, a
mis amigos no ilustrados sobre la relación entre sexualidad y deporte y tampoco
llegué a una conclusión meridiana. Así que
abandoné definitivamente la lectura del último bestseller y me fui a jugar al
ping pong.
El mundo femenino es otro mundo. Nada que ver con el mundo
macho. La mujer tiene una relación mucho más íntima con la palabra. Le encantan
los culebrones larguísimos y las novelas rosas con cientos de páginas. Es más,
tengo la intuición de que las novelas gordas se escriben sólo para mujeres y
para gente joven, con gran preferencia de mujeres. Mi hija veinteañera, por
ejemplo, es una devoradora insaciable de novelas gordas al igual que muchas
mujeres que veo cuando viajo en tren.
En lo referente al mundo homosexual sería muy interesante
comprobar si tiene las mismas tendencias lectoras que el mundo femenino. Me gustaría
muchísimo saberlo, pero mi pudor me impide preguntar a un joven que lee una
novela gorda en el tren si es homosexual. Por otro lado, los amigos
homosexuales que tengo son todos adictos a la moda y al gimnasio pero no a la
lectura.
Esto en cuanto a la novela. En cuanto a la poesía, lo primero que habría que
decir es que es muy minoritaria. Mi impresión
es que sólo leen poesía los poetas, las poetisas, algunos profesores de literatura
homosexuales, algunos profesores de literatura que son poetas pero no
homosexuales, más todos los homosexuales que son poetas y también profesores de
literatura y algún despistado como yo que, sin ser homosexual ni mujer ni poeta
ni profesor de literatura, leo poesía de vez en cuando. Mi impresión es que,
aunque parezca lo contrario, la poesía no gusta a la mujer.
Lo que le gusta a la mujer es que le escriban poesías, que
no es lo mismo. Lo ideal, desde el punto de vista de la inspiración del poeta,
es que la mujer sea culta, rica y bella.
En otro tiempo hubo mujeres muy ricas e ilustradas que
disponían de una corte de poetas que le escribían poemas amorosos a granel. Hablaban
francés y disponían de amplios salones para que cupieran todos los poetas
amorosos, lo cual no significa que les gustara la poesía. Lo que les gustaba de
verdad era tener una retahíla de rendidos amantes aunque fueran poetas.
Un poeta jamás debería escribir un poema de amor a una
mujer fea, inculta y pobre, a menos que esté ciego o completamente loco. Para
que un poeta dedique un poema de amor a una mujer fea, inculta y pobre, el
poeta deberá tener menos de doce años, la amada no más de catorce y ser un amor
a primera vista, es decir, ciego.
En este apartado no puedo incluir, por desgracia, la poesía
amorosa producida por el poeta menor de doce años cuando se enamora de su
profesora de literatura. Aunque ésta bien pudiera ser fea, indudablemente tiene
más de catorce años, es culta y, gracias a Dios, ya no es pobre. De todo ello
se deduce que no hay nada que objetar al hecho de que una mujer tenga un montón
de poetas amorosos aunque sean malos.
Si yo fuera rico, además de rodearme de todos los lujos posibles,
hablaría francés y tendría una corte de admiradoras que me dedicarían poemas
amorosos. La única diferencia es que mis criterios sobre el amor serían más
amplios. Admitiría de buena gana poemas pornográficos muy guarros.
Como desgraciadamente no soy rico ni mujer y las novelas se
me caen de las manos, he llegado a la conclusión de que lo único que puedo leer
es poesía pornográfica y biografías, que es un género que, en principio, no
admite la ficción descarada.
Hay muchos tipos de biografías. Las biografías que más me
gustan son las que comienzan por un cúmulo de fracasos y acaban en un sonoro
éxito. Son las biografías ascendentes. Las llamo así porque es como si uno
subiera por una montaña de fracasos hasta llegar a la cumbre del éxito al
atardecer y respirando a pleno pulmón. He leído muchas biografías de personajes
ascendentes y todos hablan de lo bien que les vinieron los fracasos iniciales
para endurecerse y coger carrerilla. Son biografías
a toro pasado porque transmiten la conmovedora impresión de que la vida
tiene sentido.
Las biografías a
toro pasado son ejemplares y muy
reconfortantes. Satisface mucho ver las numerosas incomprensiones y zancadillas
que sufrió el biografiado antes de que su obra fuera reconocida. Además el
fulano suele decir que lo que más importó en su vida no fue la suerte o haber
sido muy guapo o muy rico o haber tenido pocos escrúpulos o haber sido un
lumbreras, sino haber persistido sin desmayo en lo que uno creía. Mi alegría no
tiene límites cuando oigo lo de creer, porque
eso me da alas de esperanza en que yo, un día en que crea mucho en mí, alcanzaré
mis sueños.
Es evidente que hay oficios más proclives a experimentar
cambios radicales. Piénsese en la abismal diferencia entre albañil o barrendero.
Es mucho más fácil que un albañil promocione a promotor inmobiliario,
presidente de un club de fútbol y, más tarde, a alcalde corrupto que no un
barrendero…