miércoles, 29 de junio de 2011

TEORÍA GENERAL DE LA BURBUJA.



La burbuja es una porción de vacío finamente envuelto por una delgadísima membrana transparente que la hace volar hasta alturas inconcebibles. Bajo este punto de vista, guarda una estrecha relación con la física volátil, también llamada Euforia. El problema irresoluble de la burbuja es que, al subir tanto, el propio vacío segrega cristalizaciones de hielo en forma de aguja que irremisiblemente la hará explotar. La explosión de la burbuja es estudiada por la física gravitacional conocida como Depresión Profunda.
La economía, a pesar de sus continuas predicciones, no da una a derechas porque en el fondo es una seudociencia medieval especializada en estudiar el fenómeno de la burbuja a toro pasado, es decir, cuando ha explotado. Sus herramientas matemáticas, por mucho que se empeñe, en absoluto la eximen de una ceguera proverbial para atisbar el futuro, lo cual hace que el estallido de la burbuja siempre coja a sus augures con el pie cambiado y la profecía al revés.

martes, 28 de junio de 2011

GRECIA.



En el ágora alguien se acercó al filósofo y le dijo “Maestro, una palabra tuya bastará para sanarme”. El filósofo se dio la vuelta, encaró afablemente al demandante y le dijo: “Indígnate”.
Posdata: (Ahora, más que nunca, soy griego).

miércoles, 22 de junio de 2011

ARTE DE LA SEDUCCIÓN.


Darle al otro (o al público) lo que espera, confirmación, y también lo que no espera, sorpresa.

lunes, 20 de junio de 2011

DEL CONOCIMIENTO EN ESTOS TIEMPOS.


El sabio, principio de excelencia, es sustituido por el especialista, principio de excrecencia.
La sabiduría es centrípeta, la especialidad, centrífuga

viernes, 17 de junio de 2011

MANUAL POLÍTICO MUY BREVE.


Ley de la coherencia urbanística: El precio del suelo, por los suelos.
Comentario escueto: Eliminación de la especulación y de la corrupción.
Resultado rotundo: Fin de la democracia ladrillera

miércoles, 15 de junio de 2011

LEY ESTÉTICA II.


La elegancia es amiga del ritmo y enemiga de la prisa.

lunes, 13 de junio de 2011

SI YO FUERA RICO.MI AMIGO MANOLO.


...Trabajo viene de tripalium “tres palos” un instrumento de tortura que usaban los romanos, según me contó un día mi amigo Manolo, un profesor de latín bastante peculiar. Con tan sólo treinta años, no pensaba en otra cosa que en la lejana alegría que experimentaría al jubilarse. Manolo empezaba las clases perfectamente sentado con la espalda recta pegada al respaldo del sillón y poco a poco “iba deslizándose hacia el sinsentido” que estaba justo por debajo del nivel de la mesa, desapareciendo de la vista del alumnado quien permanecía callado para no despertarlo, cosa que él agradecía con un aprobado general.

Manolo era un tipo lúcido con una tendencia innata a la depresión que le producía “la conciencia dolorosa de no saberse rico y exento, por lo tanto, de dar un palo al agua”. De él también recuerdo su método para afrontar los estados depresivos. “Meterse en el interior de la depresión como si fuera el epicentro de un huracán y, para ello, nada mejor que leerse un buen tocho de fonética diacrónica latina o a algún filósofo alemán plúmbeo”

Manolo era un clásico redivivo de elegancia antigua como la de mi padre, sobre todo cuando caminaba por el pueblo con la gabardina perfectamente doblada y colocada sobre el hombro derecho. Jamás perdía la compostura a pesar de nuestras noches de alcohol y de irónicos sueños de grandeza.

El final de la noche lo cerrábamos con un ritual exacto como un guante. Nos íbamos a comprar un par de bollos de pan recién hecho tras dar unos aldabonazos en la puerta de la panadería y nos lo comíamos en los bancos de la plaza solitaria presidida por el ayuntamiento y el casino. Allí Manolo, mirando el pan como Cristo en la última cena de una película bíblica con actores henchidos de importancia histórica, declamaba en Latín eclesiástico lo del pan y el vino y, tras un silencio propiciado por el ringorrango del momento y también por la ebriedad de fondo, iniciaba un monólogo en latín macarrónico sobre lo que haría “si ego fossem opulentus…”

Uno de sus sueños recurrentes trataba de la venganza contra los banqueros que se dividía en venganza general y en venganza local. La venganza local se centraba exclusivamente en la figura poco agraciada del director de la sucursal bancaria de un pueblo de Jaén donde pasó su infancia. El director era conocido con el sobrenombre de “Marqués de Follapoco” y fue quien le negó un préstamo a su padre con el que hubiera emprendido la fabricación de una máquina agrícola de su invención que lo hubiera hecho riquísimo y que habría librado a su hijo único del “triste destino de hormiga”. Una vez rico del todo y para siempre “por braguetazo simple” Manolo, vestido de charro mexicano con un sombrero inmenso y subido a un elefante, encabezaba una caravana de mexicanos panchovillas, subidos a elefantes también, que entonaban delirantes corridos amenizados con los disparos de sus pistolones. Cuando tan estrafalaria comitiva, seguida por todo el pueblo, llegaba a la sucursal, Manolo exigía a grandes voces que saliera a recibirlo el distinguido marqués para que se extendiera cuan largo era y le sirviera de felpudo a él y a todo la retahíla de mexicanos alquilados que bailarían sobre su espalda con sus espuelas de plata. Nunca supe el porqué de la extraña mezcla de mexicanos y elefantes ni quién era la feliz depositaria del braguetazo ni por supuesto el significado de “braguetazo simple” aunque supongo que sería una licencia poética equivalente a “simple braguetazo” o simplemente “dando un braguetazo”. Mi amigo Manolo, poéticamente hablando, era un iceberg; clásico y sobrio en la parte visible y de un surrealismo desatado y violento en su parte oculta que sólo mostraba en condiciones de “supinam ebrietatem”...

El paroxismo lo alcanzaba con la venganza general donde citaba en su castillo uno por uno a la flor y nata de los banqueros más importantes del país a los que invitaba a cenar con el señuelo de depositar en el banco correspondiente una buena parte de su fortuna.

Cuando la cena se hallaba en los postres, con el banquero cómodamente repantigado en el sillón, fumándose un puro y relamiéndose de placer por el plácet conseguido de Manolo tras una generosísima oferta que le habría traído en papiro perfumado, de pronto entrarían un par de enormes negros muy bien dotados que sodomizarían salvajemente al espantado banquero mientras le obligaban a tragarse el papiro con el puro y la servilleta en medio de un megafonía atroz mediante la que algún loco leía convulsamente el manifiesto comunista.

Acabada la alocución revolucionaria, el banquero vería cómo ceremoniosamente Manolo iba al fondo del salón, desplegaba una pantalla de cine y accionaba un proyector donde asistiría en 3D a la violación contumaz de toda su familia interpretada por los mismos negrazos que se lo estaban trajinando en ese momento hasta llegar a la escena culminante donde aparecía el propio Manolo, sentado y desnudo en el sillón preferido del banquero, pronunciando su nombre orgásmicamente mientras entre su joven esposa y sus cuatro hijas del matrimonio anterior le practicaban una frenética succión al alimón. El final tenía, por supuesto, un toque mexicano pues, ítem fellatio est, Manolo se levantaba del sillón y cogiendo un afilado abrecartas marcaba con su inicial el respaldo de piel de gacela virgen. Primer plano del respaldo del sillón favorito del prócer con la M zorruna y fundido a negro con el banquero completamente fundido por los negros...

viernes, 10 de junio de 2011

LEY ESTÉTICA.


Postulado provisional: A mayor visibilidad, menor elegancia.

Conclusión definitiva: Vivimos unos tiempos muy exhibicionistas y horteras

lunes, 6 de junio de 2011

ARTE SOLIDARIO.



Con buenos sentimientos no se hace arte. Se hace caridad. El egoísmo forma parte esencial de la condición artística.

viernes, 3 de junio de 2011

SI YO FUERA RICO II



Si yo fuera rico es muy probable que esta mañana, antes de ponerme a escribir, me hubiera estirado hacia hacia atrás en el sillón ergonómico de piel de pantera negra de Loewe al mismo tiempo que me acordara que acababan de inaugurar en el Pompidou de París una retrospectiva de Lucian Freud y entonces le diría a mi mujer, que estaría pintando en el piso de arriba, que si quería que nos diéramos una vuelta, ella me contestaría que “bueno, vale” y yo llamara a mi agencia de siempre para que nos reservara dos pasajes en primera en el vuelo de por la tarde y la suite de siempre en el Ritz de Vendome.




A mi vuelta de París, una semana después, iniciaría este párrafo con el regusto aún de la magnífica cena la noche anterior en la Tour d`Argent y no tras haber tendido la colada como acabo realmente de hacer pensando mientras tanto en cómo voy a continuar este párrafo donde debo bajar a tierra arrepintiéndome de haberme dejado llevar por una imaginación que tanto me hace sufrir cuando le doy rienda suelta.




Por eso me resulta imposible leer las páginas de viajes de las revistas dominicales, ojear revistas de arquitectura y decoración o ver programas televisivos exóticos o de gente famosa en su casa. No entiendo cómo la gente común como yo es capaz de extasiarse con las aventuras lujosas y la vida frenética de ricos y famosos. Mi envidia y mi cabreo serían tales que seguro que encabezaría una sangrienta revolución de indignados. Por eso me he convertido en un escritor sin historia. Es el precio que debo pagar. Prefiero reprimir mi imaginación y escribir pegado al suelo que no elevarme por los aires fantasiosos donde condujera un soberbio rolls royce y viviera aventuras sexuales extravagantes en mi castillo del Loira, para después estrellarme dolorosamente con la cruda realidad de colgar una lámpara en el salón o de ir a pagar la matrícula de inglés de mi hijo a tres bancos y los tres negarse porque había ido fuera del estricto horario por ellos establecido.




A mí el mecanismo sustitutorio de escribir y ser en fantasía lo que de ninguna manera viviré en la realidad, no me vale en absoluto. Me parecen triquiñuelas facilonas de sicoanalista argentino. Cuan sencillo sería que fuera la propia profesora de inglés la que viniera a darle clases a mi hijo al castillo traída por el chófer y que después de la clase, condescendiera alegremente a pasar una agradable velada conmigo en algún salón privado mas… ¡Detente, espantosa imaginación que tanto sufrimiento me procuras!




Voluntariamente me he convertido en el enemigo más acérrimo y tenaz de mí mismo. Cada día que escribo, me aplico en refrenar mi exuberante fantasía con la paciencia de un inquisidor hasta convertirla en una imaginación ascética de andar por casa. Todo en mí es realismo puro y pedestre porque sé que no hay ni habrá en mi vida nada que me permita abrigar la más mínima esperanza de obtener riquezas sin cuento ni medida y, sobre todo, sin ton ni son.




Porque a mí me gustaría ser rico desde la más absoluta nada. Un rico por sorpresa. Como Gregorio Samsa de la Metamorfosis. Un tipo anodino que se acuesta con su nombre propio y se despierta a la mañana siguiente transformado en un escarabajo común. Ser rico ex nihilo, sin proceso evolutivo por acumulación del trabajo rutinario. Rico en un presente absoluto, desnudo de pasado para no enfermar de futuro como la estúpida hormiga. Un rico sin historia.




Nunca me han llamado la atención las historias ejemplares de los prohombres, gente hecha a sí misma que, desde la más humilde cuna, se eleva a las alturas más inaccesibles y selectas de la sociedad y allí se construye un castillo inexpugnable o una ciudad financiera con campo de golf y parque natural con fieras salvajes. En el fondo no dejan de ser riquísimas hormigas adictas al trabajo y a la falta de escrúpulos.




Mi tiempo es oro y no estoy dispuesto a perder una gran parte de mis días y de mis noches para entrar en el catálogo de las biografías ascendentes y edificantes. No tengo la más mínima intención de derramar litros de sudor escalando la pirámide social y pisando a mis semejantes para edificar un imperio. Mi sueño no está hecho de sangre, sudor y lágrimas sino de las alegres melodías de ayer, de hoy y de siempre interpretadas por la jubilosa cigarra...







miércoles, 1 de junio de 2011

SI YO FUERA RICO.



Nunca en mi vida me había subido a dos rolls royces distintos en el corto espacio de tres días. De hecho nunca en mi vida me había subido a un rolls royce. No siento una especial predilección por coches ni joyas pero soy muy sensible a la estética en general y a las de los coches y joyas en particular. Quiero decir que me da igual un diamante verdadero que uno falso si está engastado en un buen diseño. Por otra parte, me encanta la carrocería de algunos coches en especial los de carrera aunque me aburra soberanamente la fórmula 1. Tampoco destinaría el más humilde de mis sueños a conducir oníricamente ningún coche lujoso por sí mismo sino por su valor simbólico. Si yo condujera un rolls royce no me cabe la menor duda de que sería mío y si fuera mío, significaría de facto que yo sería un individuo muy rico y entonces sí podría llevar una vida de ensueño.




Mi vida de ensueño no significaría tener muchas cosas ostentosas y rimbombantes sino eliminar por completo las acciones incómodas de la vida cotidiana. Como por ejemplo ir a la compra al supermercado de abajo, arreglar ciertos desperfectos caseros que dilato eternamente en el tiempo y que me causan una gran desazón, (es increíble el tiempo ficticio tan grande y la desazón tan real que empleo en tapar con masilla el agujero de un azulejo, acción que podría resolver en un minuto), llevarle al ferretero el filtro estropeado de un grifo para que me venda uno igual y tenerlo que llevar de nuevo porque no se ajusta bien, trasladarme de un lugar a otro para pagar multas de tráfico y otros impuestos, sacar los platos y los vasos limpios del lavavajilla, tender la ropa, tirar la basura por la noche y un montón más de pequeñas tareas domésticas que, sumándolas todas, se llevan una respetable porción de mi tiempo de vida.




Ser rico para mí significaría recobrar el tiempo perdido tras haberme dolido por su pérdida. Quiero decir que en verdad no me hubiera gustado ser rico de nacimiento porque entonces no podría valorar la ausencia de la práctica diaria de tareas incómodas y estaría todo el día quejándome por tonterías. A mí me gustaría ser rico por el placer de no hacer las cosas que me disgusta hacer o de eliminar los pasos intermedios molestos para conseguir una cosa que me gusta hacer.




Bañarme en el mar sería un magnífico ejemplo. Para obtener dicho placer antes debería desplazarme en coche, sufrir un atasco, acarrear una incómoda sombrilla y una bolsa con las toallas, buscar angustiosamente un lugar en la abarrotada playa, pasar un buen rato rodeado de semejantes con sus gritos, sus pelotas, sus paletas, sus músicas estridentes, sus pipas, sus toallas y sus bañadores horteras, sus enormes gafas de sol, sus apestosas cremas de zanahorias, sus conversaciones estúpidas, para internarme después en un mar sucio por el levante, recoger las cosas de nuevo y hacer una cola interminable para quitarme la arena en una ducha con un esmirriado chorro de agua, volver a casa y quitarme el resto de la arena de los pies que indefectiblemente irá a parar al suelo mientras la arena acumulada en el bañador irá directamente a atascar el desagüe de la ducha, lo que me obligará a destinar un tiempo complementario y estúpido a desatascarlo mientras mi mujer en la cocina me llama para que le ayude con la ensalada porque se ha hecho muy tarde.




Mucho más sencillo y práctico sería tener una casa con toda la domótica incorporada en alguna urbanización exclusiva de la costa de México que me permita salir desnudo, dar dos pasos y zambullirme en las cálidas aguas del Pacífico para después coger la toalla displicentemente abandonada en algún sillón de la espaciosa terraza y darme una refrescante ducha allí mismo sin preocuparme ni de la arena ni de la ensalada tropical de marisco y piña que habrá venido media hora antes acompañando a un delicioso asado y a una jarra de margarita como sólo saben prepararla en Casa Pancho.




Tampoco sería muy incómodo llamar al chófer para que me traslade en el rolls royce al embarcadero donde flota orgulloso el Caimán II que me trasladará apaciblemente mar adentro para tomar mi solitario baño mientras contemplo extasiado las ruinas del templo de Sunion al que iré caída la tarde para elevar una plegaria de acción de gracias a los dioses.




Ni mucho menos estas dos acciones serían excluyentes, más bien se complementarían a la perfección en complementariedad gozosa pues dispondría de todo mi tiempo y de mi dinero para prodigarme a mí mismo y a mis seres queridos y queridas estos sencillos placeres…