lunes, 22 de abril de 2013

IMAGINACIÓN Y MEMORIA

Soy un es y un será y un fue rememorando mi
vida mientras el corazón lata en la profundidad del tiempo.

viernes, 19 de abril de 2013

UNA HISTORIA VERDADERA

Cuando Ariadna se perdió por los laberintos del mundo, el Minotauro la pudo encontrar gracias a un hilo prendido en su cornamenta.

miércoles, 17 de abril de 2013

HISTORIA PRESENTE.



La historia es un arma que se carga en el pasado y se dispara en el futuro. El presente, cualquier presente, tan sólo sirve como detonador.

viernes, 12 de abril de 2013

JUANCARLISTAS, FELIPISTAS, LETIZIANOS

" Yo no soy monárquico, soy juancarlista" decían sin pudor los que no se atrevían a declararse súbditos y sustituían una sumisión evidente por otra mayor.
Si ya es tener alma de esclavo someterse a una monarquía, declararse partidario de un rey es descender en ignominia a la categoría de felpudo. (La monarquía, por ser un régimen aleatorio y arbitrario en general, pudiera albergar algún miembro relativamente benéfico. Por otra parte, siempre quedaría para los creyentes el recurso del designio divino . "Dios lo quiere" clamaban en las Cruzadas a la hora de masacrar judíos por toda Europa).

Antes las andanzas y aventuras de este rey, parece claro que los juancarlistas, además de felpudos, han añadido a su selecto currículo título de idiotas. Incluso, cuando ya por fin han podido calibrar la ínfima categoría del espécimen, algunos todavía persisten en justificarlo y muchos en sucederlo en la persona de su único hijo. ¿Se declararán felipistas pero no monárquicos o, quizás, por aquello de la discriminación positiva, se harán letizianos?
Si yo fuera el rey en curso con moneda legal,
usaría a semejantes felpudos como portadores de mi escopeta de cazar elefantes o como mamporreros de honor para introducir mi real, inviolable e irresponsable miembro en alguna concubina, mientras mis carcajadas resuenan en Botswana. 
Es lo menos que se merecen.

miércoles, 10 de abril de 2013

MEMORIA Y POESÍA.(Manual de actores).


Aliteraciones, paronomasias, rimas…todos esos recursos musicales están muy bien porque facilitan muchísimo la memoria del actor. Pero a veces, más a menudo de lo que nos creemos, las palabras forman junturas indelebles por imposibles e ilógicas. Aquí  el actor ya no trabaja su memoria. Es trabajado por la memoria subterránea del inconsciente. El actor participa, sin saberlo, del sueño del poeta.




lunes, 8 de abril de 2013

ENGÓLATRA.



Ego engolado. Dícese del actor que se quiere tanto a sí mismo que engola su voz para escucharse mejor. Trabajar con un engólatra es darse cabezazos contra una pared. Poseído de su voz, hará como que escucha y mira. En realidad, el otro es una pausa innecesaria en su eterno monólogo. ¿Y el público? No lo necesita. Él es su propio público con aplauso incorporado.

sábado, 6 de abril de 2013

DE LA MEMORIA DEL ACTOR Y SU DOLORIDO SENTIR.(Manual contra tópicos)



Cuando por estas tierras uno comete el atrevimiento de decir que es actor, suele exponerse a ciertas preguntas indiscretas cómo: “¿Y de eso se vive?” O “Ya, bueno, pero ¿cuál es tu trabajo?”
Una vez contestada la pregunta, si procede, puede venir  añadido algún comentario del interpelante relativo a eso de “meterse en la piel del personaje”, como si el personaje tuviera un traje de neopreno y uno se sumergiera en los abismos de su personalidad. La verdad es que el actor, más que meterse en la piel, debería salirse de ella, ponerse a flote y empezar por hacerse bien el nudo de la corbata y llevar los zapatos muy limpios. Desde este superficial punto de vista, parece evidente que los señores Lorca con el lorquismo, y Stanislasky con el Actor´s studio, han producido estragos. Llevamos varias generaciones perdidas de actores concienciados y metódicos.

En esto tienen mucha culpa las declaraciones de actores de cine americano. Suelen afirmar que padecen grandes sufrimientos y convulsiones para “construir” el personaje. Vanitas, vanitatis. Amén de un ego desaforado, mi impresión es que tienen mala conciencia por la diferencia abismal que existe entre la comodidad de su trabajo y los millones de dólares que cobran y necesitan justificarse por el tortuoso camino de la tortura síquica. (En cierta ocasión tuve la fortuna de trabajar como coach de un actor americano muy prestigioso y conocido, con una carrera muy larga. Estupefacto me quedé cuando, en un descanso, se puso a leer “El actor se prepara”).
En lo que al teatro se refiere, suelen ser los actores mediocres, malos o francamente malos, los que usan el dolorido sentir y la epidermis como coartada para sus carencias creativas. Nada grave si tenemos en cuenta que la porción de actores mediocres, malos o francamente malos es la misma que en cualquier profesión artística y/o poco peligrosa. (No quiero pensar que el número de cirujanos incompetentes sea el mismo que el de actores, músicos o poetas).

Dentro del abanico de alabanzas al actor de teatro, que también las hay, está la de encomiar su memoria que le permite soltar cientos de frases por metro cuadrado o largarse extensas parrafadas llenas de enjundia y buenos sentimientos. (Calderón y Shakespeare se llevan la palma).
Pero la memoria, en la mayoría de los casos, se adquiera mediante el trabajo diario de repetir el texto en voz alta, llevándoselo a pasear por el paseo marítimo o nadando en la piscina cubierta cincuenta aburridísimos largos. Y encima uno puede eliminar por completo el sentimiento como paso previo para prescindir de él encima del escenario. Es el público quien debe llorar o reír con la peripecia de los personajes, encarnados por actores cuya función debe ser, como dijo un actor sensato, no tropezar con los muebles y saberse sus parlamentos al dedillo.

Y es que memoria y sentimiento están mucho más unidos de lo que se piensa. No lo digo yo, lo dice la lengua que nos vio nacer y nos verá morir. Si la escucháramos con atención, nos daríamos cuenta que “sentimiento” y “sentido” son palabras hermanas y que “sentido” significa “lógica, razón o juicio” como se puede ver en frases como “Lo que dices no tiene sentido”.
No tiene por lo tanto ningún sentido que separemos sentimiento y razón, corazón y cabeza como hace tanta gente angustiada porque, según ella, “su corazón le dice una cosa y la cabeza otra”. Separar el corazón de la cabeza ha producido millones de sufrimientos innecesarios que para lo único que han servido es para engrosar generosamente las cuentas corrientes de sicólogos estructurales, gurúes emocionales y argentinos en general.
Bécquer, poeta romántico por excelencia, escribió: “Cuando siento, no escribo”. Si esta juiciosa y sentida sentencia la aplicamos  a la actuación sería algo así como:
“Haz el favor de no dejarte llevar tanto por el arrebato, y fíjate más en las marcas de luces y, sobre todo, no dejes a tu compañero con la palabra en la boca, que para lo poco que dice el pobre, no le has dejado darte la réplica porque estabas muy inflamado con tu monólogo”.

Y es que la memoria, en tanto que cualidad o destreza que se adquiere mediante la rutina y la repetición, es música que concuerda a las mil maravillas con los monocordes latidos del corazón. La memoria es recuerdo y recordar significa literalmente “volver a llevar al corazón”, porque se construye a partir de la palabra latina “cordem” que significa precisamente “corazón” y de ahí derivan palabras como re-cordar, mono-corde o con-cordar que he usado adrede en este párrafo casi último.

Sólo me queda añadir que nuestra lengua no es única en esto de ligar música, memoria y corazón. La expresión “saberse algo de memoria” tanto en francés como en inglés tiene su centro en la palabra “corazón” y así decimos “par coeur” o “by heart” y nos quedamos tan tranquilos.
De todo corazón, el Porquero.

miércoles, 3 de abril de 2013

GUÍA DE SABIDURÍA PRÁCTICA.



Para andar por casa.

Hace un tiempo, por estrictos motivos de salud, decidí ser sabio y no soportar a los idiotas. Mi vida ha cambiado por completo. En justa compensación los idiotas tampoco me soportan a mí.

lunes, 1 de abril de 2013

PRIMAVERA, TIEMPO Y PARAÍSO.



Empecemos por lo evidente; La primavera ha venido, la orquídea de mi ventana cobija ya a cinco tigres y yo sigo adentrándome en la jungla del tiempo. Los días de sol y lluvia se suceden con una matemática indescifrable y los cuerpos encogidos del invierno comienzan gloriosamente a desentumecerse. No cabe la menor duda de que el mundo se encamina de nuevo hacia su esplendor. Es tiempo de resurrección.

A partir de mañana, mi cuerpo empezará a reclamar su ración diaria de sol y yo no tendré más remedio que satisfacerlo. Recorreré a pie durante una hora el paseo que me llevará a donde siempre y me devolverá intacto y sudoroso a la ducha reparadora. Es posible que mis pies, contagiados por el tecleo incesante, me impidan acabar cualquier párrafo de la mañana y tenga que calzarme a toda prisa las zapatillas de andar, coger las llaves, el móvil y salir disparado hacia el mar. Pero antes deberé volver para coger la protectora toalla que me pondré en la cabeza como si fuera un boxeador antiguo.

Pasaré como una exhalación en medio de rostros desconocidos que enfrentarán el mío con acostumbrada extrañeza y yo diré “sorry” cada vez que tenga que separarlos cuando los rebase. Es increíble la parsimonia que adquieren de repente los cuerpos estresados de las ciudades cuando llegan al paraíso. Pero yo soy ángel solitario y necesito ejercitarme en el vuelo.
Hace mucho tiempo, otros ángeles los expulsaron con flamígeras espadas, avergonzaron sus desnudeces y los exiliaron al asfalto y a la prisa. Ahora vuelven en el tiempo pagado en cómodos plazos y yo me dedico a rozarlos con mis alas. Es mi manera de darles la bienvenida y agradecerles de antemano la visión primera de sus pechos desnudos a pesar de la tibieza del sol y de la frialdad del agua. Nuestros cuerpos no son sus cuerpos. Los nuestros pertenecen a la totalidad tiempo. Los suyos al tiempo perentorio.

Por eso no hay culpa en la rapidez con que ando. Tampoco el sudor que expele mi cuerpo es el mismo de sus cuerpos cuando viajan apretados bajo tierra, subiendo y bajando interminables escaleras que conducen a otras escaleras. Ellos viven en el frenesí del tiempo y yo en el tiempo alado, aquel que me permite, desde el interior del tiempo propio, escribir en el lejano ordenador de casa al lado de la orquídea. Soy un gozoso revoltijo de alas y teclas que serán grafías tras la ducha. Y eso se nota.

Lo nota mi cuerpo que escribe más suelto y leve. En tiempo de lluvia y frío, las palabras caen como gotas o nieve, según. En tiempo de primavera, las palabras son el polen evanescente y sutil que despiden las bocas de mis tigres cuando bostezan.

Por eso no estoy muy seguro de cómo se fijarán en el ordenador las palabras que escribo cuando ando. No importa. Tampoco importa si mañana, a mitad de cualquier párrafo, cae una lluvia intensa y yo decida no salir. Lo hará mi cuerpo que irá al paseo de siempre, con sus rostros desconocidos, para volver sudoroso e intacto una hora después. Entonces sí, entonces me uniré a él en la reparadora ducha que nos llevará irremediablemente a terminar el párrafo.