miércoles, 30 de mayo de 2012

EUROPA, EUROPA, EUROPA.



Aceptando resignadamente que no pudimos entrar en Europa por la puerta grande de la Historia mediante el despotismo ilustrado de Carlos III ni por las migajas de la revolución francesa, (José Bonaparte y una minoría muy pequeña de intelectuales afrancesados, Goya, Moratín...constitución de 1812)...

Al menos permanezcamos en la Europa estrecha del espíritu luterano y mercantil de los pueblos del norte que nos impidan caer una y otra vez en nuestros sempiternos males; rechazo de la excelencia, exaltación de la mediocridad, ausencia de moral pública y, sobre todo, corrupción, corrupción, corrupción.

Posdata: Comisión de la verdad sobre Bankia, depuración de responsabilidades, devolución del dinero robado mediante onerosas pensiones a ejecutivos ineptos…).

lunes, 28 de mayo de 2012

AMOR Y TIEMPO.

Hacía lo que podía cuando ya no podía hacer lo que le dejaban.

viernes, 25 de mayo de 2012

LA MÁSCARA.


La mediocridad del entorno le hizo amoldarse poco a poco. Sin darse cuenta, fue adoptando la máscara de la modestia. Se volvió relativo y tolerante.

Un buen día se puso a escribir y se quitó todas las máscaras.

miércoles, 23 de mayo de 2012

SENTIDO COMÚN.



Consejos para protegerse del sol en verano, consejos para prevenir resfriados en invierno, consejos para educar a los niños, consejos para ahorrar en la cesta de la compra, consejos para ahorrar en todo, consejos para la salud, el amor, la economía, la vida, el futuro, el presente,…consejos, consejos, consejos…
Hemos sustituido el sentido común por los especialistas.

lunes, 21 de mayo de 2012

¿GRECIA?


¿Zapateropoulos, M. Angelos Ferdandinos

Ordonías, Ratondreu, Rajoyzelos?

Cada vez estamos más cerca. El que avisa no es traidor.

viernes, 18 de mayo de 2012

ENERGÍA.


Palabra talismán de estos tiempos tan fofos y blanditos en que todo el mundo es energético pero muy poco enérgico.

miércoles, 16 de mayo de 2012

EL CUENTO


Esta noche he sido atravesado, horadado por un sueño que señalaba sin piedad mis frustraciones.

Esta mañana, tras el desayuno solitario, no he leído ningún periódico en internet como acostumbro. Me he puesto urgentemente a escribir.

Sólo entonces he comprendido que el sueño de anoche era un cuento y la escritura de esta mañana, la moraleja.

lunes, 14 de mayo de 2012

LA MIGA DE PAN Y EL ESCRITOR SIN HISTORIA.


Una de las grandes conquistas de la sicología y de la novela moderna es que, según parece, la realidad no es única ni granítica como si fuera un bloque de piedra. La realidad es compleja y mágmática. Incluso algunos entendidos hablan de realidad “líquida”. O sea, que las cosan son y no son al mismo tiempo. Todo es moldeable.
A mí me viene muy bien al ser un escritor sin historia que no tiene nada que contar. Hace tiempo me di cuenta de que carezco por completo de imaginación. No soy capaz de ponerme en lugar de unos personajes y construir un melodrama que enganche durante cientos de capítulos al lector. Sólo puedo hablar de nimiedades. Mi vida es monótona y aburrida como la tarea de ir al supermercado de abajo cada día. No he vivido aventuras amorosas frenéticas, no he gozado de experiencias extravagantes ni me he embarcado tampoco en aventuras extremas que pudieran servir para crear personajes atractivos.

Para mi desgracia, no tengo un mundo interior exuberante  ni tan siquiera me gusta viajar. Es más, las pocas veces que he intentado hacer de mí un personaje que contara su vida en una autobiografía ficticia, he fracasado estrepitosamente. He sufrido mucho y durante tanto tiempo que a veces me he preguntado, en medio de la desolación, a qué se debía esta persistencia mía en querer ser escritor.

Por eso, en un intento último y desesperado, me apunté al taller de escritura creativa que imparte un escritor tan desconocido como yo, pero con mucha mayor experiencia. Soy dolorosamente consciente de que, por muchos cursos a los que acuda, hay algo que nunca me van a enseñar. El talento. Sé que el talento se tiene o no se tiene, pero lo que yo buscaba era aprender alguna herramienta que me permitiera engañarme a mí mismo con cierta consistencia.
La encontré el día en que el escritor desconocido nos habló de las características de la novela moderna y del concepto evanescente de la realidad. Habló, lo recuerdo perfectamente, con cierto tono encomiástico.

Yo me limité a sentir un gran alivio. La realidad magmática y la literatura líquida sonaron en mis oídos a música celestial. Por lo visto, desde que la física de partículas descubrió el concepto de antimateria, todo es materia literaria y nada lo es. O sea, que estoy totalmente legitimado para ser un escritor sin una historia que contar porque, aunque parezca contradictorio, no hay nada en la realidad, por muy pedestre que sea, que no merezca ser contado. Los límites se han difuminado. Ya no existen diferencias  entre lo principal y lo secundario, lo sublime y lo ínfimo. Incluso, a lo que parece, las tradicionales barreras entre el escritor y el lector han desaparecido, pues se puede ser a la vez un escritor pasivo y un lector activo.

A partir de aquella bendita clase me liberé de todos mis traumas creativos y me puse a escribir historias sin historia e irme por los cerros de Úbeda sin complejo de culpa. Desde siempre había sido un escritor delicuescente sin haberme enterado. Sentí de pronto que tenía que investigar en mí mismo para saber dónde estaban mis fuentes.
No me costó gran esfuerzo descubrir que, gracias a la miga de pan, estaba preparado desde mi más tierna infancia para ser un escritor moderno, aunque mi infancia se desarrollara en tiempos graníticos. La miga de pan me hizo ser un escritor de vanguardia a la hora de comer.


En aquellos tiempos antiguos, uno no podía comer viendo la televisión porque no había televisión. Tampoco existía el relajo de ahora en que los niños  mastican con la boca abierta, apenas saben usar el cuchillo y el tenedor y se levantan de la mesa cuando les viene en gana. Los padres son mucho más tolerantes y comprensivos.
Antes, los padres eran poco tolerantes y bastante pedregosos. La hora de la comida era la hora de la comida. Había que lavarse las manos y había que esperar a que la madre repartiera para abalanzarse sobre el plato y después asistir con una paciencia infinita a que todo el mundo hubiera acabado para levantarse.

Comer era aburridísimo. Por eso recurrí muy pronto a desgajar la miga de un trozo de pan y amasarla con discreción. La miga de pan jamás me decepcionó. Era sumisa y obediente. Podía aplastarla y enrollarla hasta convertirla en un cigarrillo finísimo. Podía hacer una pelota y después una flor para más tarde deshacerla y meterle la uña hasta el fin. Todo lo soportaba, a todo se plegaba porque era tierna y amable.

La maleabilidad absoluta de la miga de pan, su ductilidad extrema para adquirir diversas formas y después desaparecer volviéndose amorfa, hizo que me fuera acostumbrando a darle vueltas y vueltas a una historia sin un objetivo concreto.
Bastaba entonces el contacto suave de la miga de pan en mi mano para eliminar toda ansiedad en la comida infinita. Basta ahora el tecleo incesante y su correspondiente acumulación de grafías en la pantalla del ordenador para que  todo tenga sentido. ¡Literatura pura, escritura autorreferencial, sociedad líquida! ¡Benditas palabras que me absolvieron para siempre de la culpa! ¡Por fin puedo ser un escritor infinito y eternizarme en la escritura sin nada que contar!

Gracias a este descubrimiento fundamental en mi vida, volví a recuperar la miga de pan de la mesa de mis padres y a usarla de nuevo. Hoy la miga de pan es mi compañera más fiel cuando tengo que compartir mesa y mantel con gente casi desconocida, que sólo emite tópicos, como suele ocurrir en las invariables cenas de final de curso de los talleres municipales donde mi mujer enseña a pintar.
Los tópicos son muy necesarios en las conversaciones  convencionales por las que transita la gente con una facilidad pasmosa. Son gente que dice que todo el mundo tiene su opinión y que hay que respetar las opiniones de todo el mundo. Mi capacidad para aguantar este tipo de conversaciones tiene un límite. Por eso siempre agarro una miga de pan al comenzar el ágape y la voy amasando con lentitud y ternura hasta que me levanto de la mesa y suelto los tópicos propios de la despedida.

La miga de pan calma mis instintos asesinos cuando algún comensal se excede en la emisión de lugares comunes. Si no estuviera en mi mano la miga salvadora, podría levantarme con la rapidez de un tigre y meterle la servilleta en la boca o rodear su cuello y apretar hasta el fin. También podría emborracharme como un perro con el efecto seguro de que al día siguiente no podría armar ni una frase. Juntar en un mismo día la resaca de alcohol y la impotencia para escribir, sería infligirme a mí mismo un castigo excesivo por tener con mi esposa la cortesía de acompañarla. Es mucho mejor, sin duda, tener la miga de pan haciendo de superconductor de mis instintos asesinos para que los envíe a través de la pata de la mesa al suelo y allí se licúen.

A veces la miga de pan de la cena me sirve de desayuno para la escritura del día siguiente, como me está sucediendo ahora en que aún conservo el malestar producido por haber compartido mesa con el escritor desconocido y algunos de sus alumnos más zafios y cómplices. Estoy a acostumbrado a sus pullas. Someterme a la crítica del escritor desconocido y su jauría de lobos hambrienta forma parte de la factura que tengo que pagar para fortalecer mi alma.
A veces, como ejemplo de lo que no hay que hacer, el escritor desconocido clava algún párrafo mío en la pizarra y se lo ofrece magnánimo a la jauría para que lo devore. Yo, mientras tanto, permanezco en mi sitio callado como una esfinge, saco la miga de pan como sustituta de la metralleta y la amaso con todo el amor del mundo. Estoy completamente seguro que la miga de pan me ayudará esta mañana sin resaca a contar, una vez más, una historia sin historia.







viernes, 11 de mayo de 2012

SUSTANCIAL DIFERENCIA.


Suponiendo que podamos achacar la crisis en España a una sola persona (lo cual es de un infantilismo atroz o de un cinismo a prueba de bombas) la realidad política, si hay que ponerle un rostro, resulta deprimente.

El presidente anterior; mediocre e inepto, ha sido sustituido por otro presidente igual de mediocre e inepto. Sin embargo hay una sustancial diferencia. El anterior era un iluso y éste es un cobarde.

miércoles, 9 de mayo de 2012

PALMERAS.


Nunca me he explicado aquí en el Sur la manía de las autoridades municipales de llenar los pueblos costeros de palmeras. Las palmeras son muy caras, muy engorrosas de mantener y últimamente se están muriendo todas por el escarabajo rojo, una plaga de Egipto despistada de la época de Moisés.

Me temo que nuestras autoridades municipales fueron adictas a prolongadas estancias en las playas de Florida, pagadas por los contribuyentes en la época feliz del ladrillo o devoran con fruición la estética hortera de CSI. Con lo bonito que sería poblar nuestras aceras de naranjos y limoneros que cuestan bastante menos, dan sombra, huelen muy bien y su mantenimiento es baratísimo…

lunes, 7 de mayo de 2012

ARMÓNICO EQUILIBRIO.


La aceptación de su  inteligencia era equiparable al reconocimiento de su calvicie.

viernes, 4 de mayo de 2012

DEJAR DE SER.


Siempre se preocupó por ser un buen profesional. Tras mucho esfuerzo y mucho trabajo, lo consiguió. Ahora que ya no se preocupa, es bastante mejor.




miércoles, 2 de mayo de 2012

PLAN DE VUELO II




Poesía y recetas de cocina. El poema y la receta de cocina tienen en común una brevedad que les confiere un carácter autoconclusivo enorme. Acabada su lectura, no hay nada que me impida cerrar el libro e irme a dar una vuelta a lo largo del pasillo central para estirar las piernas. La narratividad, lírica en el poema, gastronómica en la receta, nada tiene que ver que con la narratividad posesiva y totalitaria de la novela. Uno jamás puede abandonar una novela cuando quiere, sino cuando lo requiere la trama de la novela. El lector de novelas es y será siempre un lector cautivo. Cuando una novela gusta mucho, se dice: “Me ha cautivado” o “Me tiene tan cogida que no la puedo dejar” o  “Estoy deseando ponerles la cena al Pepe y a los niños para irme al cuarto a leer la novela” o “Estoy harta de las recetas de cocina de mi suegra” o “¡Para poesías estoy yo! ¡Tú dame una buena novela de asesinatos por si se me ocurre algo!”.

(El lector perspicaz se habrá percatado de que los adjetivos van en femenino. No es que quiera apuntarme a estas alturas a ningún feminismo recalcitrante, pero hay que reconocer que de siempre la mujer ha sido mucho mejor lectora de novelas que el hombre y no digamos cuando las novelas superan las quinientas y pico  páginas).

La novela es como un agujero negro, devorador insaciable de tiempo, mientras que el poema y la receta, cuando se pone fin a su lectura, expulsan automáticamente al lector, obligándole a dejar una pausa, un vacío que limpie del todo el océano de sensaciones profundas que se han impreso en su alma.

“No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo                           
primero no me quitan el sentido”

Escribió un poeta renacentista a la muerte de su amada. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que el dolorido poeta, acabada de enterrar su dulce amada, se vaya esa misma noche al castillo cercano para cortejar a otra dama? ¿No tendrá que pasar un tiempo prudencial llorando y quejándose en su sentir doloroso antes que del todo, por vez primera pose sus sensibles ojos en el sensitivo cuerpo de otra amada? Lo mismo sucede con una receta de cocina o un poema. Habrá que esperar un tiempo para  pasar al siguiente.

Bien es cierto que una receta o un poema no se dan solos sino que vienen acompañados de otros poemas y recetas hasta componer una unidad de sentido superior llamada Poemario o Recetario.  Sin embargo, no es menos cierto el carácter independiente del poema con respecto al poemario o de la receta frente al recetario culinario. Uno puede copiar un poema o una receta de cocina pasando olímpicamente del resto. Incluso, si la necesidad es muy perentoria, uno puede arrancar la hoja correspondiente y quedarse tan tranquilo, pero lo que de ninguna manera se hace (a las pruebas me remito) es copiar o arrancar el capítulo entero de una novela. El poema o la receta pertenecen a una unidad de destino en lo fractal mientras que la novela es, en sí misma, una unidad de destino en lo global.

Vayamos ahora al efecto persistente de la poesía y de la cocina, una vez que hemos demostrado su carácter fragmentario. Imagine el lector la cantidad de sabrosas imágenes recurrentes que pueden percutir una y otra vez en un pasajero como yo que, habiendo acabado de leer una receta sobre la paella de mariscos, ve cómo se cierne sobre él una azafata con la bandeja de comida deconstruida y descongelada. ¿Hay abismo más insondable? ¿Cuánto tiempo durarán las imágenes de una deliciosa paella degustada frente al mar en el chiringuito sombrío teniendo en cuenta el trasunto de comida que se tiene delante? Miles de millas náuticas. (No olvide el olvidadizo lector que estamos sobrevolando el océano Atlántico).

¿Y qué sucedería si complementamos las sabrosas imágenes de una paella de mariscos con las imágenes tórridas de un poema erótico de Bukowsky? ¿No sería lógico que, tras la gustosa deglución en el sombrío chiringuito, el alma del pasajero se refocilase anticipadamente con el polvo de una siesta venidera? ¿Cuantas millas eróticas habría que añadir a las culinarias?

Lo más normal es que combinando sutilmente la lectura de “El Libro de los arroces” con la “Antología erótica de Bukowsky” se nos pasara el vuelo transoceánico en un plis plas.

Sexo y cocina forman las dos caras de una misma paleta de ping pon. Tan profunda e imperecedera es su relación que sus títulos son intercambiables. A nadie le sorprendería disponer en su mochila de vuelo de una “Antología erótica del arroz” al lado de “Las mil y una recetas de Bukowsky”.

Fue entonces cuando la mezcla de imágenes tan placenteras hizo que me levantara como un autómata y me dirigiera al cuarto de baño completamente abducido. Una vez dentro, eché el cierre, me senté en el váter y encendí un cigarrillo justo en el momento en que la aterciopelada voz del comandante, con un ligero acento francés, inundaba el receptáculo mientras de mi gozoso sentir salía por vez primera el humo de una profunda calada.

Fin definitivo.