No poner el nombre de ningún político en ejercicio a ninguna calle, avenida, rotonda, estadio de fútbol, hospital etc ni tampoco concederle ningún título honorífico de ninguna clase tales como rector magnífico o hijo de puta adoptivo ni entregarle ninguna llave de la ciudad, no sea que entre por la noche y lo robe todo ni levantarle, por supuesto, ninguna estatua con o sin caballo ni rendirle ningún homenaje para nada ni en ningún caso.
Periodo de carencia: 50 años. Es la única manera de evitar que tanta gente de tantos sitios quede con el culo al aire.(Merecido se lo tienen por idiotas lameculos).
Autodefinición Informal. Con todo mi respeto, soy apolíticamente incorrecto. Mientras más viejo, más tierno me vuelvo y también más radical.
jueves, 31 de julio de 2014
lunes, 21 de julio de 2014
EL ACTOR Y LA METAFÍSICA.
Un actor, como cualquier artista, no necesita ninguna metafísica. Necesita trabajar y que le paguen. La metafísica...que la pongan los críticos.
Cada vez soporto menos las reflexiones de los artistas sobre su arte. Y de los actores...ni hablemos.
Cada vez soporto menos las reflexiones de los artistas sobre su arte. Y de los actores...ni hablemos.
viernes, 18 de julio de 2014
CANCIONERO DEL CARNICERO LUCIANO DE OLIVENZA
Luciano nació en
la ciudad extremeña de Olivenza, un
poco pasada la primera mitad del siglo anterior, más concretamente en 1954.
Desde que Luciano hizo la mili en los albores de nuestra gloriosa transición
nacional, no ha vuelto a salir de la comarca que engloba a España y Portugal.
Cuando Luciano se pone transfonterizo llama a su comarca Lusiespaña o Españilusia
según sea la procedencia del vino que en ese momento esté trasegando. Cuando
Luciano transmuta por completo en poeta, no duda en llamarla con toda propiedad
“El Mundo” pues, aparte de la
aventura militar obligatoria, no ha salido de su tierra más que para llevarse a
La Rufina de viaje de novios a
Lisboa. Allí estuvieron una semana visitando el zoológico donde había un
elefante que tocaba una campanilla cuando se le echaba un escudo, paseando por
la ciudad a pie o recorriéndola a lomos de su Lambretta y yéndose a comer a los
restaurantes de la Rua dos Sapateiros. Muy mirado para las cosas de comer,
posee un instinto especial para detectar restaurantes honestos donde se come
bien a buen precio. Otros, como mi amigo Cristian
Noyer, son expertos en elegir los peores restaurantes posibles.
Desde entonces,
Luciano y Rufina no han vuelto a salir de Olivenza y sus alrededores dedicados
en cuerpo y alma a los cerdos y a sus hijos. Los sábados suelen ir al Corte
Inglés de la capital o a Elvas. Luciano es muy conocido por ser el mejor
matarife a cien kilómetros a la redonda, regentar la mejor carnicería de su
pueblo y componer poemas al cerdo en régimen de exclusividad: “Aunque, de vez
en cuando, entrevero a la parienta para que no se me encele”. Efectivamente, la
Rufina hace de madonna Laura en su
poesía, “campestre y bellotera” como le gusta definirla a Luciano. Lo de
madonna Laura es aportación culta de este humilde compilador. Quiero decir que
la inspiración poética del Luciano es purísima, puesto que sólo ha leído
novelas de Marcial Lafuente Estefanía y
las revistas guarras de cuando lo mandaban en la mili a hacer guardia. Cuando
un día le pregunté al Luciano de dónde le venía el estro poético, me contestó
que de un aire que le dio en la Plaza del Rocío de Lisboa justo en el momento
en que se acordaba de sus cerdos. Allí “empestiñó” su primera rima pensando en
el nombre que le iba a poner a la carnicería; “El cochino divino”. Desde entonces no ha parado.
Nuestra amistad
se forjó hace muchos años en que, por razones que no vienen al caso, me tuve
que venir desde Sevilla a Badajoz, a casa de mis padres para acabar de preparar
las oposiciones. Un amigo común del instituto me invitó a una matanza de fin de
semana en Saô Bento da Contenda.
Jamás olvidaré cuando vi al Luciano por primera vez despiezando a un cerdo con
una habilidad prodigiosa mientras improvisaba poemillas en medio de la alegría
general y de la suya en particular por el continuo trasiego del mollate.
Su obra poética
tiene por título general: “Cancionero de Luciano de Olivenza” y consta de dos
partes; “Poemas al por mayor” o “Poemas Puercos”, que son los menos, y “Poemas
al por menor” o “Coplillas Cochinas”, que son los más. Mi amistad con el poeta
oliventino me ha permitido transcribir toda su poesía que es casi por completo
oral, fruto de las improvisaciones orgiásticas. De ahí el nombre de “Cancionero” como le sugerí, a lo que el
Luciano dio su consentimiento diciendo que hiciera lo que me viniera en gana,
que él de lo único que de verdad entendía era de cerdos y de bajarse al pilón.
Los “Poemas Puercos” son composiciones de mayor enjundia rítmica y métrica,
rumiados en la soledad de la carnicería o bien cuando al caer la tarde, con la
fresquita, saca su silla de aenea y mira el campo, entonces “No sé por qué
siempre me da por pensar en el aire que me dio en Lisboa”.
Las “Coplillas
Cochinas” son poemillas ligeros y breves, la mayoría compuestos en plena
matanza, si bien los más líricos, aquellos que guardan gran similitud con los
exquisitos haikús, son: “Regurgitados en plena siesta campestre. Cuando me
entra el soponcio, antes de dar la cabezá bajo la encina, miro p´arriba y me vienen”.
Y ahora tengo el
honor de ofrecer a mis queridos lectores, en rigurosa primicia, este
tetrástrofo monorrimo en endecasílabos que habla bien a las claras de un poeta
de extrema sensibilidad y perspicacia para aprehender el mundo que le rodea
desde la mirada totalizadora y purísima del cerdo. Obsérvese cómo los dos
primeros versos con rima interna presentan una fina estampa de reminiscencias
renacentistas al estilo del locus
amoenus que dan paso a un cierto erotismo henchido de futuro
agroalimentario cuyo centro poético son, en originalísima novedad, los
intestinos:
En medio del prado oliventino
Yace despatarrado un cochino,
Mostrando al aire sus intestinos
Que embucharán embutidos finos.
“El cancionero
de Luciano de Olivenza” ha sido recientemente publicado en edición de lujo con
introducción y notas de este humilde compilador en la editorial Presas
Ibéricas, camino del matadero s/n Olivenza, (Badajoz).
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El oficio de escribir.
sábado, 12 de julio de 2014
LA FOTOGRAFÍA.
Miro
esta fotografía y no puedo dejar de reconocerme. Es más, me atrevería a decir
que esa extraña juntura de puro y tocado de señora para boda provinciana son el
reflejo más exacto de mi alma. En el medio, un rostro que se acopla como un
guante.
Aunque
parezca mentira, a ese rostro lo nacieron para niño serio y hombre de provecho
el día de mañana, pero vino el día de mañana y no hubo provecho ni tampoco
seriedad.
Sin
embargo disponía de las herramientas necesarias para ser un triunfador sin
escrúpulos; inteligencia y voluntad, disciplina y espíritu de sacrificio. De
habérmelo propuesto podría haber llegado muy lejos. Pero no me lo propuse…
(No
vea el lector en mí engreimiento alguno. Tengo la edad suficiente para sentirme,
por fin, impune e inmune. Nada he hecho para merecer los dones anteriores, como
tampoco nada hice para tener la altura que tengo o la calvicie que me posee.
Son gajes del destino. Otra cosa bien distinta es el destino que uno da a lo
que conceden los dioses graciosamente).
…Y
no me lo propuse porque los susodichos dioses me favorecieron con otro don que
ladinamente debilitaba y pervertía a sus
pares. Me refiero a la sin par imaginación. En vez de encaminarme hacia
elevados y prácticos fines, me condujo hacia el jolgorio y el frenesí. La alegre
y veraniega cigarra triunfando clamorosamente sobre la práctica e invernal
hormiga.
La
imaginación, rompedora de ortodoxias y cataplasmas, pesadeces y aburrimientos,
es don divino por antonomasia, muy poco acorde con la práctica de oficios solemnes.
Para triunfar en los mundos de la pompa y el protocolo se necesita no tener
escrúpulos y para ello nada mejor que estar desprovisto de imaginación, pues ésta
hace que el supuesto verdugo se ponga en el lugar de la segura víctima y así,
por pura empatía y conmiseración, uno no pisa, no aplasta, no sube, no trepa y,
por lo tanto, a nada llega. La ambición, que no conoce límites, se ve muy
constreñida por la imaginación. Ambas se repudian. Es sumamente difícil que una
persona imaginativa sea ambiciosa, mientras que es imposible que una persona
ambiciosa sea imaginativa. La persona imaginativa, al llevar el mundo dentro de
sí, no necesita salir y conquistarlo ¿Para qué esforzarse en conseguir lo que
ya se tiene?
La
persona ambiciosa, empero, suele estar angustiada por conseguir lo que no
tiene. De ahí que se muestre ansiosa e hiperactiva, con una tendencia muy
pronunciada a ser una mala persona y un hijo de puta, en general.
Compárese
a un presidente de gobierno, por ejemplo, con el ejemplo palmario de mi
fotografía. No hay color. Con ese rostro estoy perfectamente capacitado para
escribir frente al jardín de mi casa mecido por la brisa matutina y acunado por
el dulce canto copulatorio de los pájaros en tanto que el presidente del
gobierno tiene un desayuno de trabajo o trabaja en un monótono discurso o
maquina trabajosos y sucios planes para que nadie le haga sombra.
Es
más, si quiero, puedo levantarme ahora mismo de la mesa e irme raudo como el
viento a dar un paseo por la playa para pensar en lo que escribo, mientras mi
alma se llena de la belleza de los cuerpos semidesnudos tendidos al sol o, al
contrario, puedo inscribir en mi alma la belleza de los cuerpos semidesnudos tendidos
al sol y ponerme después a pensar. Teniendo imaginación, el orden de los
factores siempre alterará, para bien, el producto.
El señor presidente del gobierno, en cambio,
deberá tener en cuenta tantos factores para levantarse del sillón sin que se lo
quiten, que lo más probable es que no se despegue de él ni un segundo. Así no
podrá mantener nunca conversaciones interesantes con mujeres desconocidas,
inteligentes y muy sensuales como me
suele pasar a mí cada dos por tres. ¿Quiere esto decir que he tenido una vida
muelle e irresponsable? En absoluto. La parte seria de mi vida hizo que
aprendiera sumisamente todas las reglas. No hay código que no conozca, no hay
norma que no haya obedecido.
Por
eso ahora soy un código descodificado, un ser normal fuera de lo normal que se
permite licencias cuando le apetece.
La
boda de mi hermano fue una pequeña muestra de hasta dónde puedo llegar. Pero antes de llegar al instante de la
instantánea, pasé todos los controles de calidad pertinentes, tratándose de una
boda tradicional.
Asistí
como católico confeso y contumaz a la santa misa oficiada en la iglesia
catedral de la ciudad donde me nacieron. Aposentado en las filas postrimeras,
al lado de mi descreída esposa y con mis hijos como atónitos testigos, realicé
con esmero y pulcritud todas las genuflexiones requeridas, todos los gestos que
demandaba el ritual. Triunfé como hijo pródigo que se prodiga muy poco en esta
clase de festines.
(Debo
confesar que el protocolo eucarístico lo tenía bien aprendido. No solo por la vía
infantil de cuando me bautizaron, confirmaron y comulgaron hasta los quince
años sino también por la vía consuetudinaria, marcada por la virtud de la
piedad que me impulsaba a darle a mi madre alguna alegría yendo con ella a misa
muy de vez en cuando.
Era
digna de ver su sonrisa agradecida cuando la acompañaba junto a mi padre a la
iglesia de San Juan Bautista y en vez de irme con viento fresco a dar una
vuelta por ahí y recogerlos después, me introducía con ellos en el oscuro
templo con paso seguro y firme el ademán para, una vez dentro, proferir con voz
grave salmos y preces henchido de fervor religioso y de histrionismo contenido.
Era
lo mínimo que podía hacer por ella desde que a los quince años le dije que era
ateo, acompañando mi ateísmo con una retahíla de argumentos contundentes a los
cuales no pudo responder).
Más
tarde vino el convite en los salones de un hotel postinero y allí, durante el
ágape, sostuve amenas e insustanciales conversaciones con mis compañeros de
mesa hasta que llegó el puro con que aparezco. Detrás de él, un atisbo de
sonrisa en los labios refrendada ostentosamente por una mirada cómplice. La
mirada cómplice está, a su vez, entreverada por un velo asociado a un bonete
ocultador de la calvicie.
Si el amable lector fija una vez más su atención
en la estrambótica fotografía, observará que mi rostro de halla dividido en dos.
La parte materna llega justo hasta donde la nariz tiene su fin. La parte
paterna principia donde acaba mi madre hasta desembocar con naturalidad en la
mano que se posa suave y viril en el brazo. No podía ser de otra forma. Quiero
decir que mi alma se ve fielmente representada en el reparto armónico.
Si
nos vamos a la parte materna, ésta ocupa, con todo merecimiento, la parte
superior. Allí se aposenta la calvicie, pero también tiene asiento la
inteligencia. El bonete encubridor alude a la incuestionable habilidad femenina
para el ocultamiento y el disfraz. Una mujer lo es en tanto sabe, con la
sabiduría antigua de afeites medievales, tocados renacentistas y complementos
decimonónicos más o menos ostensibles e incómodos, realzar sus bondades y
esconder sus defectos. Nada que objetar. El arte artificio pide.
(¿No
es acaso el pintor retratista un fingidor exquisito que, aun acercándose lo más
fielmente posible a la geografía de un rostro, elimina de él toda excrecencia
innecesaria; alguna anecdótica verrugilla, cierta arruga superflua?)
La
mujer hace arte de sí misma y pide al varón que la disfrute, no solo en lo que
es sino también en lo que no es, pues muy sutiles son las relaciones entre aparentar y ser.
Si
un poeta excelso dijo que uno es del tamaño de lo que ve, es obvio que el
tamaño de mi delatora calvicie queda fuera del mundo visible y, por lo tanto,
no existe. ¿Y qué decir del velo revelador? He dicho bien. Revelador y
enaltecedor de una inteligencia poderosa, basada asimismo en la femenina
cualidad de la observación atenta con la que mi madre me dejó bien provisto
¿Deberé una vez más afirmar que prácticamente nada he añadido a lo que me fue
dado de fábrica?
Derrotadas
por fin las falsas humildades del judeocristianismo, no tengo miedo a casi
nada. Libre de la opinión de los demás, emito la mía propia sin estúpidas
cortapisas, salvo en lo que se refiere a la imprescindible educación y a la
siempre alabada discreción.
Mi
madre fue una mujer de inteligencia sumisa y discreta. Como tantas que vivieron
bajo el poder del varón. De la inteligencia de mi madre fui eliminando de a
poco la sumisión y el susto, y adoptando con mucho esfuerzo la discreción que
me guía. (Invisibilizarse
como la milenaria tortuga es placer de dioses). Salvo cuando se produce en mí
una explosión interna que, rompiendo virilmente el caparazón en donde
desaparezco, me hace surgir en ostentosa exhibición. Mecanismo compensatorio,
fluctuación dulce.
Mi
padre siempre lo tuvo muy claro: “Vuestra madre es más inteligente que yo”
La
observación atenta o perspicacia tiene tres canales por donde recibe la
información del mundo. La vista, el oído y el olfato. Pues bien, los tres
sentidos se ven amparados en la fotografía por el velo que los acoge solícito. “Estos son
mis hijos muy queridos en quienes tengo puestas todas mis complacencias y
goces”
Velo
tenue y sutil que, al mismo tiempo que difumina suavemente, exalta y engrandece
lo que aparenta tapar y no tapa. Lo
femenino en su máximo esplendor ¡Ambigüedad, tienes nombre de mujer!
Acaba
el velo y empieza la oralidad varonil cuyo centro indiscutible y único es la
boca que no se ve acompañada de ningún ornamento piloso, ya sea bigote, perilla
o barba. Es un rostro limpio que se muestra a la intemperie sin escudarse en
nada. Es más, la boca queda acentuada por un puro del que saldrán como
vaharadas miles de palabras que desaparecerán en el éter o bien quedarán fijadas
por escrito en efímera eternidad. No hay nada sutil en un puro. El puro se
sostiene a sí mismo con su presencia omnipotente. El puro es lo que es. Sin
trampa ni cartón.
¿Puede
haber un retrato más fiel de un escritor? ¿No son la observación atenta y la
palabra las herramientas de que nos valemos? ¿Y no es también el puro el deseo
de mantenerse erguido en la palabra?
Aquí
te entrego, lector, mi retrato más cabal e inconsciente. Pues fue que, ante la
solicitud amable del fotógrafo, estando ya con el puro en la boca, me levanté
como un resorte impelido por la aguda conciencia de que me faltaba algo. Mis
pies me llevaron con inusitada rapidez a la mesa presidencial donde estaba mi
madre, vestida con la elegante sencillez del color morado que tan bien le
sentaba. Entonces le pedí el tocado, ella me lo dio y me vine a la mesa para
componer, de una vez por todas, el reflejo más exacto de mi alma.
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El oficio de escribir.
miércoles, 9 de julio de 2014
BRASIL.
Si vas por un campo de flores buscando piedras, sólo encontrarás piedras.
Si vas por un campo de flores buscando flores, encontrarás flores aunque a veces tropieces con una piedra.
jueves, 3 de julio de 2014
ROMANTICISMO.
(Aquí el Porquero no se corta un pelo
y le da caña y estopa al pasteloso y estomagante romanticismo)
Ganas tenía yo de hincarle el diente a
ese aborto, a ese engendro causante de todas las desgracias que suceden al ser
humano. Sus execrables tentáculos nacieron a finales del XVIII en la mente de
débiles mentales. Hoy, el romanticismo es una gigantesca hidra de millones de
cabezas, una plaga que todo lo arrasa, el Armagedón del pensamiento y la razón.
Hoy, cualquier imbécil hace bandera de su Yo y lanza al mundo sus pajas
mentales, sus opiniones personales, sus derechos individuales, sus desechos
fecales, sus gustos geniales aplaudidos por millones de descerebrados. Y todo
por el funesto romanticismo.
Jamás de los jamases, siendo un
superdotado para escribir
novelitas rosas y componer poemas de amor, me pillareis en un renuncio. Yo, a
mi corazón, no le falto el respeto (tampoco a la mujer) como hace una inmensa
mayoría de poetas que, impotentes para armar una erección como Dios manda, se dedican
a componer poemas fofos a la blanca piel y a los dorados cabellos. Es una pena
que no se hubiera extendido entre los románticos la moda del suicidio al estilo
del Wherter de Goethe.
En cuanto a los cantantes melosos y
ripiosos que despiertan humedades fáciles en quinceañeras rendidas,
prometiéndoles besos, ternura y milenios de amor, más vale que dieran algún
concierto solidario al lado del mar y les pillase un tsunami. Y en lo
concerniente a los directores pastelosos de películas con atardeceres espectaculares
y crepusculares, yo les recomendaría que se dieran un paseo por el cielo
estrellado para quedar con E.T.E. a ver si con suerte pillan un alíen y nos
dejan en paz.
Gran parte de la industria del
entretenimiento está montada sobre el pobre corazón. La película más taquillera
sigue siendo el insoportable melodrama romántico “Lo que le viento se llevó”.
En la actualidad, Hollywood está
dominado por el complejo romántico-galáctico compuesto por la triada maldita;
Disney-Spielberg-Lucas, que produce cada año millones de peterpanes
palomiteros. Algún día habrá que denunciarlos por corruptores de la juventud.
Las minorías cultas e ilustradas jamás nos llevaremos bien con las mayorías
románticas e infantilizadas ¡Qué le vamos a hacer! El único perdedor soy yo, como siempre.
Nunca podré cumplir mi sueño de poner
casa en Connecticut vendiendo mierda romántica a granel.
No es de extrañar que el corazón tenga
envidia de los intestinos. Los intestinos son las vísceras menos poéticas del
cuerpo. Los intestinos riman con cochinos, gorrinos, golondrinos y ahí no
tienen nada que rascar los poetas fofos y los cantantes melosos.
El que una inmensa mayoría de seres
humanos se declare romántica a mí no me afecta. Me afecta la dama en concreto a
la que me quiero trajinar. Si para echarle un polvo, me tengo que vestir de
domingo, llevarla al cine con la sala abarrotada de pipas y palomitas, tragarme
la peliculita sin vomitar, llevarla a cenar a un restaurante a la luz de velas
apestosas, aguantar que me cuente sus historias de amor y decirle chorradas del
tipo: “tú eres muy especial”, para que después me diga que tiene la regla o que
en esta primera salida no, es para hacerse el haraquiri en la polla.
Menos mal que a mí se me ha pasado el
arroz para semejantes desventuras que me cuentan algunos jóvenes. Aunque por
otra parte debo reconocer que, en la edad en que me hallo, no hay nada más
conmovedor que el cuerpo joven de una mujer desnuda. Seguro que, ante su mirada,
se me caerían los palos del sombrajo y el abismo epistemológico me tragaría a mí
y a todas mis lucideces y exquisiteces en un abrir y cerrar de sus ojos. En
fin…
Las minorías artísticas sí que no
tienen perdón de Dios. Desde hace doscientos años, casi todos los ismos son
excrecencias malolientes del romanticismo; simbolismo, parnasianismo,
impresionismo, expresionismo, dadaísmo, surrealismo, futurismo,
abstraccionismo, secuencialismo, conceptualismo. Todo beben del más nefasto
invento romántico; el Yo y su hiperplasia, el Genio, que se define como
cualquier imbécil que, no conociendo las reglas elementales del arte, se cree
un artista. El imbécil piensa que no tienen nada que aprender de nadie porque
él es el mundo y su propio maestro. Desprecia las reglas porque la única regla
por la que se guía es su ignorancia y su insolencia. El genio es la palabra
talismán que le sirve para justificar su impotencia y la inspiración es el
pasaporte que justificará su vagancia. De aquellos lodos estos polvos del
diseño creativo, la inteligencia emocional, la cocina de autor, la
deconstrucción de la tortilla y la menstruación de la cangreja; manifestaciones
excelsas del complejo democrático-narcisista del: “todo vale”, “sé tú mismo” y
“haz lo que tú sientas”. Puro romanticismo.
Cautivo y derrotado el principio de
excelencia que se basa en el oficio, la tradición y el gusto por la obra bien
hecha, cualquier peluquera de barrio, cualquier fontanero listillo puede ser un
artista.
Toda la armonía y la serenidad de los
siglos anteriores estallan en pedazos con el Romanticismo. Al poner como centro
del universo al corazón, generó una esquizofrenia absoluta en los cuerpos
gramaticales que perdieron sintaxis por creer en la falsa dicotomía entre
corazón y cabeza. La gente no sabe que cuando dice: “Mi cabeza me dice que haga
esto, pero mi corazón me dicta lo contrario” está adoptando una postura
romántica que le hará sufrir inútilmente y que dará de comer a la gran
industria de gurús orientales, sicoanalistas estructurales, consejeros
sentimentales, inteligentes emocionales, productores de culebrones, escritores
mágicos, novelistas medievales, artistas inspirados y un larguísimo etcétera de
inútiles totales.
Lo cierto es que el corazón siempre ha
tenido en muy alta estima a la cabeza. Cabeza y corazón son uña y carne como
nos lo dice continuamente el lenguaje sin que nosotros nos percatemos. Así
cuando queremos decir que algo es incomprensible o falto de razón, decimos que
“no tiene sentido”, sin darnos cuenta de que sentido viene de sentir y de
sentimiento. Unimos sin saberlo cabeza y corazón, pensamiento y sentimiento.
Solo me queda pedirle al generoso
lector que el cinco por ciento de la pasta que le acabo de ahorrar en visitar a
la chusma antes citada, la ingrese en mi cuenta corriente con vistas a la casa
que pienso comprarme en ¡¡¡Connecticut!!!
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