viernes, 29 de julio de 2011

VACACIONES EN EL MAR.


…A mi mujer no le hace falta más tiempo de lectura que la que ella entresaca de la pintura y de la cocina, dos artes manuales que une con perfección renacentista. Yo soy quien va normalmente al supermercado y se ocupa de la intendencia general de la casa y de pagar religiosamente impuestos, multas y matriculaciones. Pintura y cocina son como dos ríos paralelos que, antes de desembocar se reconocieran idénticos y decidieran formar un solo río de aguas caudalosas para abreviar la desembocadura en el solícito mar.
(Resulta evidente que me llegó muy profundo lo de “señor de los cinco ríos” como se autonombraba, en el colmo de la humildad oriental, el gurú meditativo porque me empiezan a salir metáforas fluviales a la más mínima. Yo, que ya venía predispuesto desde la metáfora manriqueña, me doy de bruces con el Punjab en pleno gracias al amigo del escritor desconocido).
Mientras pongo el sempiterno paréntesis, mi mujer se desplaza ahora por el mar Mediterráneo en un crucero con mi irónico hijo como acompañante único. Yo permanezco varado en esta casa mía que tengo a medias con el banco. Estoy totalmente solo pero en absoluto triste. He llegado a la plena aceptación de mis limitaciones. Desde aquella horrible serie, “Vacaciones en el mar,” odio los cruceros. Salir del verano malagueño cañí para irse al verano monegasco como preámbulo del verano italiano no me apetece en absoluto. Ya hice esta visita en autobús cuando joven y me prometí a mí mismo no viajar jamás al sur en verano. Tengo una piel muy sensible y un alma solitaria. A Mónaco no iría ya de ninguna de las maneras. Ni tan siquiera en el crudo invierno a no ser que fuera muy rico y tuviera que darme un baño hortera con los de mi nueva clase como asistir, por ejemplo, al aburrido espectáculo de la fórmula uno.
Florencia, Roma y Pompeya con sus muertos al aire son lugares muy atractivos cuando no están llenos de turistas. Es decir, casi nunca. Por eso sueño con visitar algún día las hermosas y elegantes ciudades italianas bajo una lluvia pertinaz o un frío intenso. Eso o abrir museos y excavaciones arqueológicas en exclusiva para mí y mis acompañantes como suelen hacer los millonarios cultos y las estrellas de cine americano. Lo normal es que jamás llegue a ningún firmamento pero tengo la firme convicción de no verme reflejado en miles de turistas haciendo lo mismo que yo y diciendo los mismos tópicos y más si el turista es un intelectual en inútil combate por querer ser viajero, que es el colmo del intelectual.
Viajar es un anacronismo al alcance tan sólo de millonarios o de autistas capaces de mirar los frescos de la Capilla Sixtina en compañía de miles de congéneres. Cierto que la Capilla Sixitna tiene la ventaja de que uno se puede aislar un poco al mirar para arriba, pero tiene la desventaja de estarse chocando continuamente con el personal aparte de agarrar un buen dolor de cuello.
Prefiero la placidez de mi casa con el plasma a todo color emitiendo un documental sobre Miguel Ángel, narrado por una voz aterciopelada que me sumerja en las aguas abismales de la siesta que no ir por ahí en bermudas, con riñonera y pasando calor.
Y si encima tengo que navegar en un barco rodeado de miles de turistas que han pagado previamente las bebidas que consumirán, me parece una tortura sicológica de tercer grado equivalente a comer en un bufé chino. Las pocas veces que me he adentrado en semejantes lugares, (por aquello de practicar un poco la vida familiar junto a mi mujer y a mi hijo más el añadido, siempre natural y coetáneo de la suegra), nunca me he sentido más solo. Jamás he tenido yo el menor problema en comer en compañía del televisor, la radio o el periódico. Es más, ahora que mi situación económica no es tan estricta y dispongo de casa propia con familia propia, a veces echo de menos la soledad familiar del honesto bar de menú tradicional y mesonera carnosa a la antigua usanza. Sabía lo que iba a comer, sabía lo que iba a pagar y además sabía con precisión matemática que no me iba a mover del sitio que ocupaba, con todos los parroquianos acomodados en su mesa habitual….

miércoles, 27 de julio de 2011

MODELO DE VIDA.


Exquisito con los canallas, canalla con los exquisitos.

lunes, 25 de julio de 2011

MUNDOS IRRECONCILIABLES.


Es absolutamente imposible sumar peras con manzanas. La razón, (logos), no tiene nada que ver con la religión. Lo dijo el mismísimo Cristo de los cristianos: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

miércoles, 20 de julio de 2011

ECOCAPITALISMO.


Hay acciones cotidianas a las que no doy ninguna importancia y que, sin embargo, me acreditan como un ciudadano ejemplar, orgulloso de proclamarlo a los cuatro vientos virtuales. Tirar la basura se ha convertido para mí no sólo en un acto patriótico sino también en la prueba máxima de mi respeto por la Madre Naturaleza. Haga frío o calor, llueva o nieve, salgo de casa en medio de la noche cerrada para depositar la basura correctamente empaquetada en tres bolsas. (Nunca antes del horario legal establecido como hacen otros muchos vecinos).
En la primera llevo el detritus orgánico producido por los restos culinarios a lo largo del día. En la segunda transporto muy bien apilados los cartones y los papeles de periódico que aún leo y en la tercera llevo todos los plásticos y latas propios de estos tiempos envasados al vacío, más algún envase de cristal que arrojo con gran ruido en el contenedor correspondiente.
Mi vida nocturna se divide en diferentes contenedores de vivos colores que especifican muy claramente el tipo de desecho que están dispuestos a albergar, lo cual hace que salga de mi casa con todas las dudas resueltas. Ni que decir tiene que entrego gratuitamente estos desechos sin recibir nada a cambio, excepto la alegría interna del deber cumplido.
Sin embargo es posible que dentro de poco me convierta yo mismo en un desecho de ciudadano, en un ser asocial, en un Mister Hyde que tire la basura de cualquier modo y sin ningún horario. Porque me siento estafado, violado en mis creencias más íntimas.
Resulta que todos los plásticos, que deposito amorosa y gratuitamente, me son devueltos en forma de bolsas de supermercado que debo pagar para transportar los productos que he comprado previamente. Todos los papeles, que he entregado sin pedir nada a cambio, me son vendidos en paquetes de quinientos folios reciclados a un precio mucho mayor que si hubieran sido extraídos directamente de los árboles….
Para colmo, cuando el otro día compré las cuatro ruedas nuevas para mi coche y entregué gratuitamente las viejas, me enteré de que serán utilizadas en la fabricación del firme de las carreteras del Estado y que por ello deberé pagar algo más de un euro por cada una de ellas en concepto de transporte…
Algo así como si me cobraran el anhídrido carbónico que yo mismo fabrico en el proceso respiratorio. ¡el Capitalismo ha muerto, viva el Ecocapitalismo!

lunes, 18 de julio de 2011

LA METÁFORA.


Una bomba de fragmentación. Un big bang de significados que explotan a velocidades increíbles dentro del cerebro para formar imágenes sorprendentes. Una metáfora es cuando uno coge el Ave para Madrid a las seis de la mañana y enfrente se sienta una tía buenísima con un cruce de piernas portentoso.

viernes, 15 de julio de 2011

BIOGRAFÍAS.


Los objetos nos biografían en estos tiempos en que vamos a un gran supermercado a comprar una bandeja de salchichas de cerdo y de paso nos traemos un televisor ectoplasmático de última generación.

miércoles, 13 de julio de 2011

ACONDICIONANDO LA VIDA


Ya está de nuevo el verano dispuesto a hacerme sufrir como de costumbre. Este año dicen que viene más caluroso. Me da lo mismo. Por mucha libertad que tenga de elegir el lugar más fresco, el infierno es el infierno.
Lo mío con el verano debe ser fruto de algún trauma sicológico originado quizás en algún verano de mi lejana infancia porque desde un punto de vista objetivo sé que en la actualidad vivo en el mejor de los mundos refrigerados. Uno puede desplazarse en verano a cualquier sitio cerrado en la seguridad plena de ser placentariamente protegido por un omnipotente aire acondicionado.
Incluso cuando decido ir al supermercado de arriba, debo coger una cazadora ligera para protegerme del frio intenso que despiden las estanterías de los congelados, las carnes, las frutas y verduras y los embutidos.
Siento un placer muy intenso entrar en el supermercado y ponerme inmediatamente la cazadora que me eximirá de un resfriado avant la page o de una gripe a contratiempo. Menos mal que desde hace un par de años he ingresado en el benemérito grupo de riesgo que me permite vacunarme a principios de otoño con total impunidad. Ni que decir tiene que con la cazadora ligera voy lo suficientemente protegido por arriba ya que por bajo sigo llevando mis clásicos pantalones largos.
El otro día en un supermercado muy grande que contenía una sección de televisores de última generación era el único vestido por abajo como antiguamente se vestían los hombres. Viejos de edad indefinible, jóvenes definitivos, cuarentones barrigudos con camiseta de tirantas, cincuentones esmirriados con cadenones al pecho, todos vestían el inefable pantalón corto hasta la rodilla o bien el llamado pantalón de pescador con unas cintas colgantes.
En la época en la que no había aire acondicionado, la gente vestía tan uniforme como ahora pero era bastante menos hortera. En aquella época el aire acondicionado era cosa de ricos, como el güisqui y los cigarrillos rubios americanos. Combatíamos el calor con un poco de sentido común, los pantalones de mil rayas y un ventilador de una sola velocidad…

lunes, 11 de julio de 2011

LA LLAVE.


Demasiadas veces vivió la dependencia de los demás como una tortura. Fue entonces cuando rompió todas sus inseguridades y se puso a escribir. Se convirtió en dios. A veces el dios desciende a tierra, deja de escribir y se somete al dictado de los demás. Es un dios irónico. Mientras realiza un trabajo casi siempre anodino, mete la mano en el bolsillo y toca la llave que le abrirá de nuevo las puertas del paraíso.

viernes, 8 de julio de 2011

SI YO FUERA RICO. DIGRESIÓN.


Es increíble la cantidad de inconveniencias que un individuo normal como yo puede decir ante un rico si no toma las debidas precauciones y, aún así, la falta de práctica en el contacto con la riqueza extrema siempre deparará algún que otro percance epistemológico. Por muy abierta y polivalente que sea una mente, su concepto del mundo está estrechamente ligado al estado socioeconómico en que se halla, sobre todo en lo que respecta al pensamiento concreto de las cosas cotidianas. (El pensamiento abstracto, al no depender de las menudencias materiales, es otra cosa y ahí existe prácticamente un riesgo cero en meter la pata). Lo único que distingue a un ser inteligente de un patán es la rapidísima capacidad para aprender. Nunca como hasta ahora estaba yo tan dispuesto a recibir un curso intensivo de indiferencia y soberbia, cualidades que, sutilmente dosificadas, distinguen a un rico del resto de la humanidad y del nuevo rico también.
El nuevo rico es un ser ostentoso y patatero, un hortera con pretensiones que deberá dejar pasar cien años como mínimo para que sus descendientes adquieran la fina pátina del rico de verdad. Al nuevo rico le puede el ansia de mostrar su riqueza y de entrar en la jet set que lo tratará a patadas durante un par de generaciones.
Basta observar a cualquier estrella del fútbol para darse uno cuenta de la cruel e insalvable distancia que media entre la riqueza gran reserva y la oreja del multimillonario deportista adornada con pendiente de oro y diamantes y móvil de ultimísima generación. Con esto quiero decir que es el tiempo el milagroso conversor de dinero en prestigio. No hay familia de rancio abolengo que no haya sido fundada por un canalla. Dinero y ringorrango van estrechamente unidos como lo demuestra el contubernio feliz entre el empresario que ha hecho su fortuna de la noche a la mañana y la aristócrata añeja cuya familia no tiene donde caerse muerta.
“Yo te doy mi dinero y a cambio tú me das tu fina pátina” debería ser la enseña que orlara muchos escudos y coronas. La única variante excelsa que conozco, y que me concierne directamente, sería la unión imperecedera de intelectual con hija única de multimillonario, que aburrida íntimamente del pijerio de su clase, decidiera ser fecundada por una mente privilegiada y extraordinariamente divertida como la mía.

lunes, 4 de julio de 2011

LAPIDARIUM.


Hasta que no se quedó sin tejado, no aprendió a arrojar piedras sobre el tejado de los demás

viernes, 1 de julio de 2011

COCODRILOS.


Muchas aguas había navegado el viejo cocodrilo desde que se sumergió por primera vez en el sagrado Nilo, muchas piezas había cobrado en ríos, mares y océanos. Su piel se había endurecido y su dentadura había sufrido cierto menoscabo. Ya no podía deslizarse a la antigua velocidad pues su enorme cola debía mover un cuerpo mucho más pesado. No obstante, la mengua natural de sus fuerzas se compensaba con la sabiduría del ahorro y del ritmo.
Fue por aquella época, recién iniciado el verano, cuando instó por enésima vez al cocodrilo joven a que lo acompañara a las aguas estancas e higiénicas de una piscina cubierta. Esta vez obtuvo una respuesta positiva. Deseaba el cocodrilo viejo adiestrar al cocodrilo nuevo en el arte sutil de la administración del esfuerzo con vistas al segundo anterior a la dentellada precisa que sumergiría a la presa en el abismo.
El cocodrilo viejo hizo al nuevo una proposición simple, “Sígueme a media cola y acompasa tu respiración al nado”. Así fue hecho durante una porción muy pequeña de la travesía pues el cocodrilo joven, al quinto largo, se quedó por un momento parado en el dique de salida como si todavía no hubiera aquilatado la relación de movimiento y fuerza y necesitara descansar.
El viejo cocodrilo volvió hacia atrás su enorme cabeza para ver cómo una gran cantidad de agua lo separaba del retoño quien ya había iniciado la nadadura. “No mide bien, ya se acostumbrará” pensó el gran cocodrilo al tiempo que comprobaba en el segundo viraje hacia atrás cómo el cocodrilo joven se le iba acercando a gran velocidad hasta tocar su cola con el prolongado hocico justo antes de llegar al dique de llegada.
Así sucedió un largo tras otro en que el brío del joven cocodrilo le procuró el suficiente desparpajo para dejar cada vez más distancia hasta tocar no sólo la cola del gran cocodrilo sino rebasarlo en el último segundo en medio de un amasijo enorme de agua removida.
“Está jugando conmigo y en vez de medirse, me prueba y se prueba. No me parece mal. Así tiene que ser”. Se dijo íntimamente orgulloso el cocodrilo viejo mientras mantenía el ritmo exacto e igual desde el inicio de la travesía.
“Sin embargo, debe aprender una lección”, concluyó. Justo antes del último largo, rebasado una vez más en los metros finales, le dijo con voz a clara al cocodrilo joven “A toda marcha. Sígueme si puedes”. Fue entonces cuando, apretando los dientes, la enorme cola empezó a batir con la máxima potencia originando un frenesí en las aguas espumantes que se abrían sumisas y dóciles.
El joven cocodrilo pudo afrontar el reto al principio cuando hizo acopio del resto de sus ya escasas fuerzas para irse retrasando en la medianía y llegar bastante rezagado al dique donde lo esperaba el viejo cocodrilo que no dejó traslucir la más mínima emoción. Sin embargo, una sonrisa interior lo atravesaba entero desde la punta de la cola hasta su enorme boca donde comprobó sin sorpresa que había perdido unos cuantos dientes.