viernes, 1 de julio de 2011

COCODRILOS.


Muchas aguas había navegado el viejo cocodrilo desde que se sumergió por primera vez en el sagrado Nilo, muchas piezas había cobrado en ríos, mares y océanos. Su piel se había endurecido y su dentadura había sufrido cierto menoscabo. Ya no podía deslizarse a la antigua velocidad pues su enorme cola debía mover un cuerpo mucho más pesado. No obstante, la mengua natural de sus fuerzas se compensaba con la sabiduría del ahorro y del ritmo.
Fue por aquella época, recién iniciado el verano, cuando instó por enésima vez al cocodrilo joven a que lo acompañara a las aguas estancas e higiénicas de una piscina cubierta. Esta vez obtuvo una respuesta positiva. Deseaba el cocodrilo viejo adiestrar al cocodrilo nuevo en el arte sutil de la administración del esfuerzo con vistas al segundo anterior a la dentellada precisa que sumergiría a la presa en el abismo.
El cocodrilo viejo hizo al nuevo una proposición simple, “Sígueme a media cola y acompasa tu respiración al nado”. Así fue hecho durante una porción muy pequeña de la travesía pues el cocodrilo joven, al quinto largo, se quedó por un momento parado en el dique de salida como si todavía no hubiera aquilatado la relación de movimiento y fuerza y necesitara descansar.
El viejo cocodrilo volvió hacia atrás su enorme cabeza para ver cómo una gran cantidad de agua lo separaba del retoño quien ya había iniciado la nadadura. “No mide bien, ya se acostumbrará” pensó el gran cocodrilo al tiempo que comprobaba en el segundo viraje hacia atrás cómo el cocodrilo joven se le iba acercando a gran velocidad hasta tocar su cola con el prolongado hocico justo antes de llegar al dique de llegada.
Así sucedió un largo tras otro en que el brío del joven cocodrilo le procuró el suficiente desparpajo para dejar cada vez más distancia hasta tocar no sólo la cola del gran cocodrilo sino rebasarlo en el último segundo en medio de un amasijo enorme de agua removida.
“Está jugando conmigo y en vez de medirse, me prueba y se prueba. No me parece mal. Así tiene que ser”. Se dijo íntimamente orgulloso el cocodrilo viejo mientras mantenía el ritmo exacto e igual desde el inicio de la travesía.
“Sin embargo, debe aprender una lección”, concluyó. Justo antes del último largo, rebasado una vez más en los metros finales, le dijo con voz a clara al cocodrilo joven “A toda marcha. Sígueme si puedes”. Fue entonces cuando, apretando los dientes, la enorme cola empezó a batir con la máxima potencia originando un frenesí en las aguas espumantes que se abrían sumisas y dóciles.
El joven cocodrilo pudo afrontar el reto al principio cuando hizo acopio del resto de sus ya escasas fuerzas para irse retrasando en la medianía y llegar bastante rezagado al dique donde lo esperaba el viejo cocodrilo que no dejó traslucir la más mínima emoción. Sin embargo, una sonrisa interior lo atravesaba entero desde la punta de la cola hasta su enorme boca donde comprobó sin sorpresa que había perdido unos cuantos dientes.

4 comentarios:

Tordon dijo...

Diga usted toda la verdad: Después de la prueba, el joven cocodrilo se fue de discoteca, mientras que al viejo cocodrilo estuvieron a punto de ingresarlo en la UVI...

Bueno, casi.

El Porquero de Agamenón dijo...

Sí señor, debo confesar que se ha quedado corto en su muy acertado vaticinio.De hecho le escribo ahora recién salido de la UVI.

Noite de luNa dijo...

No quise contestar la primera para no parecer demasiado dura.

Señores, la vida es así.

Saludos

El Porquero de Agamenón dijo...

Ya sé que la vida es así por eso deslizo sutilmente que el viejo cocodrilo perdió algunos dientes, amarga victoria o dulce derrota la suya....
Buenas noche a los dos y gracias