viernes, 8 de julio de 2011

SI YO FUERA RICO. DIGRESIÓN.


Es increíble la cantidad de inconveniencias que un individuo normal como yo puede decir ante un rico si no toma las debidas precauciones y, aún así, la falta de práctica en el contacto con la riqueza extrema siempre deparará algún que otro percance epistemológico. Por muy abierta y polivalente que sea una mente, su concepto del mundo está estrechamente ligado al estado socioeconómico en que se halla, sobre todo en lo que respecta al pensamiento concreto de las cosas cotidianas. (El pensamiento abstracto, al no depender de las menudencias materiales, es otra cosa y ahí existe prácticamente un riesgo cero en meter la pata). Lo único que distingue a un ser inteligente de un patán es la rapidísima capacidad para aprender. Nunca como hasta ahora estaba yo tan dispuesto a recibir un curso intensivo de indiferencia y soberbia, cualidades que, sutilmente dosificadas, distinguen a un rico del resto de la humanidad y del nuevo rico también.
El nuevo rico es un ser ostentoso y patatero, un hortera con pretensiones que deberá dejar pasar cien años como mínimo para que sus descendientes adquieran la fina pátina del rico de verdad. Al nuevo rico le puede el ansia de mostrar su riqueza y de entrar en la jet set que lo tratará a patadas durante un par de generaciones.
Basta observar a cualquier estrella del fútbol para darse uno cuenta de la cruel e insalvable distancia que media entre la riqueza gran reserva y la oreja del multimillonario deportista adornada con pendiente de oro y diamantes y móvil de ultimísima generación. Con esto quiero decir que es el tiempo el milagroso conversor de dinero en prestigio. No hay familia de rancio abolengo que no haya sido fundada por un canalla. Dinero y ringorrango van estrechamente unidos como lo demuestra el contubernio feliz entre el empresario que ha hecho su fortuna de la noche a la mañana y la aristócrata añeja cuya familia no tiene donde caerse muerta.
“Yo te doy mi dinero y a cambio tú me das tu fina pátina” debería ser la enseña que orlara muchos escudos y coronas. La única variante excelsa que conozco, y que me concierne directamente, sería la unión imperecedera de intelectual con hija única de multimillonario, que aburrida íntimamente del pijerio de su clase, decidiera ser fecundada por una mente privilegiada y extraordinariamente divertida como la mía.

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