miércoles, 13 de julio de 2011

ACONDICIONANDO LA VIDA


Ya está de nuevo el verano dispuesto a hacerme sufrir como de costumbre. Este año dicen que viene más caluroso. Me da lo mismo. Por mucha libertad que tenga de elegir el lugar más fresco, el infierno es el infierno.
Lo mío con el verano debe ser fruto de algún trauma sicológico originado quizás en algún verano de mi lejana infancia porque desde un punto de vista objetivo sé que en la actualidad vivo en el mejor de los mundos refrigerados. Uno puede desplazarse en verano a cualquier sitio cerrado en la seguridad plena de ser placentariamente protegido por un omnipotente aire acondicionado.
Incluso cuando decido ir al supermercado de arriba, debo coger una cazadora ligera para protegerme del frio intenso que despiden las estanterías de los congelados, las carnes, las frutas y verduras y los embutidos.
Siento un placer muy intenso entrar en el supermercado y ponerme inmediatamente la cazadora que me eximirá de un resfriado avant la page o de una gripe a contratiempo. Menos mal que desde hace un par de años he ingresado en el benemérito grupo de riesgo que me permite vacunarme a principios de otoño con total impunidad. Ni que decir tiene que con la cazadora ligera voy lo suficientemente protegido por arriba ya que por bajo sigo llevando mis clásicos pantalones largos.
El otro día en un supermercado muy grande que contenía una sección de televisores de última generación era el único vestido por abajo como antiguamente se vestían los hombres. Viejos de edad indefinible, jóvenes definitivos, cuarentones barrigudos con camiseta de tirantas, cincuentones esmirriados con cadenones al pecho, todos vestían el inefable pantalón corto hasta la rodilla o bien el llamado pantalón de pescador con unas cintas colgantes.
En la época en la que no había aire acondicionado, la gente vestía tan uniforme como ahora pero era bastante menos hortera. En aquella época el aire acondicionado era cosa de ricos, como el güisqui y los cigarrillos rubios americanos. Combatíamos el calor con un poco de sentido común, los pantalones de mil rayas y un ventilador de una sola velocidad…

2 comentarios:

Noite de luNa dijo...

Si no le pareciera una grosería, le invitaria a mi pueblo pequeño donde esos aparatos no se usan y dormiría muy bien, se lo aseguro.

De día hace calor al sol, las sombras de los árboles cobijan. Al caer la tarde y por la noche no suben la temperaturas de 16º.

Un supermercado de esos da para un estudio antropológico.

El Porquero de Agamenón dijo...

No es ninguna grosería, muchas gracias.