miércoles, 30 de junio de 2010

BARROCO.




A menudo, la impotencia se manifiesta en el exceso.

lunes, 28 de junio de 2010

MUNDOS Y ROSTROS.


Para ser actor hay que tener un rostro, para ser escritor un mundo.

viernes, 25 de junio de 2010

MI FRIGORÍFICO ALEMÁN II.(Fragmento)


(Devoted to my friend, Hans Mayer, el zorro de el Palo)

Que mi frigorífico alemán se sabe la estrella no sólo de la cocina sino de la casa es algo que fui intuyendo poco a poco. La otra estrella permanece inalcanzable. Para ser exactos y, suponiendo que el universo sea efectivamente curvo, cada estrella forma un sistema solar en las antípodas. Ambas saben de su existencia mutua pero a mi me da la impresión de que se ignoran. Me resultaría muy difícil demostrarlo porque no hay pruebas fehacientes, pero si tuviera que poner mi mano en el fuego, lo haría y no me quemaría. Se ignoran desde la altivez de considerarse únicas aunque saben que no lo son. La otra estrella, claro está, es el caballete y su sistema planetario de lienzos y pinturas que giran alrededor de él. Su reino no pertenece al mundo propio de la casa pero está en él. El estudio de mi mujer reina soberano en la tercera planta.




La búsqueda de la casa que reuniera los requisitos necesarios para que mi mujer pudiera desarrollar su labor artística sin cortapisas, fue laberíntica y, al mismo tiempo, sencillísima. Mi mujer estaba harta de desplazarse ocho kilómetros diarios a su estudio que está en el pueblo costero contiguo. Si a eso añadimos los gravísimos problemas de aparcamiento en un verano atestado de escopeteros chancleteros en peregrinaje continuo a la playa, habrá que deducir, con toda lógica, que la paciencia de mi mujer se había agotado. Mi mujer es como yo. Ambos somos pacientes tortugas que, en un momento dado, se calzan las zapatillas de correr y hacen los cien metros lisos en tiempos de récord. Así que, nada más percibir una entrada raquítica pero mensual de dinero por parte de la universidad popular, mi mujer empezó a buscar una casa donde pudiéramos vivir y tener su estudio. A ser posible, debería estar en la parte más alta de la casa ya que los olores de las pinturas tienden más a subir que a bajar. Las ventajas, aparte del ahorro de gasolina y tiempo, eran innumerables. Mi mujer, ya lo dije, pinta, no reflexiona sobre la densidad de los sintagmas. O sea que uno ve una manzana donde, efectivamente, hay una manzana y no un ectoplasma conceptual. Eso implica un oficio y un gran placer al ejercerlo. De lo que se deduce que a mi mujer la veo muy poco en casa aunque está casi siempre. A la hora de comer, echar una charlilla y/o fornicar. En casa formamos dos islas con un océano en medio.



Calzadas las veloces zapatillas, en un mes se vio sesenta casas en compañía de mi suegra a la que sólo le falta el casco de motorista pizzera, vista la cantidad de desplazamientos que produce al año. Mientras tanto, yo permanecía en la casa antigua como un gato castrado del miedo que tenía a meterme en mudanzas e hipotecas. Con mi suegra y mi mujer vi unas cuantas casas que, lógicamente, no fueron de mi agrado. Hubo sólo una que nos procuró una semana sin dormir de las vueltas y revueltas que le dimos hasta que, imponente como una emperatriz austrohúngara, vino a nosotros la casa que los italianos de ojos claros nos enseñaron. Ya se la habían enseñado a mi mujer, pero su precio hizo que la desechara como un sueño imposible. Y aquí entro yo que, calzándome las zapatillas milagrosas, dejo de ser una tortuga milenaria o gato castrado y me convierto en un tiburón de las finanzas y digo: “Adelante y que salga el sol por Antequera”. Mientras tanto mi mujer se había convertido en vendedora profesional. Descubrió una manera muy simple e imaginativa de ahorrarnos una hipoteca puente mediante una argucia legal que permitía ampliar al máximo los plazos de venta y compra. Debíamos vender dos casas para conseguir una. Fue el regalo que le hizo a los italianos de ojos claros. La imaginación es la cosa más útil del mundo.


La casa consta de dos plantas más una tercera que tiene por nombre antiguo “terraza grande” y por modernez hortera el nombre de solarium. En la terraza el putón británico había construido una habitación para que durmiera su hijo alejado de sus puterías y alcoholismos. Lo cual me parece muy bien. Sobre todo a mi mujer que ya tenía su estudio.

El frigorífico estaba. El caballete llegó. A partir de ahí empezó una sorda lucha del frigorífico contra el caballete. La verdad por delante. Mi frigorífico era el ofendido. El caballete va de artista y le importan un pimiento las cosas cotidianas y materiales Mi frigorífico, aunque es alemán, se comportó igual que un mayordomo inglés de una película americana que, habiendo dedicado toda su vida doméstica a procurar un bienestar autista a su amo, se ve relegado a un segundo plano por la irrupción violenta y volcánica de un pendón desorejado que vuelve loco a su amo.

Todavía recuerdo el primer ruido sibilino que hizo mi frigorífico cuando entró por ver primera el caballete en la casa. Más concretamente en la cocina donde pernoctó la primera noche. Al vender la antigua casa para comprar la nueva, tuvimos que hacer rápidamente una mudanza doble acuciados por los nuevos propietarios de la casa antigua, a su vez acuciados por la mensualidad acuciante del alquiler donde vivían. Por un lado los enseres de la casa antigua. Por otro lado la parafernalia pinturera del estudio. En medio, una furgoneta mas pequeña que grande con tres mozos. Andábamos ya muy justitos para contratar una mudanza profesional. Dimos en un día todos los viajes del mundo en medio de una lluvia pertinaz. Para mi desgracia, mi mujer es bastante prolífica. Hubo que envolver uno por uno un sinfín de cuadros para protegerlos de la lluvia. Condenados a repetir otra vez la historia de la armada invencible y los elementos, gracias a mis conocimientos históricos no nos volvimos histéricos y capeamos el temporal con mucho trabajo pero con éxito.


La noche en que el caballete pernoctó en la cocina, el frigorífico alemán me adoptó. Por despecho y venganza. Los caballetes no tienen nombre y su género es epiceno. Supongo que cuando llegó el caballete lo primero que hizo fue indagar a qué miembro de la pareja pertenecía. Los frigoríficos alemanes son inteligentes, constantes, sólidos, con voluntad de hierro pero no son adivinos. No le costó mucho averiguarlo. El caballete llegó con nocturnidad y alevosía en el último viaje con nuestras fuerzas muy mermadas en medio de un mar de paquetes que ocupaban toda la planta baja. Ante la perspectiva de subirlo en procesión hasta la planta tercera, mi mujer dijo algo así como: “Vamos a poner el caballete provisionalmente en la cocina y mañana lo subimos. ¿Por qué no llamas y encargas unas pizzas”, frase ambigua a todas luces desde el punto de vista de un frigorífico alemán macho que sabe que en la casa quien manda es la mujer. Devoradas las pizzas, mi mujer y yo llevamos los restos a la cocina en conversación iniciada desde el salón justo cuando ella me dice que tiene muchas ganas de que sea mañana para subirse al estudio y ver qué tipo de luz hay. Aquí fue donde el frigorífico pilló la onda correcta y con rapidez inaudita empezó a conchabarse conmigo. Fue entonces, al abrirlo para descorchar una botella de champán que había metido en el primer viaje, cuando me soltó la vaharada antigua del ping-pong.

miércoles, 23 de junio de 2010

MI FRIGORÍFICO ALEMÁN.(Fragmento)









Estoy muy orgulloso de mi frigorífico. Consta de dos cuerpos independientes. A la izquierda, un congelador superfrost con alarma y ocho cajones. A la derecha el frigorífico propiamente dicho. Premium frost free. Debo aclarar cuanto antes que, a pesar del inglés, mi frigorífico es alemán. Consecuentemente, mi frigorífico se porta como el banco central europeo. Está dotado de un sistema infalible de cierre que no permite que se abra cuando uno quiera. Si uno se equivoca y cierra la puerta tras meter el pepino y se le ha olvidado, en lo que va, sacar el tomate, uno debe esperar su tiempo. Mi frigorífico y yo estamos hechos el uno para el otro. Incluso antes de conocernos, nuestra medida del mundo coincidía exactamente con nuestra altura; un metro, ochenta y cinco. Estoy escribiendo esto y, conforme acumulo palabras, se me van poniendo los pelos de punta.




Hasta que no lo conocí, no sabía yo la relación íntima que un escritor sin historia podía tener con un frigorífico alemán. La primera vez que lo abrí, una vaharada antigua me trasportó a cuando me iba a Falange a jugar al ping.pong. Cuarenta años sin jugar a la pelotita y hace dos días acabo de obtener el subcampeonato en la liguilla del club. Mi frigorífico alemán pertenece a la segunda casa que me compré. La primera la adquirí a la edad en que muchos de mis amigos se habían comprado la segunda en el campo, incluso la tercera para cuando la niña creciera. En general mis amigos me suelen llevar un par de casas de adelanto. Mi primera casa estaba muy cerca de la playa. Craso error. Una algarabía atroz era producida a diario por el ladrillo y por unos rumanos desaprensivos armados de acordeón y violines que amenizaban gratuitamente mis tardes hasta las once de la noche. Diez años de martillo neumático y turismo contribuyeron a que mi mujer y yo decidiéramos, con el beneplácito de nuestro hijo y su mochila, internarnos en el interior del pueblo costero y vivir una vida tranquila. Un buen día pasamos el rubicón de la mediana que tardaron en construir año y medio y nos introdujimos en la inmobiliaria de los italianos de ojos claros que estaba enfrente. Tuvimos que vender la casa donde vivíamos, el estudio de mi mujer y meternos en una hipoteca. Mereció la pena. Los italianos de la inmobiliaria eran cuatro y un autóctono. Él autóctono, como su propio nombre indica, no era italiano pero lo parecía por su gran parecido físico con Adriano Celentano, mi cantante preferido.




Me enamoré del Celentano cuando lo vi cantando “Qui non labora non fa la more” en el festival de San Remo. Desde entonces permanece congelado en mi memoria en forma de cubito de hielo bajo la amorosa tutela del frigorífico alemán. A medida que el cubito Celentano se deshace en mi boca, deja escapar los sabores refrescantes de las grandes damas italianas de la canción. Mina y Patty Bravo. Desde sus perfiladísimas cejas contemplan la candidez de Gigliola Cinquetti, la elegancia de Iva Zanicci, el suicidio ciao, amore,ciao de Dalida y el vuelo azul de Domenico Modugno que era igualito a mi peluquero, alias “el bigotino”. La perfección del bigote del bigotino rimaba en consonancia perfecta con sus afiladísimas tijeras que enarbolaba como un asesino antes de practicarle a mi cabello infantil un corte radical.


El cubito de hielo de Celentano no tiene nada que ver con los cantantes multicolores de ahora, tan parecidos a los tintes del supermercado de abajo. Celentano, camisa negra, corbata de lunares, sombrero mafioso y una chulería infinita encima de un escenario, tampoco tiene nada que ver con las metáforas facilonas que el escritor desconocido del taller me propone para aludir a la nostalgia del tiempo que pasa; memoria viva, memoria personal, asignaturas pendientes, recuerdos imperecederos, baúl de los recuerdos y demás topicazos. “Los elementos de la comparación, base de la metáfora, deben ser proporcionados. Comparar los recuerdos, calidez, con un cubito de hielo es un contrasentido absoluto, una sinestesia imposible. No se pueden mezclar churras con merinas. Para hacerlo hay que tener la maestría de los grandes escritores y usted, evidentemente, no la tiene y dudo mucho que la pueda tener”, me dice masticando las palabras mientras un alíen hambriento me está comiendo las tripas. Y sigue: “El hecho de que la literatura no tenga la exactitud de las matemáticas no es ningún pasaporte para que cualquiera escriba como quiera. No se puede escribir confusamente sobre la confusión”.




Antes de que le dé tiempo a darme la espalda y saludar al tendido, le digo que lo tengo muy claro. “Para mí la literatura es precisamente poder mezclar las churras con las merinas. Elevarme con una frase exquisita, un pensamiento superior, para después refocilarme en lo más canalla y soez. Soy múltiple y multiforme y no me conformo con un estilo, el suyo, que me recuerda a los muertos”, le digo casi sin aire y, tras una pausa brevísima para respirar, remato: “Las matemáticas tampoco son exactas. Las más bellas metáforas matemáticas, principio de incertidumbre, números reversibles, teoría de las catástrofes, principio de incompletitud, hablan precisamente de inexactitud”.


Fuera de sí, el escritor desconocido me grita que soy un provocador y que no puede permitir que alguien como yo le reviente la clase. Un silencio general atestigua mi soledad ante el peligro inminente de ser expulsado. O saco la espada samurai que no saqué la vez anterior o me la envaino de nuevo. Esta vez no me sale de mis cojones. Mi ángel de la guarda, Bukowski, acude en mi ayuda recordándome un verso suyo que acoplo perfectamente a la situación y sirve para romper el hielo: “Es que yo amo a mi frigorífico, nena” que pronuncio con acento vaquero del Oeste mientras dirijo una pistola imaginaria a mis sienes.


Leve sonrisa del escritor desconocido repetida inmediatamente por sus alumnos y por mí. El escritor desconocido me dice: “Vamos a relajarnos. Ya ha tenido usted su minuto de gloria”


¡El minuto de gloria lo tengo ahora, capullo, que te estoy escribiendo por segunda vez! Ayer me pasé todo el día redactando esta puñetera página que he perdido por la mañana muy temprano en algún lugar inencontrable del ordenador. Te he tenido que rehacer frase a frase para recomponer la melodía perdida sabiendo que ninguna sonará de la misma manera. No importa. Cuando se tiene la música dentro, los instrumentos sobran. Esta música me dice que puedo entender el fracaso de los demás porque también es el mío, que puedo soportar la mediocridad general porque, aún no siendo mía, demasiadas veces me he sentido muy próximo. Lo que de ninguna manera soporto es, que desde la imposibilidad del vuelo, se enseñe a las águilas la manera más sencilla y rápida de cortarse las alas. Te lo digo, mi querido escritor desconocido, mientras brindo por ti con un güisqui con hielo fabricado amorosamente por mi frigorífico alemán. Salud.




lunes, 21 de junio de 2010

REALIDAD Y LENGUAJE.



(Devoted to miss Aquimequedaré)


I`m in the world, I`m in the words.

viernes, 18 de junio de 2010

AMERICAN BEAUTY.


Poética del vacío: El viento cuando lleva en su seno bolsas de plástico.

miércoles, 16 de junio de 2010

MAKING DIFFERENCES.


Mientras políticos, curas, artistas plásticos... reflexionan, este humilde porquero intenta pensar.

lunes, 14 de junio de 2010

ECUACION DE PRIMER GRADO CON ALGUNAS INCÓGNITAS.






Los domingos por la mañana el hombre queda con un amigo chileno, profesor de tenis, a jugar al ping-pong. Su amigo lo resarce de las palizas que durante la semana le propinan jugadores mucho mejores que él, empezando por su maestro y acabando por un treceañero imberbe. A su amigo el profesor de tenis le gana siempre y de paso practica el inglés. Su amigo estuvo viviendo mucho tiempo en Inglaterra. Allí se casó y nacieron sus hijos. Mientras la pelotita se desliza a una velocidad de vértigo y las gotas de sudor caen matemáticamente, los amigos hablan de lo divino y de lo humano. A los dos les gusta conversar. Este domingo no ha podido ser. Su amigo chileno está levantando la casa para irse, quién sabe por cuanto tiempo, a Australia. Este domingo también el hombre había quedado sin saberlo con su hijo, quien nada más levantarse, le ha reclamado angustiosamente que le ayude en Matemáticas. Ecuaciones de primer grado un poco complicadas. El hombre mayor reclama, a su vez, al niño que fue para que lo ayude, pero el niño que fue olvidó las ecuaciones y al joven que le siguió no le concedieron ninguna posibilidad. Le hicieron elegir entre ciencias o letras y tuvo que optar. ¿Quién dictó que las matemáticas son incompatibles con el latín?


El hombre mayor mira consternado el tema de las ecuaciones e intenta recordar los viejos códigos. Sólo dispone de una lógica de andar por casa y un cierto hábito lector. Poco a poco, va levantando un castillo de cifras y letras que se desmorona una y otra vez ante la inexpugnable solución. Los aciertos son pequeños, los errores, grandes. Su hijo lo espera y se desespera mientras lo ayuda a emborronar folios que van cayendo al cesto. El hombre mayor se debate entre el combate con los polinomios y el combate necesario que su hijo estableció con él hace un año. El hombre mayor, tras una hora, logra resolver por fin la primera ecuación. El hombre mayor se sumerge en una alegría profunda. Ya sólo le queda que el hijo resuelva sus propias incógnitas.

viernes, 11 de junio de 2010

EL PEREA II.(UN PENE FELIZ)


Cariñoso, buen amigo, ocurrente, simpático, entrante, muy inteligente, alegre…iniciaban una larga lista de ditirambos que todos los amigos remataban con la alusión jocosa a su exhibicionismo contumaz y a su persistente voluntad de no dar un palo al agua. Todos sus amigos sentíamos la peor de las envidias por la buena vida que el Perea se daba muchas veces a costa nuestra y con nuestra aquiescencia total. En más de un hogar, incluido el mío, tenía el Perea mesa y mantel perpetuos. Delante de un buen plato de comida, el Perea reinaba como un sátrapa. Sabía que parte del pacto conseguía en que amenizara la comida. Jamás nos defraudó. Tampoco me defraudó la vez aquella en que un humorista profesional tuvo la mala suerte de compartir mesa con el Perea en un festival de cine. Yo fui testigo de la opípara comida que sirvió de preámbulo para que el Perea se lo comiera de postre.


Mi amigo oficia de director de un festival de cine alternativo. Durante un mes sólo escucharás del Perea quejas y lamentos; un cincuenta por ciento corresponde al poco apoyo logístico que obtiene de las autoridades municipales. El otro cincuenta por ciento a su falta de hábito en el bregar diario. Las comidas significan normalmente un incordio para el director del festival que suele encontrarse en el centro de un huracán de egos desatados que reclaman continuamente su atención. Al menos esa fue la impresión que obtuve como espectador afortunado en un par de comidas a las que me invitó mi amigo para que conociera por dentro un mundo tan ajeno.


Una de ellas fue la del humorista televisivo. Un mariquita con pluma a lo Gloria Swanson. Por sus ademanes y poses parecería que iba pidiendo un pene lleno de glamour mientras bajaba una inmensa escalera de caracol. Abajo estaba esperándolo, con su pene feliz, el von Perea quien le tendía solícito los brazos, lo recogía del último peldaño y lo elevaba hasta su aguerrido pecho donde escucharía palabras de amor desmentidas por el batacazo que el maricón se daba contra el suelo pues un segundo antes el Perea lo había dejado caer exhibiendo la mejor de sus sonrisas.



No era la primera vez que mi amigo practicaba la mortal estrategia a cuyo ritual asistí con verdadera delectación. Pude ver cómo el humorista profesional iba cayendo como corderito inocente en las sucesivas trampas que le tendió mi amigo hasta el postre donde ya sólo tuvo que ponerle la guinda y zampárselo. Reunidos los ocho comensales en una mesa redonda apartada del mundanal ruido cinematográfico, sólo uno de ellos, el humorista artista, no formaba parte de la cohorte de amigos agradecidos que rodeábamos al Perea. El Perea no dispone casi nunca de la cantidad de dinero necesaria para correspondernos por los continuos convites a que es sometido día sí, día no. En su intención está. Por eso aprovecha el festival de cine para ajustar cuentas. Es un maestro en agasajar con el dinero de otros. También contribuye sin duda a estas pequeñas dilapidaciones el hecho incontestable de sentirse muy mal pagado. De manera que el mariquita artista era el centro de reunión de una mesa de seis comensales que poco o nada tenían que ver con las ínfulas cinéfilas y mucho menos nuestro amigo, el director del festival, que es el ser menos mitómano que conozco. No le hacía ninguna falta. La mitomanía no deja de ser una excrescencia si se la compara con su portentosa facultad trasustanciadora. El caso es que el humorista se las prometía muy felices con un auditorio entregado de antemano y exento de las envidias propias de la profesión. No es que el humorista se pusiera a contar chistes uno tras otro hasta dejarnos exhaustos. Dentro del humorismo, hay que reconocer que había sido muy bueno en lo suyo. No era un vulgar cuentachistes sino que interpretaba personajes distintos y creaba situaciones insólitas de gran comicidad. Otra cosa es que, para mi gusto, había bajado demasiado el nivel y ahora se dedicaba a una comicidad bastante previsible. Nada que objetar por otra parte. Nadie tiene por qué ser un héroe.




No sé si por la deformación profesional típica de todo artista que le lleva a conquistar a su público allí donde se encuentre o por su homosexualidad de reinona glamourosa o por ambas cosas a la vez, el caso es que desde el comienzo se encomendó la tarea de seducirnos. De lo que no se dio cuenta es que fue el Perea quien sedujo a todo el mundo aprovechándose del artista.

Primero permitió que se sintiera cómodo y fuera el centro de la reunión hasta el final. Fue el que más le rió las gracias, el que más lo jaleó, el que más lo admiró. Pero al mismo tiempo, empezó a trasladar su sustancia hacia el humorista que no opuso ninguna resistencia, concentrado como estaba en su actuación. Poco a poco fue entremetiendo breves comentarios graciosos que contribuían a realzar el espectáculo. El efecto fue demoledor porque el Perea habituó al humorista a contar con él hasta hacerse imprescindible. La segunda fase era la más complicada. Consistía en seguirle el juego a la vez que lo iba llevando sutilmente a su terreno para robarle el cetro y la corona. Los comentarios graciosos que introducía a modo de cuña iban solidificándose y adquiriendo cierta independencia del discurso cómico del humorista que, a esas alturas, había caído definitivamente en la red, pues sin querer hacía pausas destinadas a los comentarios del Perea quien ya entonces había concluido su proceso agregatorio y contemplaba al humorista desde dentro.



Al final de esta fase, el Perea, a petición del ya vencido humorista, hacía un pequeño recorrido por las mejores películas cómicas dejando que el humorista rematase la faena. Los papeles se habían invertido. La fase final comenzó con la sentencia de muerte que el humorista dictó contra sí mismo al nombrar a los Monty Python. Aún así, un Perea generoso lo dejó por última vez subirse al carro del triunfo. Hasta que el humorista empezó a hablar de “La vida de Brian”. El Perea se sabía “La vida de Brian” de cabo a rabo. El Perea nos ofreció un recital de cuarenta minutos sin parar de reír a mandíbula batiente, obligándonos a hacer la digestión por la vida rápida. Durante cuarenta gloriosos minutos escenificó las mejores secuencias de la película imitando no sólo a los actores principales sino a los secundarios. El orgasmo llegó cuando, levantado de la mesa, interpretó la secuencia donde los soldados romanos no podían reprimir la risa cuando escuchaban a un Poncio Pilatos gangoso. Como bis, en agradecimiento a los cerrados aplausos, nos ofreció la misma secuencia de Poncio Pilatos…pero ¡en inglés! ¡Dios mío! ¡Aquello fue demasiado!

Nadie de los asistentes a la comida podrá olvidar el momento en que el Perea subió a los cielos. Fue entonces cuando me percaté que el número de espectadores había aumentado notablemente. Todo el restaurante, actores, directores, camareros, se había congregado en torno nuestra. Fue entonces cuando miré el rostro del humorista que reflejaba, píxel a píxel, la profundidad de la derrota.



Todos los amigos del Perea éramos su público más fiel. Todos compartíamos al Perea como pasión común. Precisamente por eso ninguno a quien interrogué pudo darme una visión objetiva. No había duda. El Perea era el amigo ideal. Y lo es, pero en mi modesta opinión no compartida con nadie excepto con el propio sujeto, el Perea es mucho más. No hay un solo átomo de su abundante inteligencia que no esté dirigida a desaparecer en el otro.


miércoles, 9 de junio de 2010

VERDAD ENCADENADA.


Somos muchos y somos tantos que somos todos. Somos el todo y afuera no hay nada…Tenemos la verdad.

lunes, 7 de junio de 2010

EL PEREA.(UN PENE FELIZ).


(Devoted to Mr Argax)

La otra tarde, tumbado en la cama plácidamente, con una mano detrás de la nuca y la otra masajeándome el órgano genital, me acordé del profundo cambio que dio mi vida cuando conocí al Perea. A primera vista su aspecto pudiera confundirse con algún dibujo animado de plastilina. Sin embargo nadie tan renuente a ser retratado al estilo del realismo decimonónico. Imposible tomarlo como modelo de nada, ni tan siquiera de sí mismo. Su aspecto de osito de peluche, aparentemente trivial, esconde otros rostros que se superponen unos a otros sin el más mínimo roce. Siendo el mismo jamás es él mismo, pues ha hecho de lo mudable y lo moldeable su característica más sobresaliente. Todo lo que concierne a su ser debe ser tomado como algo provisional, sujeto al cambio y a la perífrasis. Decir, por tanto, “característica”, incluso “ser”, cuando uno se refiere al Perea no deja de ser una arrogancia temeraria. Lo único que mantiene al Perea como unidad de destino existencial es su nombre. El Perea.

Yo hace mucho tiempo que no leo novelas. De la época mía literaria en que era capaz de leer novelas intelectuales de realidad poliédrica, recuerdo una repleta de latinajos. Uno de ellos decía "nomina nuda tenemus" que significa sólo poseemos los nombres desnudos. El Perea se sostenía a sí mismo merced a su apellido indefectiblemente acompañado por el artículo determinado en un intento inconsciente de otorgarse una determinación y una sustancia propia. Todo el mundo conocía al Perea por el Perea. Pero el Perea disponía también de doble nombre propio y unos apellidos como todo el mundo, además de una casa paterna de la que jamás saldría por la sencilla razón de que no entraba en sus planes. Si a eso añadimos que sus padres estaban orgullosos de cobijarlo y mantener sus necesidades primarias felizmente satisfechas, el paraíso para el Perea tenía el número y el nombre de la calle de la ciudad donde vivían sus benéficos padres.





Doblar el lomo mediante algún trabajo diario que le obligara a ganarse el pan con el sudor de su frente y a independizarse no formaba parte de su proyecto de vida si es que, realmente, se pudiera decir del Perea que tuviera un proyecto. Sólo una vez me invitó a su casa, quiero decir a su habitación. Nunca vi nada semejante. En cierta manera me había preparado para la visita que consideraba como la máxima prueba de su amistad. Siempre me decía que algún día me enseñaría su tesoro, su cueva, con una sucesión de frases cortadas en anacoluto abrupto, seguidas por un montón de puntos suspensivos como si estuviera en medio de una intriga de novela gótica.

Se diría que un loco desesperado hubiera querido montar al mismo tiempo una mercería y una ferretería. Tal era el abigarramiento y la confusión. Fue entonces cuando tuve una idea, muy aproximada, pero idea al fin y al cabo, de lo que significaba el Perea. El Perea estaba dotado de una inteligencia adaptativa bestial. Hablar con él no era hablar con él, era hablar con uno mismo confirmándose por dentro de cada frase a través del Perea que estaba afuera tomándose contigo un café. El Perea de afuera no era tampoco el Perea. Era la carcasa del Perea porque el Perea en sí, como tal Perea, había desaparecido. A lo largo de estos años he mantenido con él larguísimas conversaciones. Hemos hablado de lo divino y de lo humano. No ha habido ninguna durante la cual no haya sentido en algún momento que mi ser había aumentado.

Si se me permite llamar masa a lo que sustenta al ser, debo decir que no tengo la menor duda de que la sustancia del Perea huye en masa de él para venir a refugiarse a la mía aumentándola considerablemente de manera que yo, soy mucho más yo por la transferencia de masa del ser de Perea que deja de ser él para fundirse en mí. Uno puede agregar siempre más plastilina, mas miga de pan a la originaria, amasarla pacientemente hasta conseguir una masa homogénea y universal.





La agregación del Perea se producía no sólo conmigo a quien hacía creer que era su amigo del alma, aunque decir “hacer creer” es un concepto muy exterior al Perea. Él no hacía jamás creer a nadie nada. Lo cual confirma que sus múltiples agregaciones a las sustancias de los demás eran naturales e intrínsecas. En cierta manera, su facultad de adaptación suma se produce a pesar de él. El Perea es un ser nacido para fundirse con los demás y no digamos cuando los demás pertenecen al género femenino.





¿Era el Perea un fornicador full time? Rotundamente no. Era un exhibicionista nato. Eran tan exacerbado su exhibicionismo que, desde el punto de vista estrictamente lógico sólo se podría pensar que su conducta era la respuesta aumentativa a una deficiencia diminutiva, una compensación sicológica. Puedo asegurarles con gran conocimiento de causa que la sustancia denominada “el Perea”, aparte de disponer de un pene feliz, era absolutamente refractaria a cualquier investigación sicológica. Mi profundo conocimiento del lenguaje más un estrecho contacto con el sicoanálisis lacaniano hacía de mí el estudioso ideal. Nada conseguí. La única manera de afrontar al Perea era desde el punto de vista fenomenológico.





A estas alturas de la película, alguien podría pensar que mi profunda amistad con el Perea me descalifica automáticamente con respecto a las causas y motivos de su exhibicionismo contumaz. Todo esto de la fenomenología sería una ocultación piadosa, una sublimación en forma de análisis filosófico de una trauma sicofísico que yo realizo llevado por el profundo aprecio que le tengo a mi amigo. Es más, en el caso improbable de que del otro lado del que escribo haya un lector, para el tal lector yo sería el menos indicado para hablar del Perea. Mi subjetividad rayaría en lo enfermizo en tanto yo soy el único, de entre sus numerosísimos amigos, que ha escrito sobre la transustanciación del Perea en mí como acto eucarístico.





Esto que pudiera ir en claro detrimento mío, me hace más fuerte y más convencido de que mi punto de vista es el único posible. No digo que sea el verdadero, digo que es el único pues no me cansaré de repetir que todo lo que concierne a mi amigo debe ser tomado como aproximación. Perea es y no es al mismo tiempo. Conmigo y con todos sus amigos. Otra cosa muy distinta y muy interesante, aunque imposible, sería averiguar quién es, o mejor, qué es Perea cuando esta solo.

¿Una sustancia que deja de ser sustancia para descansar de sí misma, de sus cambios y metamorfosis? ¿Algo que tras la permanente permutación, buscara la estabilidad de la bañera llenándola de agua donde sumergirse uterinamente para, un poco más adelante, licuarse e irse por el desagüe hasta el mar y travestirse en el bikini de una nórdica? ¿Sería consciente el Perea de la soledad? ¿Se agregaría a ella haciéndose sinsustancia y silencio para no tener conciencia exterior de nada? ¿Es posible, ontológicamente hablando, que una sustancia de tanta masa agregatoria como la del Perea se avenga a disgregarse en la sinsustancia? ¿Ha estado el Perea solo alguna vez?...

viernes, 4 de junio de 2010

LA MODA.


I-La moda y yo somos absolutamente irreconciliables. A mí me gusta desnudar a la mujer.


II-La moda y yo somos absolutamente antagónicos. Contra la moda, el modo.


III-La moda es efímera y circunstancial. El modo permanece.


IV-Una modelo es una mujer sin atributos.


V-Las modelos levitan.


Conclusión.

Cuando las modelos no levitan sino que con su peso, sus curvas, sus volúmenes y sus tacones excitan y explotan como una bomba en el sexo de los hombres, los pases de modelo no tienen ningún sentido. Ya no pueden mostrarse los vestidos sobre los cuerpos esqueléticos. Las grandes hembras hacen invisibles a los vestidos. Entonces se prohíben los pases de modelos. (EEUU).

miércoles, 2 de junio de 2010

UN PENE FELIZ.(Fragmento)


Desde que me enteré en el taller del escritor desconocido que la realidad no es un bloque de piedra decimonónico, mi vida literaria ha dado un giro copernicano. Para un escritor, que suele tener serios problemas a la hora de contar una historia, es una ventaja inestimable saber que la realidad no es un bloque de piedra. Esto me permite hablar de tú a tú con mis compañeros, los escritores modernos, que conciben la realidad como un magma o una superestructura compleja que encierra, como muñecas rusas, estructuras cada vez más pequeñas pero igual de complejas que se propagan hasta el infinito. A mí el magma me viene muy bien por mi carácter disgresivo y las estructuras complejas, también, para quitarme el complejo de escritor sin historia y, ya puestos, el complejo de escritor sin estructura. No tener una estructura narrativa definida me viene de perlas a la hora de irme por los cerros de Úbeda.


Por ejemplo ahora. He tenido que abandonar la escritura para obedecer la voz de mi querida esposa que me reclama para cenar en compañía de mi hijo que está abducido por el festival de Eurovisión. Vengo de escribir de la habitación que oficia de celda cartujana, me siento en el sofá del salón y me topo con la voz antigua del comentarista perpetuo que me introduce en el túnel del tiempo de cuando todo, incluida la realidad, era un bloque en blanco y negro. Veo en la televisión imágenes, color de supermercado que iguala a los cantantes como si fueran tintes. Muchos tienen cara de homosexual triunfador mientras ellas despliegan unas alas de compresa para cantar canciones ñoñas o indefectiblemente horteras. Por eso a mí la imagen que más me gustaría tener sobre la realidad sería aquella que pudiera compaginar la complejidad estructural y magmática de los escritores modernos con el mundo multicolor de eurovisión.




Y como sucede que últimamente estoy en estado de gracia, enseguida me viene la imagen perfecta en forma de bloque de plastilina. La realidad es un bloque de plastilina multicolor que uno puede manejar a su antojo. Si quiero, no me costaría gran esfuerzo en darle un pellizco al bloque y separar un trozo para moldearlo como quisiera. Ninguno de los dos iba a sufrir. Yo, porque soy libre como un dios bíblico que hubiera cambiado el antiguo barro adaptándose a estos tiempos y la plastilina, tampoco, porque es un ente inanimado al que no pienso insuflarle nada para que hable y se convierta en un dibujo animado. No me gustan los dibujos animados y mucho menos los que están hechos de plastilina. Jamás podría ser, auque me lo propusiera, un escritor Disney…



(Del cuento un pene feliz escrito por el Porquero en mayo).