lunes, 7 de junio de 2010

EL PEREA.(UN PENE FELIZ).


(Devoted to Mr Argax)

La otra tarde, tumbado en la cama plácidamente, con una mano detrás de la nuca y la otra masajeándome el órgano genital, me acordé del profundo cambio que dio mi vida cuando conocí al Perea. A primera vista su aspecto pudiera confundirse con algún dibujo animado de plastilina. Sin embargo nadie tan renuente a ser retratado al estilo del realismo decimonónico. Imposible tomarlo como modelo de nada, ni tan siquiera de sí mismo. Su aspecto de osito de peluche, aparentemente trivial, esconde otros rostros que se superponen unos a otros sin el más mínimo roce. Siendo el mismo jamás es él mismo, pues ha hecho de lo mudable y lo moldeable su característica más sobresaliente. Todo lo que concierne a su ser debe ser tomado como algo provisional, sujeto al cambio y a la perífrasis. Decir, por tanto, “característica”, incluso “ser”, cuando uno se refiere al Perea no deja de ser una arrogancia temeraria. Lo único que mantiene al Perea como unidad de destino existencial es su nombre. El Perea.

Yo hace mucho tiempo que no leo novelas. De la época mía literaria en que era capaz de leer novelas intelectuales de realidad poliédrica, recuerdo una repleta de latinajos. Uno de ellos decía "nomina nuda tenemus" que significa sólo poseemos los nombres desnudos. El Perea se sostenía a sí mismo merced a su apellido indefectiblemente acompañado por el artículo determinado en un intento inconsciente de otorgarse una determinación y una sustancia propia. Todo el mundo conocía al Perea por el Perea. Pero el Perea disponía también de doble nombre propio y unos apellidos como todo el mundo, además de una casa paterna de la que jamás saldría por la sencilla razón de que no entraba en sus planes. Si a eso añadimos que sus padres estaban orgullosos de cobijarlo y mantener sus necesidades primarias felizmente satisfechas, el paraíso para el Perea tenía el número y el nombre de la calle de la ciudad donde vivían sus benéficos padres.





Doblar el lomo mediante algún trabajo diario que le obligara a ganarse el pan con el sudor de su frente y a independizarse no formaba parte de su proyecto de vida si es que, realmente, se pudiera decir del Perea que tuviera un proyecto. Sólo una vez me invitó a su casa, quiero decir a su habitación. Nunca vi nada semejante. En cierta manera me había preparado para la visita que consideraba como la máxima prueba de su amistad. Siempre me decía que algún día me enseñaría su tesoro, su cueva, con una sucesión de frases cortadas en anacoluto abrupto, seguidas por un montón de puntos suspensivos como si estuviera en medio de una intriga de novela gótica.

Se diría que un loco desesperado hubiera querido montar al mismo tiempo una mercería y una ferretería. Tal era el abigarramiento y la confusión. Fue entonces cuando tuve una idea, muy aproximada, pero idea al fin y al cabo, de lo que significaba el Perea. El Perea estaba dotado de una inteligencia adaptativa bestial. Hablar con él no era hablar con él, era hablar con uno mismo confirmándose por dentro de cada frase a través del Perea que estaba afuera tomándose contigo un café. El Perea de afuera no era tampoco el Perea. Era la carcasa del Perea porque el Perea en sí, como tal Perea, había desaparecido. A lo largo de estos años he mantenido con él larguísimas conversaciones. Hemos hablado de lo divino y de lo humano. No ha habido ninguna durante la cual no haya sentido en algún momento que mi ser había aumentado.

Si se me permite llamar masa a lo que sustenta al ser, debo decir que no tengo la menor duda de que la sustancia del Perea huye en masa de él para venir a refugiarse a la mía aumentándola considerablemente de manera que yo, soy mucho más yo por la transferencia de masa del ser de Perea que deja de ser él para fundirse en mí. Uno puede agregar siempre más plastilina, mas miga de pan a la originaria, amasarla pacientemente hasta conseguir una masa homogénea y universal.





La agregación del Perea se producía no sólo conmigo a quien hacía creer que era su amigo del alma, aunque decir “hacer creer” es un concepto muy exterior al Perea. Él no hacía jamás creer a nadie nada. Lo cual confirma que sus múltiples agregaciones a las sustancias de los demás eran naturales e intrínsecas. En cierta manera, su facultad de adaptación suma se produce a pesar de él. El Perea es un ser nacido para fundirse con los demás y no digamos cuando los demás pertenecen al género femenino.





¿Era el Perea un fornicador full time? Rotundamente no. Era un exhibicionista nato. Eran tan exacerbado su exhibicionismo que, desde el punto de vista estrictamente lógico sólo se podría pensar que su conducta era la respuesta aumentativa a una deficiencia diminutiva, una compensación sicológica. Puedo asegurarles con gran conocimiento de causa que la sustancia denominada “el Perea”, aparte de disponer de un pene feliz, era absolutamente refractaria a cualquier investigación sicológica. Mi profundo conocimiento del lenguaje más un estrecho contacto con el sicoanálisis lacaniano hacía de mí el estudioso ideal. Nada conseguí. La única manera de afrontar al Perea era desde el punto de vista fenomenológico.





A estas alturas de la película, alguien podría pensar que mi profunda amistad con el Perea me descalifica automáticamente con respecto a las causas y motivos de su exhibicionismo contumaz. Todo esto de la fenomenología sería una ocultación piadosa, una sublimación en forma de análisis filosófico de una trauma sicofísico que yo realizo llevado por el profundo aprecio que le tengo a mi amigo. Es más, en el caso improbable de que del otro lado del que escribo haya un lector, para el tal lector yo sería el menos indicado para hablar del Perea. Mi subjetividad rayaría en lo enfermizo en tanto yo soy el único, de entre sus numerosísimos amigos, que ha escrito sobre la transustanciación del Perea en mí como acto eucarístico.





Esto que pudiera ir en claro detrimento mío, me hace más fuerte y más convencido de que mi punto de vista es el único posible. No digo que sea el verdadero, digo que es el único pues no me cansaré de repetir que todo lo que concierne a mi amigo debe ser tomado como aproximación. Perea es y no es al mismo tiempo. Conmigo y con todos sus amigos. Otra cosa muy distinta y muy interesante, aunque imposible, sería averiguar quién es, o mejor, qué es Perea cuando esta solo.

¿Una sustancia que deja de ser sustancia para descansar de sí misma, de sus cambios y metamorfosis? ¿Algo que tras la permanente permutación, buscara la estabilidad de la bañera llenándola de agua donde sumergirse uterinamente para, un poco más adelante, licuarse e irse por el desagüe hasta el mar y travestirse en el bikini de una nórdica? ¿Sería consciente el Perea de la soledad? ¿Se agregaría a ella haciéndose sinsustancia y silencio para no tener conciencia exterior de nada? ¿Es posible, ontológicamente hablando, que una sustancia de tanta masa agregatoria como la del Perea se avenga a disgregarse en la sinsustancia? ¿Ha estado el Perea solo alguna vez?...

3 comentarios:

Argax dijo...

Encantado de conocer a su amigo. Curiosidad saciada (en parte, pues son muchas las preguntas que sobre El Perea quedan en el aire).

El relato deja una de esa sonrisas duraderas.

Jamás volveré a mirar el biquini de las chicas de la misma manera.

Un abrazo y un placer, gracias por la dedicatoria.

El Porquero de Agamenón dijo...

Muchas gracias.
Una vez que ha conocido al Perea,es mi deber advertirle que ya no solo debe mirar el bikini sino a usted mismo ya que el Perea está dotado de la prodgiosa capacidad de transformarse en lo que quiera.
Por eso es un pene feliz.Quizás el único pene realmente feliz que haya conocido en mi vida de heterosexual permanente
Le hago esta precisión, quizá innecesaria, porque al leer la frase anterior,hasta a mí mismo me ha resultado muy fuerte.

Argax dijo...

Lo tendré en cuenta y estaré atento a mi alrededor ya que la omnipotencia del Perea lo convierte prácticamente en el aire que respiramos.

Un saludo y no deje de hacerme disfrutar.