jueves, 3 de julio de 2014

ROMANTICISMO.


(Aquí el Porquero no se corta un pelo y le da caña y estopa al pasteloso y estomagante romanticismo)



Ganas tenía yo de hincarle el diente a ese aborto, a ese engendro causante de todas las desgracias que suceden al ser humano. Sus execrables tentáculos nacieron a finales del XVIII en la mente de débiles mentales. Hoy, el romanticismo es una gigantesca hidra de millones de cabezas, una plaga que todo lo arrasa, el Armagedón del pensamiento y la razón. Hoy, cualquier imbécil hace bandera de su Yo y lanza al mundo sus pajas mentales, sus opiniones personales, sus derechos individuales, sus desechos fecales, sus gustos geniales aplaudidos por millones de descerebrados. Y todo por el funesto romanticismo.

Jamás de los jamases, siendo un superdotado para escribir novelitas rosas y componer poemas de amor, me pillareis en un renuncio. Yo, a mi corazón, no le falto el respeto (tampoco a la mujer) como hace una inmensa mayoría de poetas que, impotentes para armar una erección como Dios manda, se dedican a componer poemas fofos a la blanca piel y a los dorados cabellos. Es una pena que no se hubiera extendido entre los románticos la moda del suicidio al estilo del Wherter de Goethe.

En cuanto a los cantantes melosos y ripiosos que despiertan humedades fáciles en quinceañeras rendidas, prometiéndoles besos, ternura y milenios de amor, más vale que dieran algún concierto solidario al lado del mar y les pillase un tsunami. Y en lo concerniente a los directores pastelosos de películas con atardeceres espectaculares y crepusculares, yo les recomendaría que se dieran un paseo por el cielo estrellado para quedar con E.T.E. a ver si con suerte pillan un alíen y nos dejan en paz.

Gran parte de la industria del entretenimiento está montada sobre el pobre corazón. La película más taquillera sigue siendo el insoportable melodrama romántico “Lo que le viento se llevó”. En la actualidad, Hollywood  está dominado por el complejo romántico-galáctico compuesto por la triada maldita; Disney-Spielberg-Lucas, que produce cada año millones de peterpanes palomiteros. Algún día habrá que denunciarlos por corruptores de la juventud. Las minorías cultas e ilustradas jamás nos llevaremos bien con las mayorías románticas e infantilizadas ¡Qué le vamos a hacer!   El único perdedor soy yo, como siempre. Nunca  podré cumplir mi sueño de poner casa en Connecticut vendiendo mierda romántica a granel.
No es de extrañar que el corazón tenga envidia de los intestinos. Los intestinos son las vísceras menos poéticas del cuerpo. Los intestinos riman con cochinos, gorrinos, golondrinos y ahí no tienen nada que rascar los poetas fofos y los cantantes melosos.

El que una inmensa mayoría de seres humanos se declare romántica a mí no me afecta. Me afecta la dama en concreto a la que me quiero trajinar. Si para echarle un polvo, me tengo que vestir de domingo, llevarla al cine con la sala abarrotada de pipas y palomitas, tragarme la peliculita sin vomitar, llevarla a cenar a un restaurante a la luz de velas apestosas, aguantar que me cuente sus historias de amor y decirle chorradas del tipo: “tú eres muy especial”, para que después me diga que tiene la regla o que en esta primera salida no, es para hacerse el haraquiri en la polla.
Menos mal que a mí se me ha pasado el arroz para semejantes desventuras que me cuentan algunos jóvenes. Aunque por otra parte debo reconocer que, en la edad en que me hallo, no hay nada más conmovedor que el cuerpo joven de una mujer desnuda. Seguro que, ante su mirada, se me caerían los palos del sombrajo y el abismo epistemológico me tragaría a mí y a todas mis lucideces y exquisiteces en un abrir y cerrar de sus ojos. En fin…

Las minorías artísticas sí que no tienen perdón de Dios. Desde hace doscientos años, casi todos los ismos son excrecencias malolientes del romanticismo; simbolismo, parnasianismo, impresionismo, expresionismo, dadaísmo, surrealismo, futurismo, abstraccionismo, secuencialismo, conceptualismo. Todo beben del más nefasto invento romántico; el Yo y su hiperplasia, el Genio, que se define como cualquier imbécil que, no conociendo las reglas elementales del arte, se cree un artista. El imbécil piensa que no tienen nada que aprender de nadie porque él es el mundo y su propio maestro. Desprecia las reglas porque la única regla por la que se guía es su ignorancia y su insolencia. El genio es la palabra talismán que le sirve para justificar su impotencia y la inspiración es el pasaporte que justificará su vagancia. De aquellos lodos estos polvos del diseño creativo, la inteligencia emocional, la cocina de autor, la deconstrucción de la tortilla y la menstruación de la cangreja; manifestaciones excelsas del complejo democrático-narcisista del: “todo vale”, “sé tú mismo” y “haz lo que tú sientas”. Puro romanticismo.
Cautivo y derrotado el principio de excelencia que se basa en el oficio, la tradición y el gusto por la obra bien hecha, cualquier peluquera de barrio, cualquier fontanero listillo puede ser un artista.

Toda la armonía y la serenidad de los siglos anteriores estallan en pedazos con el Romanticismo. Al poner como centro del universo al corazón, generó una esquizofrenia absoluta en los cuerpos gramaticales que perdieron sintaxis por creer en la falsa dicotomía entre corazón y cabeza. La gente no sabe que cuando dice: “Mi cabeza me dice que haga esto, pero mi corazón me dicta lo contrario” está adoptando una postura romántica que le hará sufrir inútilmente y que dará de comer a la gran industria de gurús orientales, sicoanalistas estructurales, consejeros sentimentales, inteligentes emocionales, productores de culebrones, escritores mágicos, novelistas medievales, artistas inspirados y un larguísimo etcétera de inútiles totales.

Lo cierto es que el corazón siempre ha tenido en muy alta estima a la cabeza. Cabeza y corazón son uña y carne como nos lo dice continuamente el lenguaje sin que nosotros nos percatemos. Así cuando queremos decir que algo es incomprensible o falto de razón, decimos que “no tiene sentido”, sin darnos cuenta de que sentido viene de sentir y de sentimiento. Unimos sin saberlo cabeza y corazón, pensamiento y sentimiento.

Solo me queda pedirle al generoso lector que el cinco por ciento de la pasta que le acabo de ahorrar en visitar a la chusma antes citada, la ingrese en mi cuenta corriente con vistas a la casa que pienso comprarme en ¡¡¡Connecticut!!!

4 comentarios:

rashia dijo...

Holaaa, muy bueno tu analisis del romanticismo, aunque si tuviese que elegir, me quedaría con las rimas de Becquer, y su pasión por enamorarse de un imposible...
Me encanta tu manera de escribir!! Un abrazo.

El Porquero de Agamenón dijo...

Muchas gracias señorita.
En cuanto a Bécquer,no olvide que escribió "Cuando siento, no escribo"
Y ahora una pregunta:¿Me puede decir como llegó a este minoritario blog?Gracias.

Noite de luNa dijo...

Pues a pesar de no estar para trotes, con sombrero y velito por la cara está, muy atractivo

Besos

El Porquero de Agamenón dijo...

Muchas gracias, usted que me mira con buenos ojos.