miércoles, 2 de mayo de 2012

PLAN DE VUELO II




Poesía y recetas de cocina. El poema y la receta de cocina tienen en común una brevedad que les confiere un carácter autoconclusivo enorme. Acabada su lectura, no hay nada que me impida cerrar el libro e irme a dar una vuelta a lo largo del pasillo central para estirar las piernas. La narratividad, lírica en el poema, gastronómica en la receta, nada tiene que ver que con la narratividad posesiva y totalitaria de la novela. Uno jamás puede abandonar una novela cuando quiere, sino cuando lo requiere la trama de la novela. El lector de novelas es y será siempre un lector cautivo. Cuando una novela gusta mucho, se dice: “Me ha cautivado” o “Me tiene tan cogida que no la puedo dejar” o  “Estoy deseando ponerles la cena al Pepe y a los niños para irme al cuarto a leer la novela” o “Estoy harta de las recetas de cocina de mi suegra” o “¡Para poesías estoy yo! ¡Tú dame una buena novela de asesinatos por si se me ocurre algo!”.

(El lector perspicaz se habrá percatado de que los adjetivos van en femenino. No es que quiera apuntarme a estas alturas a ningún feminismo recalcitrante, pero hay que reconocer que de siempre la mujer ha sido mucho mejor lectora de novelas que el hombre y no digamos cuando las novelas superan las quinientas y pico  páginas).

La novela es como un agujero negro, devorador insaciable de tiempo, mientras que el poema y la receta, cuando se pone fin a su lectura, expulsan automáticamente al lector, obligándole a dejar una pausa, un vacío que limpie del todo el océano de sensaciones profundas que se han impreso en su alma.

“No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo                           
primero no me quitan el sentido”

Escribió un poeta renacentista a la muerte de su amada. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que el dolorido poeta, acabada de enterrar su dulce amada, se vaya esa misma noche al castillo cercano para cortejar a otra dama? ¿No tendrá que pasar un tiempo prudencial llorando y quejándose en su sentir doloroso antes que del todo, por vez primera pose sus sensibles ojos en el sensitivo cuerpo de otra amada? Lo mismo sucede con una receta de cocina o un poema. Habrá que esperar un tiempo para  pasar al siguiente.

Bien es cierto que una receta o un poema no se dan solos sino que vienen acompañados de otros poemas y recetas hasta componer una unidad de sentido superior llamada Poemario o Recetario.  Sin embargo, no es menos cierto el carácter independiente del poema con respecto al poemario o de la receta frente al recetario culinario. Uno puede copiar un poema o una receta de cocina pasando olímpicamente del resto. Incluso, si la necesidad es muy perentoria, uno puede arrancar la hoja correspondiente y quedarse tan tranquilo, pero lo que de ninguna manera se hace (a las pruebas me remito) es copiar o arrancar el capítulo entero de una novela. El poema o la receta pertenecen a una unidad de destino en lo fractal mientras que la novela es, en sí misma, una unidad de destino en lo global.

Vayamos ahora al efecto persistente de la poesía y de la cocina, una vez que hemos demostrado su carácter fragmentario. Imagine el lector la cantidad de sabrosas imágenes recurrentes que pueden percutir una y otra vez en un pasajero como yo que, habiendo acabado de leer una receta sobre la paella de mariscos, ve cómo se cierne sobre él una azafata con la bandeja de comida deconstruida y descongelada. ¿Hay abismo más insondable? ¿Cuánto tiempo durarán las imágenes de una deliciosa paella degustada frente al mar en el chiringuito sombrío teniendo en cuenta el trasunto de comida que se tiene delante? Miles de millas náuticas. (No olvide el olvidadizo lector que estamos sobrevolando el océano Atlántico).

¿Y qué sucedería si complementamos las sabrosas imágenes de una paella de mariscos con las imágenes tórridas de un poema erótico de Bukowsky? ¿No sería lógico que, tras la gustosa deglución en el sombrío chiringuito, el alma del pasajero se refocilase anticipadamente con el polvo de una siesta venidera? ¿Cuantas millas eróticas habría que añadir a las culinarias?

Lo más normal es que combinando sutilmente la lectura de “El Libro de los arroces” con la “Antología erótica de Bukowsky” se nos pasara el vuelo transoceánico en un plis plas.

Sexo y cocina forman las dos caras de una misma paleta de ping pon. Tan profunda e imperecedera es su relación que sus títulos son intercambiables. A nadie le sorprendería disponer en su mochila de vuelo de una “Antología erótica del arroz” al lado de “Las mil y una recetas de Bukowsky”.

Fue entonces cuando la mezcla de imágenes tan placenteras hizo que me levantara como un autómata y me dirigiera al cuarto de baño completamente abducido. Una vez dentro, eché el cierre, me senté en el váter y encendí un cigarrillo justo en el momento en que la aterciopelada voz del comandante, con un ligero acento francés, inundaba el receptáculo mientras de mi gozoso sentir salía por vez primera el humo de una profunda calada.

Fin definitivo.

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