miércoles, 14 de diciembre de 2011

MI CASA ANTIGUA Y MI OFICIO DE SHERPA


Mi antigua casa daba a una avenida muy principal que comunicaba el paseo marítimo con el inicio de la empinada cuesta hacia el pueblo donde está la estación de cercanías. Tiene dos rotondas. La rotonda que comunica la avenida con el paseo marítimo consta de tres enormes falos metálicos con sus respectivas cañerías por donde sale agua. Mi mujer conoce al artista. Antes de triunfar en el mundo del arte, fue el fontanero que le instaló la fontanería del estudio que también tuvimos que vender junto a nuestra antigua casa.

La rotonda más alejada del mar tiene una explanada verde en cuyo centro se abraza una pareja de muñecos rojos muy grandes. A pesar del esquematismo de la escultura, se puede apreciar que los muñecos se abrazan en una posición sumamente erótica. El muñeco hembra está sentado a horcajadas sobre las rodillas del muñeco macho, de manera que parece que están fornicando. Si uno viene de la playa con la mujer y los niños y atraviesa la avenida principal para llegar al apartamento de verano, parece evidente que las dos rotondas se confabulan para incitar a los papás a mandar a los niños a un recado urgente.
Mi casa antigua estaba al final de una larga ristra de casas de dos plantas que se extendía a lo largo de la avenida principal, tan pegadas unas a otras que nunca se sabía exactamente cuando empezaba una y acababa otra. Más que casas adosadas parecía que estuviesen incluidas.

Entre el abigarramiento de casas y el bloque de locales comerciales había una servidumbre de paso. El ayuntamiento, con buen criterio, instaló una rampa con suelo lleno de burbujitas para que los cubos de basura sonaran estrepitosamente por la noche arrastrados por los camareros de los bares colindantes. Mi casa daba precisamente a la servidumbre de paso que comunicaba la avenida con las primeras estribaciones de una inmensa cuesta por donde se empeñaban en subir las excursiones del Imserso. En aquella parte del pueblo cercano a la costa, todo es abigarramiento y cuesta.



Las excursiones del Imserso suelen acampar en un hotel cercano con un aire inconfundible de colmena. Por fuera, cientos de minúsculos balcones iguales. Por dentro un olor a rancho disfrazado de buffet libre. En invierno el hotel se llena con el Imserso y una parte muy importante del Imserso se aventura a ir, no sé por qué, por el sitio más empinado para buscar una farmacia, echar una quiniela o visitar el parque donde hay un delfinario.
A menudo me preguntaban por el pueblo o el parque. Mi respuesta era exacta como un reloj suizo. De quince a veinte minutos andando cuesta arriba. La diferencia horaria no era un capricho. Debido a la gran cantidad de excursiones perdidas que me encontré en diez años, adquirí una experiencia de sherpa. Mis cálculos eran bien precisos. Tenía en cuenta el número de integrantes que formaban los grupos, sus avanzadas edades, el número de hembras y el hecho incontestable de que una manada de viejos jamás se desintegra. O suben todos o no sube ninguno. Era fundamental no dejarme llevar en mi apreciación por el cortés interlocutor que me preguntaba, que solía ser un macho alfa jubilado. Mientras hablaba con él, yo analizaba minuciosamente el número y la composición del compacto grupo dispuesto en un segundo plano al principio de la cuesta, esperando la orden de ataque o retirada. Teniendo en cuenta todos estos factores, puedo avalar la exactitud de mi información con la experiencia de haber subido más de una vez con un grupo yendo a su paso y pegando la hebra a su estilo.

Desde el punto de vista geoestratégico, mi casa en invierno era el campamento base del Imserso para la conquista del parque o de la estación de cercanías del pueblo. En verano, estaba sometida al mundanal ruido de los pubs ingleses, los bares autóctonos, los cubos de basura y a unos rumanos desaprensivos, disfrazados de charros mejicanos que peinaban la zona con rancheras y corridos dodecafónicos.
Si añadimos las obras continuas en la avenida, la remodelación total del bloque colindante de locales comerciales más los chapuces de mis vecinos en pleno esplendor del ladrillo, el lector se podrá explicar que un buen día atravesara la avenida principal y entrara en la inmobiliaria de  los italianos de ojos claros con Adriano Celentano al fondo.


Nota para mis lectores hispanoamericanos.
El Imserso es un organismo estatal que se dedica a pasear a los viejos en invierno por toda la geografía española a  unos precios muy asequibles con la ventaja adicional de que los hoteles se pueden mantener abiertos. O sea, que subvencionamos los hoteles a través de los viejos y subvencionamos a los viejos con hoteles baratos. Miel sobre hojuelas.

3 comentarios:

Noite de luNa dijo...

Con razón se cambio de casa.

Un abrazo

Noite de luNa dijo...

Por favor, ponga el acento donde me lo he comido...

La figura me chifla.

El Porquero de Agamenón dijo...

Le pongo el acento,no se preocupe,todos no equivocamos.
Me lo pasé muy bien recorrigiendo el texto y yéndome después a tomar esas fotografías. Le confieso que me enamoro de las cosas cuando escribo de ellas y de las personas...ni le cuento