viernes, 2 de diciembre de 2011

EL PÁJARO MECÁNICO EN SU JAULA.




Parece evidente que pintar de arriba abajo una casa o hacerle obras contribuye al bienestar de los que en ella viven. Pero no es menos evidente tampoco que, mientras se realizan estas labores de remozamiento, no hay rincón de la casa que no esté bajo el imperio omnímodo del caos.
Personalmente no tengo nada contra el caos, siempre y cuando sea yo quien lo origine. Pero hacer obras en una casa significa ingresar en el caos del pintor, del albañil, del fontanero o de los tres juntos que hacen su trabajo en medio de una barahúnda de objetos y muebles perdidos. Se diría que todos los enseres flotan en la casa como pecios de un naufragio. Por eso no soy nada partidario de meterme en obras y, cuando no hay más remedio, necesito un buen pedazo de tiempo anterior para hacerme a la idea. A mí me gustan mucho las casas serenas y tranquilas donde realmente reine la paz del hogar.
Sin embargo hay mucha gente, amas de casa aburridas sobre todo, que está todo el día haciendo cambios en la casa como manera de no hacerlos en su vida. Cuando no una obra en la cocina es la pintura, cuando no un cambio total de muebles, unas cortinas nuevas, una chaise longue de moda, un colchón perifrástico o una nueva figurita de Lladró con que atestar la mesita vestida a juego con las cortinas y el sofá. Lo importante es no dejar a la casa tranquila para que se vaya reposando como el arroz de una paella y adquirir así una personalidad propia. Pero la casa no es tonta y se venga volviéndose incómoda y adquiriendo una estética de museo o de expositor de tienda de muebles.
Cuando uno visita esas casas, la dueña tiene un aire indefectible de vendedora eficiente y autosatisfecha. Bien visible la colección de revistas caras de decoración y moda, particularmente significativo es el dormitorio conyugal. Hay dormitorios cálidos que huelen a sexo cocinado a fuego lento y hay otros que no huelen absolutamente a nada. Si acaso a uno de esos típicos olores impersonales de oficina.
Una casa es fiel reflejo de sus moradores. Por eso hay que tener mucho cuidado con las visitas. Lo más sensato es dejar que la casa se organice. Si una casa se ordena ella misma con una cierta libertad, es muy probable que su criterio mejore el de sus habitantes. Esto que digo se puede comprobar con los objetos insumisos, también llamados reacios. Los objetos reacios pertenecen a una clase minoritaria y selecta de objetos decorativos, independientes de la voluntad de los dueños. Los objetos, en general, se dividen en personales y caseros. De los personales no voy a hablar porque me extendería muchísimo en distinguir los objetos sentimentales de los perversos y acabaría escribiendo de pornografía.
Los objetos caseros pueden ser funcionales; una cafetera, por ejemplo, y decorativos; un pájaro mecánico en una jaula. Estas clasificaciones no son rígidas. Muchas veces se mezclan y remezclan hasta formar un totum revolutum.
Pensemos en la máquina de escribir de mi madre. En su tiempo fue un objeto personal,(no sentimental ni perverso), funcional y nada decorativo que yacía escondido en la parte baja de una biblioteca que llegaba hasta el techo con televisión en el medio. Solamente hacía acto de presencia cuando mi madre, por las tardes, se ponía a escribir las actas del ayuntamiento o a corregirlas con mi ayuda o la de mi hermano. Cuando murió, trasladé su máquina de escribir a la mía y aquí la tengo enfrente como una reina cumpliendo la función de objeto personal, muy sentimental y decorativo.
Asimismo, un objeto decorativo puede pasar a ser funcional sin abandonar por ello su clasificación originaria. Cuando digo objeto decorativo me refiero tanto a los objetos finos y de buen gusto como a los feos. El pájaro mecánico metido en su jaula es un objeto decorativo muy feo que con el tiempo se ha convertido en un objeto funcional muy reacio.
El pájaro mecánico en su jaula fue un regalo de mis padres a mi hijo una navidad. Nada más verlo, tuve la intuición de que mis padres se lo querían quitar de en medio, como si hubiera sido un regalo que les hubieran hecho a ellos, pues venía como comparsa de los verdaderos regalos de mi hijo. Hay objetos que nadie quiere tener y por eso cambian de manos muchas veces, hasta que al final desaparecen por completo sin que nadie los eche de menos. Son objetos con estigma. El pájaro mecánico en su jaula es un dignísimo representante del estigma y sin embargo…
Llevamos juntos más de siete años y lo que nos queda. La única gracia que tiene es que, si uno aprieta un botón escondido, el pájaro se pone a cantar cuando capta un portazo cercano, un vaso de cristal que se rompe y ruidos por el estilo.
El caso es que estuvo desaparecido en mi casa durante un par de años hasta que en una limpieza general alguien lo sacó de su escondrijo y vino a parar a mis manos. Mi primera intención fue deshacerme de él por la vía rápida y tirarlo a la basura con el resto de enseres inservibles que aparecen para desaparecer definitivamente.
Enseguida se convirtió en un objeto sumamente reacio, pues se las ingenió para que, en el momento en que lo iba a depositar en el saco grande de desperdicios, mi mujer me llamara para que le ayudara a descolgar las cortinas de nuestro dormitorio y yo lo dejara depositado en la cama de mi hijo en el dormitorio de al lado hasta que, pasados unos días, lo volví a ver encaramado en lo alto de un mueble compartiendo lugar de privilegio con un barco pirata y un avión.
La insumisión de estos objetos reacios no estriba sólo en que se niegan a desaparecer sino que, una vez instalados en la casa, dejan de pertenecer a los dueños y pasan a ser propiedad directa de la casa que los adopta sin que sepamos muy bien por qué. Un objeto reacio como el pájaro en su jaula jamás se acomodará al lugar que le asignemos. Cualquier sitio será forzosamente provisional. No sé cuántas veces habré cambiado al pájaro de lugar. Una vez que se encaramó en el mueble de mi hijo y me percaté de que no tendría más remedio que convivir con él, ha sido un continuo peregrinar por la casa ocupando rincones poco frecuentados o lugares de difícil visión y, siempre, por supuesto con el mecanismo de cantar apagado.
Entonces me di cuenta de que era un objeto realmente reacio. Una de las características fundamentales de los objetos reacios es su aire de desarraigo absoluto. Están y no están. A veces son visibles y otras no porque suelen tener el aire familiar de una irregularidad en el techo.
Lo único que uno puede hacer es abandonarlos a su suerte. Hasta que un buen día, que pueden ser meses o años, te levantas con el andar mecánico de preparar el desayuno a tu mujer y a tu hijo y, cuando vas a abrir la cafetera como objeto que cumple la función de despertarte, la imagen del pájaro en su jaula atraviesa tu cerebro como un rayo, te obliga a dejar la cafetera a medio abrir y te lleva a donde el pájaro duerme para transportarlo atravesando la cocina y depositarlo en una estantería del patio interior al relente.
En el momento de depositarlo, sucede que el pájaro en su jaula se vuelve un objeto muy pesado. Tanto que te exime para siempre de la tentación de moverlo más. Eso significa que la casa ha tomado su decisión y que el sitio elegido adquiere la condición de peana.
No hay nada más que hacer. El objeto reacio empezará a tener una vida propia y a formar parte sustancial de la rutina. Hace ya mucho tiempo que el pájaro mecánico esta caído en la jaula como si se hubiera echado a dormir para siempre, pero no es verdad. Está más vivo que nunca. Desde que la casa lo puso en la estantería del patio interior al relente, el pájaro mecánico, en agradecimiento, se pone a cantar por cualquier ruido. Un coche que pasa, un niño que juega al balón enfrente y sobre todo, cumple la honesta función de anunciar la primavera poniéndose a cantar con los otros pájaros.

6 comentarios:

Argax dijo...

Este texto es magnífico.
Primero tratado de decoración.
Después explicación de la vida secreta de las casas y sus objetos.
Y el final que es entre metafísico y poético es que me parece lo más.

Mi enhorabuena. Mi casa es tirana, acumula objetos que en un principio podrían calificarse cargados de valor sentimental que van colonizando cada rincón. No tengo que limpiar el polvo de las estanterías porque no queda huevo en ellas, como mucho, soplo sobre los objetos para que caiga el polvete al suelo, eso y que soy un poco dejado claro...

Un abrazo.

El Porquero de Agamenón dijo...

Muchísimas gracias señor Argax.
Si tiene usted una casa tirana, déjese llevar.Que sea ella la que le imponga su impronta.Es mejor y más cómodo.
¡Es tan cómodo a veces dejarse llevar por la tiranía de los objetos!
Otro abrazao muy fuerte.

Luis Colucci dijo...

Señor Porquero:
Comparto lo de la incomodidad de las reformas, motivo por el cual hace ocho años que ni siquiera pinto mi humilde morada.
En cuanto a los objetos tiranos, dada la pequeñez de mi hogar, han sucumbido a mi tiranía, salvo algunos igualmente pequeños.
Un abrazo.

El Porquero de Agamenón dijo...

¿Ha oído usted hablar de la rebelión de los objetos?

Noite de luNa dijo...

En una casa caben, muchas cosas inútiles.
En un hogar hacen falta muy poquitas.

Un beso

Luis Colucci dijo...

Sr. Porquero: Sí, he oído hablar, o leído, algo al respecto.
Aquí me quedaré: Tiene Ud. razón.
Saludos para todos.