La gente se divide en dos; los que arreglan la vida de los
demás en los bares y los que arreglan la suya propia en los trenes. Yo pertenezco
a estos últimos aunque de vez en cuando me gusta tomarme una cerveza en el bar
de la esquina. El bar de la esquina es un bar popular, con sus parroquianos que
acuden por turnos, de manera que cabe muy poco la sorpresa. Al principio la única
sorpresa era mi presencia cuando todavía no había elegido turno. Lo decidimos a
medias entre el mesonero y yo y quedamos en que me dejaría caer todos los viernes
a eso de la una. Al principio yo era de poco hablar. Cuando hacía bueno me
sentaba en la terraza y cuando no, me metía dentro con la televisión como
música de fondo. A veces una noticia concitaba la atención general y entonces explotaba
la frase restallante que provocaba una cascada de comentarios destinados a
arreglar el mundo por la vía expeditiva.
El bar por dentro es más bien pequeñito. Mientras los
parroquianos arreglan el mundo, yo miro el calendario de Mudanzas Pepe que
ofrece a sus distinguidos clientes la imagen poderosa de unos pechos muy
jóvenes. Los parroquianos me miran para que asienta a sus arreglos y entonces,
para no comprometerme, esbozo una sonrisa un poco tonta encaminada a hacerles
ver que todavía no soy del lugar.
Los trenes son mucho más intransitivos. El suave traqueteo
del tren de alta velocidad produce una atmósfera ensimismada salvo cuando suena
un móvil o anuncian la próxima estación. Sin embargo el tren se recompone de
inmediato lo mismo que yo, que enseguida me vuelvo a sumergir en mis
pensamientos. Los pensamientos, cuando viajan en tren, aligeran bastante su
peso.
Esto hace que floten como ácaros en la atmósfera y penetren
con suma facilidad en el cerebro. Es fundamental respirar profundamente de vez
en cuando. Basta con quedarse ensimismado mirando la monotonía del paisaje o
leer un libro. Aunque no estoy del todo seguro, a mí me parece que la lectura
del libro o el paisaje que miro por la ventanilla son meros pretextos para
abrir la puerta de entrada a los pensamientos. El paisaje siempre es el mismo,
eso está claro, pero es que, cuando viajo en tren, tengo la vívida impresión de
que siempre leo el mismo libro.
Lo importante es que la ligereza de los pensamientos va
mejorando a medida que avanza el tren. Incluso es posible que ya casi al final
se produzca un pensamiento en forma de solución a los problemas de la vida
aunque sea, como no puede ser de otro modo, una solución volátil que
desaparecerá en el momento en que el tren se detenga definitivamente.
Es inútil intentar alojarla en algún lugar recóndito del
cerebro. La solución volátil desaparecerá irremisiblemente. Su desaparición no
es repentina. Quiero decir que parece que persiste más allá del viaje como si uno
pudiera llevarla consigo al hotel y luego a casa en el tren de regreso, pero no
es verdad.
La solución volátil empezará a desaparecer cuando suena por
megafonía la voz que anuncia que estamos llegando al fin del trayecto y que no
olvidemos los objetos personales. Por mucho que me esfuerzo, no consigo rehuir
la vorágine que se apodera de mí recogiendo el libro, la bolsa, los
auriculares, la botella de agua y el resto de mis “personal belongins”, que
también lo dicen en inglés. Muchas veces me he propuesto infructuosamente
quedarme sentadito hasta que el vagón se vacíe por completo pero, a pesar de mi
gusto por la soledad, no consigo vencer el impulso de levantarme cuando la
megafonía anuncia la estación término.
Todos nos apresuramos para levantarnos del asiento e ir a
formar parte de una larguísima cola que atravesará el vagón de parte a parte.
Los hay que se han levantado antes del anuncio y han ocupado con sus enormes
maletas las plataformas. Sólo queda formar parte de una cola expectante que se
deshará cuando el tren se pare del todo. Mientras tanto, para no aburrirnos, muchos
nos dedicamos a bajar pesadísimas maletas a las señoras bajitas, a los viejos o
a las chicas jóvenes, según. También solemos entablar una previsible
conversación sobre si nos bajaremos por la derecha o por la izquierda. Para
entonces la solución volátil es un recuerdo lejano. En cuanto el tren se para,
la cola empieza a agitarse al ritmo que marca la gente de la plataforma que
suele ser, por lo general, la que más prisa tiene. Su prisa se contagia al
resto y todos salimos corriendo por el andén como si hubiera habido un
accidente. Es dar los primeros pasos en tierra firme y adquirir el cuerpo una
velocidad y un estrépito que provocará que la solución se volatilice para
siempre. No hay ya nada que hacer sino dejarse llevar por la muchedumbre
trepidante hacia las escaleras mecánicas que me conducirán a través de un
pasillo tan largo como un cordón umbilical a la puerta que dará al exterior donde
me esperan con una sonrisa de bienvenida los problemas de siempre.
4 comentarios:
Estimado Porquero de la Alta Velocidad:
Si bien el Diccionario de la RAE (tan poco imaginativa ella) entiende por “aquiescencia” aquello que implica beneplácito, anuencia, refrendo o asenso, daremos como buena esa su particular acepción de “estar embobado”.
Y no es por desconfiar, pero creo que delante del póster de tamaña jabata su aquiescencia alcanza cotas insospechadas.
Aunque –a causa la cerveza, sin duda -no sienta usted traqueteo ferroviario alguno.
Y sí, tiene razón, sus especulaciones son ciertas: Los lectores de su inspirado blog somos esbeltos, distinguidos y grandes fornicadores.
Sin embargo, nos empeñamos en disimularlo.
Aunque nos cuesta.
Salu2
Estimadísimo, guapísimo y selecto señor Tordon.
I-Aquiescencia no significa evidentemente quedarse embobado.La aquiescencia es una virtud muy laica que tampoco tiene que ver con resignación.Sería más bien una postura filosófica de aceptar las cosas como vienen.
II-Ese es el sentido del texto. Otra cosa es la traducción figurada cuando la aquiescencia no viaja en tren que tiene una significación de papar moscas, actividad muy loable por tantos motivos.Y digo figurada porque poéticamente se me ha ocurrido a mí. Otra cosa sería, por supuesto,si esa ocurrencia mía es adecuada o no.
III- En cuanto a los senos poderosos del bar de la esquina, tiene usted razón.Ellos son la razón de mi ser y de mi existir, de mis especulaciones y mis tergiversaciones, además del precio razonable que el mesonero me hace pagar por una pinta de cerveza.
IV-Si a eso añadimos que mientras trasiego el dorado elemento,la televisión me da cabales y puntuales noticias sobre los dimes y dirites de pedorros y petardas más los comentarios truculentos sobre la última sangre mediáticamente derramada, el paraíso, efectivamente, está en la tierra.
Mudanzas Pepe y yo le deseamos un feliz día donde trabaje usted poco y gane mucho.
Soy alta, guapísima y sobre todo selectísima. De fornicar mejor hablamos otro día; ¿cualifico como lectora de su blog?
Y en el bar de la esquina, ya que los senos turgentes no me inspiran en absoluto y lo que graznan por la TV mucho menos, me concentro en trasegar cerveza. Mi cerebro lo agredece mucho...
Besos,
Alicia
Estimada señorita Alicia.
I-Sus palabras constituyen una muy agradable sorpresa para mí.Sea usted muy bien venida.
II-Cualifica usted como lectora aunque no fuera altísima, guapísima y selectísima.La fornicación no es una obligación sino una devoción y más en los machos muy dados a contar donde no hay.
III-Evidentemente no lamento en absoluto que no tenga usted inclinaciones indecentes hacia los senos turgentes.Ellos,los senos, se conforman con el señor Tordon y conmigo.
IV-La cerveza me parece a mí algo más transexual y compartible por lo tanto a todo tipo de sexo y género.
V-Lo de los graznidos televisivos, me parece a mí tan irremediable como el HOla en la consulta del dentista.Forma parte del paisaje y del tópico(que como usted bien sabe significa lugar común, o sea paisaje).
Un turgente beso del porquero.
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