miércoles, 16 de septiembre de 2009

ISLAS,VIEJOS,PINARES.

Probablemente cuando llegue a viejo no sea como los viejos que juegan a las cartas o al dominó. Me refiero a los viejos que ahora veo sentados en sus sillitas plegables alrededor de una mesa pequeña y blanca en medio del pinar. A veces, cuando me pongo las zapatillas de escribir, me gusta ir a donde el pinar para ver a la gente en domingo.
La gente de domingo en el pinar es muy variada. Depende de la música que sale del coche con las puertas abiertas de par en par. Los jóvenes, ya se sabe, tan uniformados por la moda, apenas se distinguen. Los adultos sí. Uno puede escuchar en dos palmos de terreno música árabe mezclada con el ritmo caribeño de la gente de al lado. Son músicas vecinas y limítrofes, como islas que se ignoran y al mismo tiempo se saben unidas por la nostalgia.

La isla donde los viejos juegan sin música de afuera está compuesta por la música de dentro que sale de los cubiletes del parchís, del choque de las fichas de dominó y de las bromas que continuamente se gastan unos a otros. De vez en cuando las islas quedan fugazmente unidas por los niños que juegan y vienen de no se sabe dónde.
A veces la isla donde los viejos juegan no es una isla sino un pequeño archipiélago de dos mesas igual de blancas y también plegables. Lo normal es que ellos jueguen en la isla más al sur y ellas charlen en la otra isla mientras forman una madeja de lana. Cabe también la posibilidad de que ellas jueguen al parchís y ellos al dominó e incluso se puede ver a un viejo en la isla de las viejas con los brazos levantados en ángulo recto mientras, enfrente, la esposa suya o la de otro desliza el hilo de lana que formará la madeja que abrigará a algún nieto cuando regresen a tierra firme.
Mientras recorro el gran archipiélago del pinar, me gustaría detenerme en el archipiélago solitario de los viejos, pero el pudor me lo impide. A veces pienso que lo mejor sería encontrar una excusa para hacer escala allí, pero no se me ocurre ninguna. Eso sólo puede significar que no tengo suficiente imaginación o que mi pudor es muy grande y no quiere que encuentre nada. Por ahora me limito a verlos desde muy lejos,a acercarme con rumbo seguro y a pasar casi rozándolos para que mis ojos se llenen de la imagen del niño que fui.
A veces paso en silencio como si quisiera formar parte de lo que nunca seré. Otras veces me hago tangencialmente presente y les doy las buenas tardes sólo para comprobar el sonido de sus voces a coro cuando me devuelven el saludo.
A veces pienso que tengo un alma sabia que no se contenta con vivir en mi cuerpo y se pone las zapatillas de saludar para hacerme comunal y fraterno. Otras veces pienso que mi cuerpo solitario y mi alma fraterna forman un archipiélago a mis espaldas para convertirme en continente y así poder volverme viejo con los viejos y niño con los niños... o al revés.

4 comentarios:

Argax dijo...

Me suele pasar que no encuentro las zapatillas adecuadas para ir a este o aquel lugar. Me obligo a ir, aun estando calzado de forma poco conveniente.

La necesidad de conocer, incluso de formar parte de la vida de otros es una de las cualidades más humanas bajo mi punto de vista. Algo heredado de la época en que fuimos termitas ciegas y comunales.

Tierna entrada. Saludos.

El Porquero de Agamenón dijo...

Gracias.

Noite de luNa dijo...

Después de leer
¿Se pregunta sobre mi tenacidad en leerle?

Permítame que dentro de la emoción le envie un beso.

El Porquero de Agamenón dijo...

Muchísimas gracias.Es usted un continente lector.Otro beso.