miércoles, 4 de enero de 2012

MOSCAS, MURALLAS Y MUSARAÑAS,III.


Antiguamente las moscas vivían muy contentas y felices en las escuelas de los niños. Los niños y las moscas se han llevado muy bien desde siempre. Ellos se sentaban en sus pupitres y ellas se iban a los cristales. En aquella época el mundo estaba perfectamente ordenado y cada nombre ocupaba su lugar. Los maestros se llamaban maestros y las notas iban del cero al diez. Cuando los niños se aburrían, abrían sus bocas y se ponían a papar las moscas que, a su vez, se hacían más ostensibles, batiendo sus alas con más rapidez  y produciendo su ruido característico al tiempo que, para facilitar la hipnosis, describían incansables círculos en los cristales.



En otro tiempo, antiguo también, las  ciudades solían tener murallas con puertas que se abrían o cerraban, según. En general, solían abrirse por la mañana temprano para facilitar el intercambio de gentes y mercancías y se cerraban al caer la noche. Si alguien se despistaba y no entraba a su hora, tenía que pasar la noche al raso. En ese caso, la noche era una inmensa boca abierta que se hubiera tragado todas las moscas y  la luna, un cristal lejano.



Hay quienes dicen, y con razón, que las musarañas son unos pequeños mamíferos parecidos al ratón que habitan el subsuelo. Por extensión se aplica también a cualquier animalillo insignificante que distrae la atención de las cosas realmente significativas e importantes como entrar en la ciudad amurallada a tiempo para los quehaceres cotidianos o atender las explicaciones del maestro. No digo que no. ¿Quién soy yo para dudar de la importancia de que los niños aprendan y de que las gentes amasen el pan o vayan a la fuente a por agua?

Sin embargo, cuando las musarañas abandonan la materialidad de sus cuerpecillos escasos, adquieren una importancia suma. El niño, que papaba moscas durante la lección del maestro, se pone a escribir un poema a su primer amor o aquel que se estuvo toda la noche mirando la luna, inventa una máquina para amasar el pan.



A mí también me afectan mucho las musarañas. Sobre todo cuando voy a los parques con estanque de patos por dentro. Entonces amurallo por fuera mi alma y me pongo a papar moscas ante la pantalla del ordenador.

3 comentarios:

Noite de luNa dijo...

Buenas noches
Aunque no diga nada,leo,con interés,lo que está publicando.

Los pensamientos no pesan y sin embargo hacen que nos pese la cabeza.

Un abrazo

El Porquero de Agamenón dijo...

Lo sé,lo sé....no se preocupe.Muchas gracias.

El Porquero de Agamenón dijo...

Lo que hace que nos pese la cabeza son las obsesiones que son pensamientos adulterados.Un beso