lunes, 16 de mayo de 2011

MULTAS, MÓVILES, COCHES, PUNTOS






En el banco me adentré dispuesto a pagar la bonita multa que me habían propinado el día anterior. Allí formé una ligera cola integrada por un individuo encorbatado y embutido en un traje de ejecutivo de medio pelo que, en un momento determinado, sacó de la cartera una denuncia de tráfico donde era multado por usar el móvil conduciendo. Me alegré mucho pues mi vida viajera en el Ave me había hecho ser muy reacio a tales especímenes que no paran de hablar de negocios en ese lenguaje tecnoburrro que les caracteriza mientras yo intento leer. Mi alegría fue interior, por supuesto, cuando el ejecutivo me refirió su percance, pero no me privé de decirle finamente que se lo tenía bien merecido por capullo.




Por si no ha quedado claro, odio el uso público del móvil en Ave o en tierra. Eso de estar con tres conocidos tomando una cerveza por compromiso, sonar un móvil, cogerlo alguien y, en vez de levantarse e irse al carajo, quedarse repantigado en la silla hablando a grandes voces e interrumpiendo la conversación de los demás o eso de estar en la consulta del médico y ponerse a hablar sin pedir ni tan siquiera perdón o aquella vez en que me ofrecí a acompañar cortésmente al hotel a un individuo que me podía procurar algún trabajillo y nada más salir de la plaza donde estábamos, coger el móvil y no parar de hablar durante los quince minutos que duró la caminata para al final, ya en la puerta del hotel, despedirse displicentemente de mí porque todavía seguía enganchado, es algo que me saca de mis casillas.




Por no hablar de lo peligroso que resulta ir conduciendo por la ciudad y ver en el espejo retrovisor a alguien en pleno cabreo hablando por el móvil acercándose cada vez más o tardando más en frenar y tú con la mano puesta en el claxon sin dejar de mirar al espejo y a punto de atropellar a un anciano que cruza un paso de cebra o, ya puestos, ponerte en lugar del anciano y ser tú mismo quien cruza el paso de cebra mientras pasa rozándote un coche a toda leche con alguien en el interior hablando enloquecidamente a solas.




Nada de esto le dije al ejecutivo de medio pelo sino que lo acojoné indicándole que, según un estudio de la universidad americana de Iowa, el uso del móvil conlleva un “efecto burbuja” que representa una pérdida de atención del sesenta al ochenta por ciento cuando se habla y del treinta al cuarenta por ciento hasta diez minutos después de la llamada, cosa que es verdad a grosso modo, excepto lo de la universidad americana, el tanto por ciento y el nombre del efecto que me inventé sobre la marcha. No hay nada mejor para engañar a un ejecutivo que mencionarle un tanto por ciento y cualquier universidad americana. Caen como ejecutivos chinos. Lo del “efecto burbuja”, reconozco que es de cum laude.




Para mi placer me contó el ejecutivo de medio pelo que habían caído muchos ejecutivos más del mismo pelo en el puesto que montó la policía a la salida del aeropuerto. Si no nos pillan en más infracciones es porque realmente no quieren o por presiones de la industria automovilística a no ser que la crisis se agudice tanto que su sueldo dependa exclusivamente de las comisiones que perciban de las multas, lo que obligaría a una reestructuración total del carné por puntos. Habría que practicar entonces una disección muy limpia entre el cobro y los puntos en el sentido de que el ingreso del copioso dinero en la bucheta del Estado casi nunca llevara aparejada el quite de puntos a no ser que nos concedieran para nuestro disfrute mil puntos a cada uno. Lo digo porque yo tengo meridianamente claro, que considerándome un conductor responsable pese a mis despistes leves, con una educación viaria exquisita que hace que cuando alguien me presiona por atrás porque quiere pasar a cualquier precio, yo humilde y ostentosamente me hago a un lado hasta parar si hace falta, abro la ventanilla y le doy amable paso al frenético y en vez de obtener alguna señal de agradecimiento, ya desatado y veloz, el frenético me atrona con su potente claxon como cagándose en mi pobre puta madre, cosa que no entiendo, tengo claro digo que, en cuanto mis puntos lleguen a ninguno que llegarán como se sigan apostando en ocultos stops de caminos muy secundarios, abandonaré por completo la carretera y me ahorraré una cantidad de dinero impresionante en la compra de un coche con el consiguiente cabreo de la industria automovilística, del taller mecánico y del propio Estado, la autonomía y el municipio pues ya no pagaré por triplicado con mis impuestos la misma carretera. Imagine el lector la hecatombe que podríamos ocasionar cientos de miles de ciudadanos concienciados y hasta los mismísimos de que nos estén continuamente esquilmando.

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