lunes, 5 de abril de 2010

EL PORQUERO VUELVE DE LA FRANCE Y LARGA UN POCO.


Vuelto ya de los parises y de la Francia republicana y laica, retorno con mirada virgen de vírgenes dolientes y cristos sangrantes a mi querido país donde recibo calurosa acogida de imágenes religiosas y barroquizantes por parte del sur en donde vivo, pues ni aún regresando el sábado pude librarme de la iconografía religiosa cuando inocentemente abrí el diario digital local. Con la iglesia y sus curas pederastas hemos topado. En fin. Alguna cosa negativa tendrá que tener esta aproximación razonable al paraíso.


Dicho esto, agradecido le estoy a los interneses franceses de los hoteles donde alojé mi cuerpo pues en ninguno de ellos tuve que pagar estipendio alguno por colgar mi estilo sentencioso pues se estila que es un servicio más que ofrece el alojamiento y no ocasión para sangrar al cliente como ocurre en la interesada España donde más parece que el cliente es víctima propiciatoria para clavarle aduana por conexión cibernética que persona principal a la que habría que agasajar y favorecer haciéndole la estancia amena y agradable. Lo cual me parece tan fuera de lugar como si se me cobrara por enchufar la máquina afeitadora o el secapelos de mi mujer, que a mí poca falta me hace, o cualquier otro artilugio eléctrico indispensable en los tiempos actuales donde la comodidad tiene su asiento.






Y ahora que voy escribiendo, me voy dando cuenta de que mi estilo se encamina con naturales pasos hacia el cervantino modo y eso debe ser sin duda porque en mi inconsciente histórico tengo yo grabadas la más alta ocasión que vieron los siglos y los ojos de nuestro malhadado escritor amén de todas las correrías con las que nuestros gloriosos tercios asolaron Europa y de las que tomó buena cuenta Napoleón. Y esto debe ser porque mentiría si dijera que las conferencias, que sobre el cerdo impartí a los franchutes, pasaron desapercibidas o fueron acogidas con frialdad.


Que he triunfado en el vecino país, no cabe la menor duda. Conferencia que di, pica que clavé hasta lo más hondo pues, aunque el público aparentemente pareció no afectado por mis peregrinas afirmaciones y mis continuas provocaciones acerca del cerdo y la constitución de Europa, esto sólo era apariencia aparente ya que, después de cada charla, se produjeron con matemática precisión acalorados combates dialécticos de retórica alambicada y complejidad conceptual que por igual enriquecieron al conferenciante y a los conferenciados. Esto es así de palmario y notorio como me lo dijo por lo menudo una pareja de cochinos mejicanos, esposo y esposa, que fue gentilmente invitada por mis acogedores anfitriones.




Ella me lanzó, tras mi debú en los parises, un halago que todavía resuena dulcemente en mis oídos y allí se quedará hasta que los dioses dispongan de mi cuerpo que no de mi alma. Acercándose bien perfumadita del brazo de su marido, radiante de belleza azteca, me dijo: “¡Órale, don Licenciado Porquero de Agamenón! ¡Qué padre estuvo en la plática que nos acaba de dar! ¡Cuánto me tuve que reír con las cosas que relataba! ¡Es usted bien chistoso y divertido y qué sorpresa me causó cuando en el debate posterior lo oí manejarse con soltura en francés y en inglés! ¡Es usted un estuche de monerías!” como viniendo a significar que era una caja de sorpresas pero que diciéndolo con esa dulzura hispanoamericana de acento y maneras tendrá acomodo para siempre en mi memoria. Mi corazón ya les perteneció desde mi feliz estancia en el México D.F. adonde creo que me regresaré mas pronto que tarde lo mismo que a Londres a donde he sido informalmente invitado a pronunciar otro ciclo de conferencias sobre el cerdo. Queda todavía la confirmación oficial. A veces la vida tiene rachas agradables que hay que aprovechar, pues ya sabemos lo mudable y caprichosa que es la fortuna.


Ya sólo me queda decirles, queridos blogueros, con la discreción que me blasona que el advenimiento de la dama de alcurnia se produjo en la segunda conferencia y que tras ella tuvimos ocasión de departir largo y tendido en una muy agradable cena en un restaurante de alto copete y que tras la velada la dama fuese y no hubo nada…

2 comentarios:

Tordon dijo...

Estimado POrquero:
Más me alegra su éxito que si propio fuera, pero reto a vuesa merced a que en teniendo nuestra vista sobre la transcripción de tan afamadas pláticas , pudiéramos los mortales juzgar ,en propias entendederas, sobre la bondad de sus cochinas soflamas.

No sea avaricioso y muestre al menos algún párrafito

Salu2

El Porquero de Agamenón dijo...

Voto a Dios estimado señor Tordon que algunos apuntes de lo que usted llama cohinas soflamas han aparecido en esta bitácora si bien un poco disfrazadas y transliteradas.Aprovecho la ocasión para saludarle.El porquero