lunes, 17 de septiembre de 2012

THE PRINCESS AND THE MEDIA.


Había una vez un reino fabuloso con una familia real fantástica, campechana y muy bien avenida, que empezó a sufrir los crueles embates del destino. Una de sus adorables hijas se divorciaba de un marido pinturero y cocainómano mientras el otro duque, en compañía de su esposa, la infanta que no sabía nada, se dedicaba a cobrar un impuesto monárquico a cualquier reino dentro del reino que se le pusiera a tiro. Eso sí, sin ánimo de lucro.

Tampoco había lucro sino disparos inocentes sobre campechanos elefantes, allá en la sabana africana, por parte del jefe de la casa real como manera de conciliar un sueño que le había sido arrebatado por el paro de más de cinco millones de sus amados súbditos.

Pero ahí no acababan las desgracias. También se le empezaron a conocer sus amoríos germánicos y de todo tipo, mientras su querida esposa mantenía un discreto silencio en la embajada de Londres, dedicada desde años a cobijar a todo animal que huyera despavorido de la real escopeta. Para colmo la prensa, ávida de morbo, publicó un reportaje videográfico donde supuestamente aparecía nuestro monarca golpeando ignominiosamente a su palafrenero.

Había que hacer algo. Empezar a poner en marcha los sutiles y delicados mecanismos sucesorios en la persona de un príncipe impoluto e insulso.
Para ello, era necesario proveer al sucesor de una pátina de glamour que nunca tuvo. Y aquí entra en juego nuestra princesa que, siendo de origen plebeyo y divorciado, supo trepar, cual Lady Di, hasta llegar a la cima de la pirámide social. Fue entonces cuando todos los medios, haciéndose perdonar la felonía cometida con el jefe de la casa real haciendo pública su vida íntima tan llena de amoríos y trapicheos, publicaron sin excepción un extenso y pulcro reportaje a raíz de su cuarenta aniversario. En él aparecía ella, resplandeciente de belleza serena, en maternales poses con sus rubias hijas e incluso haciendo reales arrumacos a su príncipe azul.

Salvar la monarquía sagrada e hispánica es su histórico destino, aunque tenga que sufrir los silbidos de un pueblo levantisco y díscolo al que se le impuso una transición modélica y una entrada en Europa por la puerta falsa.

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