lunes, 2 de agosto de 2010

LA HABITACIÓN ROSA.




Adriano Celentano no sabía que era Adriano Celentano hasta que no vino a mi casa para venderla. Estábamos a las puertas de la gran crisis y nosotros sin saberlo. Escribir es algo muy parecido a una crisis. Uno nunca sabe por dónde va a salir la cosa cuando empieza a juntar palabras. Lo que a uno le gustaría es que las palabras formaran frases que compusieran párrafos hasta desembocar en un texto que tuviera un mar de lectores.
Esto sólo ocurre cuando las palabras caen como gotas de una lluvia generosa. Cuando las palabras pertenecen a un escritor sin historia como yo, corren serio peligro de perderse en un barrizal o en una exigua charca. Las palabras deberían contar historias como las aguas de lluvia que discurren por sus cauces naturales. Si una historia está bien contada llegará a buen puerto a pesar de los recovecos y los laberintos a que la someta el escritor. Lo mismo le pasa a la buena lluvia. Llegará a donde tenga que llegar a pesar de las urbanizaciones levantadas por constructores y bancos. Los políticos no tienen nada que ver. Los políticos se dedican a mirar al futuro mientras una voz bíblica les dice: “¡Tomad, esto para que montéis unos talleres ocupacionales de escritura, pintura, inglés, tiffany y lo que encarte!”
Vivimos en el mejor de los mundos posibles. Gracias a la generosidad de constructores y bancos, los políticos pueden poner universidades populares con talleres para que mi mujer, el escritor desconocido y la excelente profesora de inglés obtengan unos ingresos que les permitan comprarse casas en cauces naturales. Gracias al escritor desconocido, por ejemplo, mi vida ha dado un giro copernicano para bien. Antes eran tantos los fantasmas contra los que me peleaba que siempre perdía casi todos los combates. Ahora no. Ahora los he reunificado como si fueran deudas en la figura del escritor desconocido. Lo cual me ha permitido aumentar notablemente el número de combates ganados.
Por otra parte, gracias a mi mujer y a su pericia como pintora, nuestros respectivos ingresos se reunificaron también y se fueron a visitar la inmobiliaria de los italianos de ojos claros donde trabajaba Celentano. Mi casa nueva está en un cauce natural por donde debería pasar el agua de lluvia que afortunadamente no pasa. Fue lo primero que pensé cuando Fabio, el italiano más moreno del cuarteto, nos enseñó la casa. Adriano Celentano no subió esta vez. Debía quedarse en retaguardia cubriendo el flanco de la casa antigua por vender.
Gratamente sorprendido por el empaque de la primera planta con su cocina completamente equipada y sus dos patios, subimos a la segunda planta a través de una escalera de paredes verdes con pasamanos de madera. En la segunda planta había un rellano que indicaba claramente que la escalera verde y los pasamanos de madera continuaban más arriba. El rellano contenía tres puertas que daban a un cuarto de baño, a una habitación amarilla y a una habitación rosa. La habitación rosa era la más grande de las tres. Se diría que la habitación rosa era el centro de una trinidad flanqueada por el amarillo de la habitación de arriba y la de abajo. Cinco años después de comprar la casa, por fin la hemos pintado de arriba abajo. La habitación rosa ya no es rosa sino azul tirando a añil y las habitaciones amarillas son ahora de color melocotón. Iban a ser de un amarillo un poco más oscuro que el anterior, pero cuando el pintor destapó la lata de pintura y estampó varios brochazos sobre la pared, la expresión demoledora de mi mujer me recordó la vez primera que vimos la habitación rosa con su techo blanco y una amplia terraza al fondo. Si yo experimenté un zambombazo, mi mujer sintió un cataclismo.
El amarillo pollo de discoteca refulgía al mismo tiempo en la pared y en la sonrisa ambigua del pintor. La habitación rosa ya había sido violada tres días antes por el brochazo inmisericorde del pintor con un azul fondo de piscina que le provocó a mi pobre mujer la primera taquicardia. Rectificado al día siguiente por el azul añil, mi mujer procedió también a rectificar el amarillo pollo que pasó a ser melocotón para no desperdiciar tanta pintura.
Antiguamente se decía que las paredes oían. No veo por qué ahora las paredes no van a tener también sus sentimientos. Uno se cambia a la nueva casa con sus seres queridos, el perro, el gato, los muebles, los libros, los cuadros, las macetas y demás enseres. Lo que de ninguna manera uno puede imaginar es que la antigua casa también se cambia. No físicamente porque entonces no se podría llamar bien inmueble. Los bienes inmuebles no se mueven porque son bienes raíces que permanecen fijados a tierra como los árboles y las plantas.
Aunque siempre es posible, si bien poco probable, que excepcionalmente venga una lluvia abundantísima con vientos muy huracanados o se produzca un terremoto terrible y volemos todos; seres queridos, casas, perros, edificios singulares, universidades populares... La única ventaja  de estos cataclismos es que lo limpian todo. El lenguaje también. A todos nos iguala al hacernos volátiles y movibles.
La casa antigua se vino con nosotros a través de los vecinos colindantes. Me compro una casa nueva que vale un pastón y, en lugar de tener vecinos nuevos y más caros, me encuentro con el mismo tipo de vecino que inocentemente creía haber dejado para siempre. El detonante fue mi hijo. Lo hizo sin querer. Al despedirse de la casa antigua en medio de la mudanza bajo una lluvia pertinaz, no se le ocurrió otra cosa que abrazar la pared del salón, darle un par de palmadas y decir muy compungido: “mi casa”, como si fuera  ET. Lo más probable es que a la casa se le hiciera un nudo en la garganta y en ese momento decidiera venirse con nosotros. ..

Del cuento "La habitación rosa" perteneciente a "Relatos de un escritor sin historia"













4 comentarios:

Argax dijo...

La vida de las casas y como nos habitan, como tramana a nuestras espaldas lo que nos van a dejar y lo que no nos van a dejar hacer.

Saludos

El Porquero de Agamenón dijo...

Ellas son así, las han construido así y contra eso nadie puede nada.

Noite de luNa dijo...

Hasta hace poco tiempo pensé que las casas eran muros, ladrillos.
Ahora pienso que tienen algún tipo de sentimiento.

Una pequeña casa me llamó desde la Alpujarra cuando ese fin de semana iba a Galicia.

Ella me dijo: quedate conmigo, te deseo. Lo dijo con un deje argentino-filosófico, que me prendé al instante de ella. Cuando la visito, saca lo mejor de mí (que no es mucho) me hace sentir diferente, guapa y sexy.

Supongo que su casa de tantas plantas, tendrá ascensor.

El color melocotón es muy relajante luego de subir tantas escaleras, creo.

Saludos a los dos

El Porquero de Agamenón dijo...

Estimada señorita Aquí.
I-Cualquier casa que la haga a usted sentirse más guapa y más sexy,merece la pena visitarla y vivirla aunque sea unos pocos días.
II-Ahora bien, lo del deje filosófico-argentino, no sé,a mí me daría un poco de repelús.
No sé si es usted argentina pero le prevengo.Yo estoy rodeado de argentinos que hablan mucho y tienen soluciones para todo menos para Maradona y la selección.
En España,el argentino viene sobrado,aunque tengo amigos argentinos que curiosamente parecen gente normal, quiero decir que hablan poco y no siempre ofician de gurú de supermercado..
Yo que usted,mantendría mis cautelas respecto a la casa.
III-Hablando de casas, no se crea todo lo que cuento,son cuentos.Odio el realismo, el costumbrismo,el casticismo y el gusto por el detalle y la descripción fidedigna.Uno de los mejores argentinos por poco argentino,Borges,decía que el realismo no existe.
IV-Muchísimas gracias por el dual aunque exactemente no sé a quién se refiere.¿Se refiere usted a mi mujer ficticia, a mi casa ficticia,al escritor desconocido ficticio,al Adriano Celentano postizo, a la ficción en que yo mismo me estoy conviertiendo que ya no sé exactamente si la chica desnuda es mi mujer o soy yo uno de los dos que la acompañan en la fotografía....?En fin.