lunes, 8 de octubre de 2012

LOS DOS AMIGOS.


Había una vez una pareja de amigos constituida por un pintor bueno y un pintor malo.
Desde niño, el pintor bueno había tenido un maestro que le enseñó dibujo y composición así como el manejo del color y del tiempo. Fue un maestro amable pero estricto. Le decía que dibujara siempre en papel barato de estraza para que cuando le rompiera el dibujo, si tenía que hacerlo, se quejara sólo del trabajo mal hecho y no del dinero que le costó el papel. Muchos fueron los papeles que tiró a la basura, mucho el dolor claro y conciso que sintió.

El pintor malo creció a la sombra del pintor bueno admirando su obra y negándola a la vez, reivindicando la imaginación y el riesgo como características supremas del arte. Solía visitar a menudo el taller de su amigo, aunque de vez en cuando lo zahería con que el arte que practicaba era demasiado académico. Al amigo no le importaba pagar el precio de sus dicterios con tal de oír una voz que lo acompañara en su solitaria tarea. Por otro lado sabía que, en el fondo, iba a su taller para aprender. Un buen día el pintor malo le dijo que llevaba un buen tiempo practicando un arte nuevo sin ataduras ni academicismos y que nunca se había sentido tan libre y feliz.
“No me extraña.” le repuso el pintor bueno mientras encajaba una figura.

El otro, molesto por lo escueto y contundente de la respuesta, replicó: “Pues te informo que mi obra se está vendiendo muy bien porque lo que hago es actual. Tú pintarás muy bien, no lo niego, pero como artista estás desfasado”.
Fue entonces cuando el otro, saliendo de detrás del lienzo, enfrentó la mirada del amigo y, con una sonrisa, le dijo: “Sólo puede ser libre quien sabe, no quien quiere.”


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