lunes, 25 de junio de 2012

SIGLO XX CAMBALACHE


Decir que la calle, que principia en la farmacia y acaba más o menos por donde la escuela, la he recorrido miles de veces, es una forma como otra cualquiera de decir que pertenece a mi vida. La he recorrido de todas las maneras posibles, de arriba abajo y de abajo arriba, entrando desde la avenida paralela por los patios con arcos o viniendo directamente desde casa de mis padres.

La he recorrido con pantalones cortos y con pantalones largos, fumando y sin fumar, triste o alegre, a solas o acompañado por los hijos que permanecen y las esposas que ya no están. También la he recorrido con mis otros tíos y tías y con mis primos y hermanos y con mis padres cuando vivía con ellos o cuando ya sólo venía a visitarlos en las fechas de visitar y cuando podía, sobre todo, ahora en que recorremos la calle mi padre y yo mientras me habla de su soledad para siempre.

En esa calle vivieron juntas hasta el fin mi abuela, mi tía abuela y mi tía soltera que siempre fue una segunda madre. Mi madre primera, cuando me reconvenía, me mandaba a que fuera a ver a mi madre segunda que me reconvenía de la misma manera y con las mismas palabras, lo que atestigua de manera fehaciente la semejanza con que vivieron y trabajaron, pues ambas desempeñaron el mismo oficio de secretaria particular del señor gobernador civil de la provincia y del señor alcalde de la capital respectivamente. 

Mi tía soltera aún vive deslizándose sin remedio por la desmemoria y el olvido, pero yo digo que tiene un nombre griego que significa “la que habla bien”.

Y es cierto, mi tía siempre fue muy bien hablada y de voz tan bien timbrada que durante un tiempo cantó en el coro de la iglesia. También tiene mi tía una letra hermosa y antigua como una fotografía en blanco y negro.

No sé cuantos nombres habrá tenido la calle de mi tía. Lo único que sé es que el nombre oficial de la calle de hoy y el que aparece debajo no me son desconocidos.

Empecemos por el nombre espurio de Margarita Nelken. Sé que fue escritora y política durante la república, siendo la única mujer que salió diputada en las tres legislaturas. Se preocupó mucho por la infancia y fue una de las más importantes representantes del feminismo español de los años treinta. A pesar de ello, se opuso a que la mujer votara en 1931 por temor a que la incultura y la sumisión a la Iglesia la inclinaran a votar contra sí misma, como efectivamente sucedió en 1933.

Supongo que esta negativa tuvo que causarle a Margarita un íntimo dolor y mucha incomprensión. También sé que se exilió, como tantos, a México y se convirtió en una autoridad mundial en arte latinoamericano.

A don Antonio Ayuso Casco (no cometo indiscreción alguna pues su nombre da nombre oficial a la calle) lo conocí y padecí un poco en la escuela que está al final de la calle de mi tía.

Nunca llegó a darme clase para mi bien y el bien  público y notorio del alumnado de la Escuela Aneja del Magisterio. Creo que, al ser director perpetuo, estaba exento de dar clase y de incordiar a los alumnos.

Ni que decir tiene que los tiempos, en que se cumplió mi tiempo de escuela, además de perpetuos, fueron duros, estrictos y rígidos. Para todos. También para los niños de las escuelas públicas saturadas de consignas militares, himnos patrióticos y rezos.

(Todavía recuerdo con angustia los cines cerrados y la televisión única, abierta tan sólo a oficios religiosos durante las vacaciones de Semana Santa).

Yo tuve la suerte de tener un maestro amable al que adoré durante mucho tiempo. También tuve unos padres que me quisieron mucho desde una infancia durísima de posguerra.

No puedo decir que don Antonio Ayuso fuera una mala persona en absoluto. Es muy posible que fuera como tantos que vivieron bajo la dictadura. Muchos porque no había más remedio y los más porque creían que era lo mejor. En todo caso don Antonio Ayuso me era un poco antipático por redicho. Fuera en el paraninfo durante el acto de apertura del curso, fuera por los pasillos de diario o en el patio, siempre iba diciendo: “Niño, no incordies”.

Caminaba como si todo él fuera un acto de contrición permanente y juntaba las manos como los niños cuando hacíamos la primera comunión. Aparte de los actos académicos, Don Antonio Ayuso adquiría un protagonismo singular cuando entrábamos en el mes de mayo, el mes exclusivo de la virgen María.

Decir que la calle de mi tía soltera pertenece a una ciudad de provincias del interior, es una manera como otra cualquiera de decir que hace mucho calor en mayo y que, por la tarde, cuando volvíamos recién comidos a la escuela, nos entraba una modorra espesa y unas ganas infinitas de dormir.

En un salón nos esperaba don Antonio Ayuso, armado de misal y rosario, para celebrar el mes de mayo a María a la que cantábamos canciones monocordes y tristes. También le llevábamos flores y algodón blanco para que se sintiera cómoda entre las nubes. Nunca como entonces tuve una idea tan aproximada de lo que pudiera ser la inclemente eternidad y el aburrimiento infinito. Nunca la sangre infantil, revuelta por la primavera, protestó tanto.

Hace mucho tiempo que don Antonio Ayuso Casco dejó de rezar el santo rosario en el mes de mayo y de vivir en la misma calle de mi tía soltera. Quizás por eso y por ser un probo funcionario le pusieron su nombre a la calle de Margarita Nelken. Margarita se fue y don Antonio se quedó. Hay un tiempo problemático y febril en que todo se iguala.

Esta mañana he recorrido, una vez más, la calle de mi tía con mi padre. Mi padre, todos los días, le lleva los periódicos y la cuida. Antes de entrar he tomado la fotografía. Hemos subido, nos hemos sentado y hemos hablado un poco. He tomado el libro de rezos de mi tía y he leído una oración en voz alta.

Mientras Margarita Nelken se exiliaba a México, mi madre y mi tía se quedaron. No se conocieron nunca aunque hubo un tiempo que compartieron. Es posible que Margarita dejara de rezar muy pronto. Mi tía y mi madre no.

Después del tiempo cambalache, viene un tiempo en que todo se asienta y distingue. Es un tiempo anterior al tiempo único y verdadero del olvido. Mientras tanto, Margarita, mi madre y mi tía pertenecerán para siempre al tiempo en que la mujer empezó a salir de casa para ir a la oficina.





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