lunes, 24 de enero de 2011

VIRTUD





Se llamaba Penín y fue profesor mío de latín. Hasta aquí llega la rima infantil. Un homenaje que me rindo a mí mismo cuando a los trece años lo tuve de profesor. Penín odiaba a los curas por sus hipocresías y por el latín patatero que enseñaban. Fue catedrático de instituto y tuvo una muerte antigua. Siempre se esmeró en enseñarnos la pronunciación clásica. Cícero se pronunciaba Kíkero y virtus uirtus que era una semivocal/semiconsonante hasta que derivó en consonante. Paralelamente a sus comentarios fonológicos, se preocupó muy mucho de señalarnos que virtus no significaba de ningún modo virtud sino valor. Virtus como cualidad esencial de vir, varón. El latín y el griego fueron la pista de despegue que me alejó para siempre de los monoteísmos.





Si Penín fue el mejor profesor de latín, la profesora de griego nos enamoró a los quince argonautas que navegábamos por Homero y Esopo guiados por la seguridad de un pañuelo que manejaba como una ninfa. Se llamaba Pilar y sobre ella y la profesora de francés, asenté mi sexualidad primera. La mirada del Penín a través de los largos pasillos, detrás de unos traseros ajustados y unas piernas rítmicas, hizo de mí un esteta. Y un descreído también, pues en qué cabeza cabe que el dios único y aburrido de los curas pudiera rivalizar con la multitud y la variedad de los dioses grecolatinos. Por no hablar del gran jefe, Zeus o Júpiter, cuya afición principal consistía en transmutarse en lo que fuera con tal de conseguir a la hembra.





Marcado desde la infancia por el latín eclesiástico de la misa, me transferí a la cultura pagana gracias al latín agnóstico del Penín. Pude haberme despeñado como cordero de Dios que quita los pecados del mundo y heme aquí bañándome desnudo en el río de Heráclito o guerreando con César en las Galias.



Todo esto sirve para decir que tengo un latín clásico. Nada que ver con el latín perverso de los curas. Y ahora que me deslizo por la profundidad del tiempo, experimento la hondura de la huella que en mí dejaron las profesoras de griego y de francés con el Penín en medio. Los tres, profesores de lenguas, los tres aliterados y unidos bajo la sombra de una P inicial. Una P que trasmina virilidad erguida como empuje necesario para conquistar el mundo y a la mujer. Puestos a ponerse estupendos, no puedo evitar ver como encuentro afortunado el hecho de que mundo y mujer también comiencen por la M que es sonido que se pronuncia con los labios. Como la P.





Desde un punto estrictamente etimológico, decir una mujer virtuosa es un contrasentido. Y no digamos cuando se juntan dos palabras antónimas en la virtud de la castidad, sintagma delirante, puesto que es un completo dislate asociar el no follar, propio de cerebros reblandecidos, con la virilidad enhiesta de un falo virtuoso dispuesto a recorrer miles de kilómetros por tierra, mar y aire con tal de ingresar en una acogedora vagina.





No sé si me voy explicando. Quien, más bien, tendría que explicarse sería la Santa Madre Iglesia que ha hecho de palabras recias y viriles, unas mariconadas impresentables. O no sabe latín o lo pervirtió para acomodarlo a sus intereses. (Después de la Donatio Constantini, me lo creo todo). Lo mismo pasa con la mismísima religión, palabra que demuestra que no puedes fiarte ni de tu propio diccionario latino, que usé por primera vez a los catorce años y aún hoy me acompaña. Mi antiguo diccionario es un traidor y un mal nacido por la parturienta del Nihil Obstat eclesiástico. Los autores son un cuerpo de redactores de Palaestra Latina bajo la dirección del Reverendo Padre José María Mir. Ya se pueden imaginar, queridos lectores, la objetividad científica de semejante diccionario. A veces, asoma la patita y se le ve el plumero como sucede en religio, cuya primera acepción es “conciencia escrupulosa”.



Si uno sabe un poco de latín, no hay que ser un lumbreras para percatarse de que religio viene del verbo re-ligare, que significa “atar, ligar atrás, amarrar” según el mismo diccionario. No aparece ninguna “conciencia escrupulosa” por ningún lado. A pesar de todo, adoro mi diccionario de latín que junto con el franquismo tanto contribuyó a que me hiciera un experto en la lectura entre líneas.





El tiempo es viento del desierto que va depositando capas de arena sobre las palabras. Pero por abajo sigue fluyendo el río con sus cocodrilos. Hay que escarbar con mucha paciencia hasta encontrar el agua primera que dé sentido al sinsentido. Nada mejor que escribir en compañía de mis viejos diccionarios de latín y griego, amantes antiguas y fieles que tanto contribuyeron a hacer de mi un varón virtuoso.



2 comentarios:

Tordon dijo...

Me encanta, estimado Porquero, cuando en sus elucubraciones -ajenas a cualquier atisbo de modernidad- desempolva la arcaica fusta de laico empedernido. Y ello me retrotrae-inconscientemente- a los felices 60, aquellos dicharacheros tiempos del “power flower” en los que –además de ser jóvenes- se luchaba “contra eso y aquello”
No obstante, y a la vista de los desgarradores traumas infantiles que desencadena la enseñanza de las lenguas muertas, he decidido apuntar a mis hijos al aprendizaje de la lengua de Shakespeare.

Que Dios le bendiga, diablillo mediterráneo.

El Porquero de Agamenón dijo...

Estimado señor Tordon.
Muchas gracias por sus cumplidos y por sus bendiciones.
I-Yo también he apuntado a mi hijo a clase de inglés con la misma profesora nativa con quien yo estoy y desde hace un año he conseguido por fin que vea las películas y los documentales de la BBC en inglés con subtítulos en español sin protestar. Lo acepta ya como una costumbre.
II-Muchas veces,(me llama su diccionario ambulante)me pregunta el significado de algunas palabras. Para que no se le olvide,siempre recurro al español y al latín.Por ejemplo,"to turn" viene del tornare latino que da tornillo en español o "wall" que significa pared y para que no se le olvide le digo que es lo mismo que valla o vallum en latín.
Entonces vuelvo a acordarme del Penín cuando nos decía que las lenguas muertas están muy vivas.
Tenga usted un maravilloso día.
Vale.