martes, 13 de enero de 2015

ANITA EKBERG Y EL ESCRITOR SIN HISTORIAS.


Ya no abrigo la más mínima duda de que Anita Ekberg y yo tenemos algo en común. ¿Qué puede ser? No lo sé, pero esta mañana, al abrir el periódico en la biblioteca pública, supe con absoluta seguridad que se habían producido en un corto espacio de tiempo demasiadas casualidades. Desde ayer domingo en que mi hija y su novio me dieron los regalos de Reyes, Anita Ekberg forma parte consustancial de mi vida. No voy a caer en la tentación de añadir tópicos adjetivos calificativos a su presencia. Para eso está el escritor desconocido, quien seguro que esta mañana habrá sacado de su maletín el Málaga Hoy, donde la actriz sueca aparece deslizándose como una diosa por la Fontana di Trevi para la necrológica de rigor, y después habrá mandado a su jauría de lobos amaestrados que escriban una redacción sobre su filmografía. No hace falta decir que previamente habrá escamoteado la página vecina donde aparezco yo con mi novela “El escritor sin historias” debajo de una frase para la posteridad: “El primer mandato al escribir y actuar es el mismo: no aburrir nunca”.

El caso es que Anita Ekberg (no hay adjetivo calificativo junto a ella que no descalifique inmediatamente a cualquier escritor que escriba un artículo a su costa) jamás pudo aburrirse mientras se deslizaba por La Dolce Vita admirada por Marcello. ¿O era Gep Gambardella quien, dejando por unos instantes La Gran Belleza, se había venido al blanco y negro para experimentar junto a Mastroiani el mismo temblor, la misma nostalgia? Porque fue ver La Gran Belleza y decirme a mí mismo que era una versión muy mejorada de La Dolce Vita. Lo único que se salvaba en el film antiguo era el deambular de Marcello Mastroiani y la presencia (y ahí me quedo sin despeñarme por el adjetivo innecesario) de Anita Ekberg.
Mi hija y su novio me regalaron ayer domingo un cerdo-hucha y un disco Blu-ray con las dos películas juntas. El cerdo, animal totémico por excelencia, era una confirmación de mi origen como escritor sin historias. (Siempre pensé que Tot, el dios egipcio protector de los escritores, consciente de mi nacimiento en tierra extrema rica en encinas, se avino a mutar su configuración de mono babuino por la de cerdo ibérico, para que así pudiera venirme el impulso necesario que me sentara para siempre ante la pantalla del ordenador).
Las dos películas juntas confirmaban, por otra parte, mi intuición; una trama muy parecida y un personaje idéntico; un escritor que no escribe, metido a gacetillero que vaga por la inanidad de la noche romana armado de una buena dosis de cinismo. Pero eso no era lo importante…

El periodista, un tipo inteligente y preparado, me dijo el viernes que lo más probable es que la entrevista apareciera el lunes. Hoy es lunes y son la ocho de la noche. A mi izquierda tengo el Málaga Hoy abierto de par en par. A la izquierda, a toda página, Anita; a la derecha, mi entrevista, a toda página también. Es la tercera vez, en apenas veinte y cuatro horas, que coincidimos. Mi hija y su novio me regalan La Gran Belleza junto a La Dolce Vita el mismo día que me entero por el Facebook que Anita Ekberg ha muerto. Esa misma tarde aparece en el televisor de un personaje de los Soprano y al día siguiente, salimos juntos en las páginas de Cultura y Ocio; ella, en medio de la noche, dentro de la fuente de Trevi, vestida de negro, y yo delante de otra fuente en el centro de Málaga a plena luz.