jueves, 27 de noviembre de 2014

POR QUÉ YA NO LEO NOVELAS. EL ORIGEN DE "EL ESCRITOR SIN HISTORIAS".


Hace ya bastante tiempo que la novela dejó de ser la protagonista casi absoluta de mi actividad lectora. Es más, para ser exactos, debo confesar que el género narrativo por excelencia, que presidió mi gozosa juventud,  ha desaparecido por completo de mi amplio horizonte intelectual. A veces, muy pocas, esa es la verdad, sólo cuando siento lástima de mí mismo, saco del estante alguna novela emblemática, a ver si soy capaz de leerla de cabo a rabo. Vano intento. Al tercer o cuarto capítulo la dejo abandonada sin demasiado complejo de culpa.

Me estoy haciendo viejo. Eso significa que, al tener más pasado que futuro, necesito aferrarme a las cosas reales. Por otra parte, el futuro que me espera  es tan previsible como una película vista cien veces. Decadencia y declinación. Puestos así, prefiero estudiar la Decadencia del Imperio Romano que no estudiarme a mí mismo a través de unos personajes sicológicamente caracterizados cuya peripecia acabará indefectiblemente con la palabra fin, que es como acabaré yo. No merece la pena.
Sin embargo, la Historia no acaba nunca por mucho que un filósofo americano, neoliberal y mamporrero, haya dictaminado su fin. Siempre cabe la posibilidad de que, cuando menos se lo espera uno, estalle una revolución que se lleve por delante todo lo establecido. De ahí que la Historia haya usurpado el trono a la novela con una violencia inaudita, mandándola al exilio intelectual sin ni siquiera agradecerle los servicios prestados.

A lo más que llego ahora, en que me hallo sumergido en el estudio de la Revolución Francesa, es a leer con fruición algunas páginas de una buena novela donde se guillotina mucho y bien. Nada que ver con la bazofia seudohistórica de las novelas mágicas que inundan hoy las grandes superficies comerciales y las pocas librerías que van quedando. (Las pobres no tienen más remedio que vender literatura a granel si quieren subsistir).
Para cerciorarme de que esta incapacidad mía era fruto del paso del tiempo, me puse a leer novelas malas o francamente malas pero de mucho éxito. El resultado fue muy parecido a cuando me dio por intentar leer a prestigiosos autores de farragosa sintaxis y estructura laberíntica que aparecen en las revistas culturales. Tardaba un poco más, eso sí, en dejarlas inconclusas, me refiero claro está a las novelas comerciales, pero, en vez de devorarlas como hace todo el mundo, las masticaba cansinamente como si me faltaran los dientes. Un aburrimiento existencial, muy superior a mi raquítico sentido de culpa, hacía que las devolviera a la biblioteca con inusitada prontitud.

(El otro día se me pusieron los vellos de punta cuando vi a una señora  llevarse de una tacada cuatro novelas del mismo autor mediático al cual abandoné en la segunda página del tomo primero donde decía que Alejandro Magno se puso a llorar. ¡Mentira cochina! ¡En la época de Alejandro Magno la gente no lloraba y los héroes, menos! ¡Lloran a moco tendido los millonarios héroes actuales cuando pierden un partido de fútbol o de lo que sea! ¡La gente moderna moquea mucho por cualquier cosa! Se ha puesto de moda el llanto público para demostrar lo sensibles y sensitivos que nos hemos vuelto).
Una vez hecha la constatación introspectiva acerca de por qué las novelas se me caían de las manos, necesitaba contrastar mi parecer con el parecer de otros. No tuve más remedio que salir de mí y viajar a los mundos exteriores donde habitan, omnímodos y omnipotentes, mis amigos ilustrados con sus reinos de Taifas y sus satrapías. (Afortunadamente, por higiene mental,  también dispongo de otros amigos bastante iletrados con los que hablo de fútbol y juego al ping-pong).
Temía yo que, en el fondo, esta impotencia mía como lector de novelas fuera trasunto de otra más íntima que se cernía sobre mí. Así que interrogué a mis amigos intelectuales, independientemente de que fueran espesos y alemanes o jugaran a ser frívolos e iconoclastas, y no obtuve una respuesta contundente. Como ya suponía yo, no hicieron otra cosa que irse por los cerros de Úbeda para acabar hablando de sí mismos y de sus magnas obras.
Aprovechado el asunto de la impotencia intelectual como trasunto de la sexual, indagué entre mis amigos iletrados acerca de la relación entre deporte y sexo. Tampoco obtuve una conclusión meridiana. Al menos estos no se andaban por las ramas sino que más bien se reían a mandíbula batiente para después contarme un par de chistes guarros y enseñarme fotos pornográficas con el móvil.

Conclusión; abandoné definitivamente la lectura de la última novela francamente mala que se me estaba cayendo de las manos y me entregué, libre y aliviado, a la práctica del ping pong. (El sexo vendría por añadidura y de qué manera cuando se produjo un vuelco absoluto en mi vida).
El mundo femenino no tiene nada que ver con el mundo masculino. La mujer tiene una relación mucho más íntima e intensa con la palabra que el hombre. Le encantan los culebrones larguísimos y las novelas con cientos de páginas a condición de que acaben bien y no haya violencia gratuita. No les suelen gustar las novelas de mafiosos ni de superhéroes a no ser que sus vilezas y heroicidades estén estrechamente ligadas a una peripecia amorosa potente.
Es sumamente difícil ver a un lector masculino con una novela gorda entre sus manos. Sin embargo el tocho novelesco de quinientas y pico de páginas, como mínimo, forma con la mano femenina una perfecta unidad de destino. Mi hija veinteañera, por ejemplo, es una devoradora insaciable de novelas gordas, al igual que muchas mujeres que veo  cuando viajo en tren.
En lo referente al mundo homosexual sería muy interesante comprobar si tiene las mismas tendencias lectoras que el mundo femenino. Me gustaría muchísimo saberlo, pero mi pudor me impide preguntar a un joven que lee una novela gorda en el tren si es homosexual. Por otro lado, los amigos homosexuales que tengo o son todos adictos a las revistas de moda y al gimnasio  o son poetas finos y exquisitos, de cuerpo más bien esmirriado que practican una poesía decadente y helenizante.

En estas estaba yo, cuando se produjo en mí un vuelco absoluto que me permitió unir en un mismo paquete turístico mi afición presente por la Historia con el amor que dispensé a la lectura de novelas cuando joven. De hecho ahora vivo una segunda juventud, llena de esplendor. La solución era muy sencilla. Ponerme del otro lado. Visitar la cara oculta de la luna descubriendo un mundo nuevo. Impotente como lector  de novelas, adquirí una potencia inusitada cuando me puse a escribirlas. Ahora sí que podía ser el protagonista absoluto, el supremo hacedor de historias que, al surgir como hongos, se hacían imprevisibles y sorprendentes para mí, que las escribo, cuanto más para ti, querido lector, amantísima lectora, que en tus manos tienes la posibilidad de gozar de “El escritor sin historias”, una novela llena de historias entrelazadas por un sutil hilo narrativo que os deparará un final inesperado.




3 comentarios:

Nunca aprendí a coser dijo...

¿Dónde podría adquirirla...?

Muchas gracias

El Porquero de Agamenón dijo...

Disculpe la tardanza en contestarle pero llevo un tiempo muy liado con la promoción:
La puede adquirir on line bien en versión en digital o en papel más gastos de envío:
Le mando la dirección:
Es fiable.
La editorial es pequeña por eso todavía no ha llevado la novela a Madrid.
Muchísmas gracias por su interés

Nunca aprendí a coser dijo...

Muchas gracias, me haré con ella, saludos!