viernes, 21 de febrero de 2014

LA INMOBILIARIA DE LOS ITALIANOS DE OJOS CLAROS CON CELENTANO AL FONDO


 
El que Celentano no supiera que era Celentano hasta que no vino a mi casa para venderla no tiene la más mínima importancia. Tampoco yo sé por dónde va a discurrir una historia hasta que no ponga la palabra “fin”. Juntar palabras, que formen frases que constituyan párrafos, no significa que haya una historia. Puede que sí o puede que no. Celentano estuvo mucho tiempo sin tener su propia historia  y no por eso dejó de ser Celentano.

En mi caso, lo único que puedo hacer es seguir acarreando palabras como una hormiguita y llegar al punto y final. Lo más probable es que, cuando lea de corrido el relato, me dé cuenta de que tampoco he contado una historia. A lo peor me deprimo un poco, pero lo más seguro es que le dé a cortar al ratón, lo lleve a la carpeta de “Deshechos” y me quede sólo con la frase inicial donde digo que Celentano no sabía que era Celentano hasta que no vino a mi casa para venderla.

Para saberlo, es imprescindible que Celentano y mi mujer encuentren trabajo. Celentano en la inmobiliaria de los italianos de ojos claros que está en la avenida de enfrente de nuestra antigua casa. Mi mujer dando clases de pintura en la universidad popular del pueblo de al lado donde imparte su taller de escritura creativa el escritor desconocido.

Quizás por eso las historias también reciben el nombre general de “relatos”, porque todo está relacionado. Hay unos personajes, cada uno en su universo, y unos acontecimientos que hacen que esos universos, tan distintos y lejanos, confluyan.

La inmobiliaria de los italianos de ojos claros formaba parte de un emporio de nueve agencias y cuatro bancos que fueron instalándose en la avenida muy poco después de comprar la antigua casa. Eran los tiempos felices del ladrillo.

Los italianos de ojos claros solían frecuentar el bar que le hacía la competencia directa al bar de mi vecino en la acera de enfrente. Eran cuatro más Celentano quien, al ser oriundo del pueblo, no le hacía falta tener los ojos claros. Vestían trajes modernos; pantalones de pitillo, chaquetas de tres botones, zapatos italianos y una corbata del mismo color que los delataba como vendedores de una gran inmobiliaria.

Celentano era completamente distinto a los demás. Su aspecto rústico contrastaba con la elegancia intrínseca quienes se sabían descendientes de los emperadores que conquistaron el mundo. Sin embargo Celentano era el único cuyo nombre remitía al emperador más culto y refinado quien, a pesar de haber nacido en Hispania, siempre se consideró un griego. Adriano Celentano no era elegante ni culto ni refinado ni tampoco disponía de una sonrisa para conquistar el mundo pero, a cambio, volvía locas a las mujeres los fines de semana mientras vendía mi antigua casa...

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