martes, 21 de enero de 2014

LA CIUDADANA INFANTA DOÑA CRISTINA.

Análisis republicano-gramatical de este sintagma un tanto extraño.


La ciudadana infanta doña Cristina es un sintagma nominal bastante complejo, no por el nombre en sí de Cristina sino por las relaciones un tanto contradictorias entre los sustantivos: ciudadana, infanta y doña. Cabría la posibilidad de acortarlo de esta manera: La ciudadana doña Cristina, sintagma más sencillo y popular que refleja un republicanismo bastante moderno. Nada que ver con el republicanismo antiguo, por revolucionario y francés,  de cuando los sanculottes de Marat y la guillotina de Robespierre ni tampoco con el republicanismo segundo de cuando Azaña y la España alpargatera y quemaiglesias.

La ciudadana infanta doña Cristina es un sintagma nominal de tránsito entre la imputación de Cristina, como su propio nombre indica, y la desimputación inmediata por intermediación del fiscal real (la infanta Cristina está imputada quien la desimputará el buen desimputador que la desimputice etc).
La ciudadana infanta doña Cristina es un dilema, un sinvivir entre la sinrazón del Estado Monárquico y la razón democrática de un pueblo harto de su clase dirigente que, partiendo de la Santa Transición, derivó hacia el Mandarinato y el Contubernio.
Resulta reveladora la imagen del Parlamento Español aplaudiendo con franco entusiasmo la entrada triunfal de su Majestad Inviolable e Irresponsable porque, en el discurso navideño, mil veces repetido hasta la saciedad, había introducido, en pleno Undangarinato, la novedad epistemológica de que la justicia era igual para todos. El delirio.

Poco después, respaldado sin duda por tanta adhesión inquebrantable, Su Campechana Majestad no tuvo ningún inconveniente en aplicar Su peculiar sentido de la justicia ajusticiando, mediante certero disparo, a un elefante africano mientras su pueblo era esquilmado y desahuciado. “Lo siento mucho, no volverá a ocurrir” dijo el hospitalario monarca de movilidad reducida a una audiencia avejentada por la ausencia alocada de la la loca juventud que, ya por entonces, practicaba locamente la movilidad exterior.
Y así transcurrían los tiempos diferidos y simulados hasta que a un juececillo valiente le dio por aplicar al nombre propio de Cristina la justicia real y marital y es justo aquí cuando empieza a construirse por sí sola la gramaticalidad ambigua del sintagma extemporáneo, objeto de comentario.

Porque veamos:
CRISTINA
Es un nombre propio bastante común hoy en día que adquirió carta de naturaleza en el siglo XIX gracias, por un lado, a María Cristina Borbón-dos Sicilias, viuda del rey felón Fernando VII, madre de la reina castiza Isabel II, regente durante su minoría de edad, casada morganáticamente en secreto con un sargento de corps que la preñó numerosas veces y con el cual tuvo turbios negocios relacionados con la sal, el ferrocarril y el comercio de negros, y por otro lado tenemos a María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre del futuro Alfonso XIII, que fue continuamente engañada por Su Priápica Majestad don Alfonso XII, quien en su lecho de muerte, inmortalizó su nombre mediante esta histórica advertencia: “Cristinita, guarda el coño y de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas” que es como si dijera “Y del PP al PSOE y del PSOE al PP”, dicho sea sin ofender a los militantes socialistas de base, ya que los otros jamás se sentirán ofendidos.

DOÑA
Es sustantivo un poco adjetivado que actualmente hace mención a un estatus social alto, aunque no tendría por qué. En los tiempos antiguos todo el mundo se llamaba de usted si no había comido junto en la misma mesa. Don y Doña eran muestras de respeto hacia la gente mayor a la que le importaba un pimiento ser lo que eran; viejos o ancianos. Jamás de los jamases se les hubiera ocurrido llamarse con el eufemismo tonto de “tercera edad”. A ningún viejo se le ocurría decir a un joven “No me llames de usted ni de don que me haces viejo”, con lo cual fueron los propios viejos modernos los que deseducaron a una juventud cada vez más despistada.
Doña con el artículo la, “la doña”, se refería a la dueña, que venía a significar mujer con intenciones eróticas. De ahí el precioso verbo “doñear” que significa arrimarse a la mujer, cortejarla con fines explícitamente sexuales aunque no necesariamente reproductorios.
Posteriormente pasó a ser un sustantivo-báculo del nombre propio, don Mariano, doña Soraya, que junto a “señor” y “señora” sustentaban la vieja educación. Nada de eso existe ya. Ahora, por ejemplo, para referirse al presidente del gobierno se le aplica el feísmo “Presidente Rajoy” y no “señor Presidente” que es como los ingleses suelen hacer, porque son amantes de las viejas tradiciones y de echar sapos y culebras por sus boquitas cuando se enfrentan en el parlamento. Lo uno no está reñido con lo otro. Aquí sí.
Por lo tanto, parece que el don y la doña o señor y señora han quedado como arcaísmos o viejismos aristocráticos que se aplican sólo a personas de alcurnia y ringorrango. De ahí doña Cristina.
Llamar doña Cristina a doña Cristina, implica pues, en esta España vulgar y zafia una actitud muy condescendiente y mamporrera con respecto a la monarquía.  Denota en el individuo o individua que lo usa una clara tendencia al felpudismo (no confundir con felipismo).
El felpudismo es una actitud de pueblo encadenado y borbónico, amante de la seudodemocracia y el turnismo, como maneras de encubrir lo de siempre; el caciquismo y la corrupción.

INFANTA.
Sustantivo adjetivado que tiene su miga. Desde un punto de vista estrictamente lingüístico, infanta debería hacer sólo alusión a un miembro del sexo femenino aún no desarrollado, lo mismo que infante con respecto al género macho. De infanta e infante viene el adjetivo infantil y el sustantivo infantilismo, tan de moda en nuestros días.
Pero infanta significa también, y sobre todo, hija legítima de un rey o esposa del infante, que por motivos lógicos, es asimismo hijo legítimo de rey.
Famosa es la deformación inglesa del españolísimo sintagma nominal Infanta de Castilla , aplicado a Doña Catalina, hija de los Reyes Católicos, quien primero casó con Enrique VII de Inglaterra y después, tras su muerte, con su hermano menor, el anglicano follador Enrique VIII, célebre por sus series televisivas, sus mujeríos y sus decapitaciones.
Pues bien, ante la imposibilidad de pronunciar bien su nombre, los ingleses lo britanizaron: Elephant and Castle, donde Infanta deviene premonitoriamente en Elefante (Pensar que ya desde el XVI nos habían tomado los ingleses la medida a los españoles me produce escalofríos históricos) y Castle es, como su propio nombre indica, Castillo. Actualmente Elephant and Castle es un barrio no muy recomendable de Londres.
Antes de ser desahuciada por Enrique VIII, la infanta Catalina, le dio una sangrienta hija, María Tudor que ensangrentó todo el país con sangre protestante. María la sangrienta, la llamaron con toda propiedad los ingleses y, ya de paso, bautizaron un coctel a base de tomate muy rojo con su nombre: Blody Mary.
O sea, y resumiendo, que el sustantivo Infanta es un nombre maldito desde hace mucho tiempo por lo cual sería aconsejable eliminarlo para siempre de nuestra historia de la lengua. 

CIUDADANA.
Hermoso sustantivo, limpio y claro como el cielo azul en el sur. Me pongo poético porque ciudadano/a es nombre igualitario que a todos equipara como sujetos de destino histórico, individual y colectivo, y no como súbditos, sujetos y atados al destino sexual y reproductivo de los reyes. Súbdito implica yugo y el yugo se hizo para los bueyes.
Ciudadano y política tienen un origen común, pues ambos vienen del sustantivo ciudad como espacio no sólo físico sino simbólico donde el ser humano puede y debe desarrollarse en libertad. La civitas latina y la polis griega son nuestro pasaporte histórico y lingüístico que nos conducen irremediablemente a la gramática parda del sintagma nominal construido a partir del nombre propio Cristina, enraizado en el sustantivo liberalizador y comunitario de ciudadana.
Hay en  ciudadana Cristina olor de pan recién hecho. Ciudadana Cristina trasmina sentido común frente a los privilegios medievales y las corrupciones ancestrales. Liberté, egalité, fraternité proclamban los gabachos antes de napolizarse.
Acojamos pues fraternalmente a doña Cristina, depositémosla igualitariamente en el sintagma nominal la ciudadana Cristina y llevémosla sin ensañamientos innecesarios a los tribunales para que estos, en uso de su libertad protegida por las leyes, la juzguen.



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