miércoles, 15 de enero de 2014

EL ESCRITOR DESCONOCIDO, MI HIJA MEDIANA Y YO.



Jamás escribiré un novelón de quinientas y pico páginas (por fin lo sé) y mucho menos con mi hija mediana de por medio que me pregunta qué lectura le recomiendo, si “El malestar en la cultura” de Freud o “El arte de amar” de Fromm. Mi hija mediana está subida en la silla de escribir, escrutando libros del estante más alto de la librería mientras yo permanezco semisentado en la cama, reclinada la espalda sobre dos mullidos cojines y el ordenador encima de las piernas, dispuesto a entrar de una vez por todas en la historia de la literatura.

Tal y como están los tiempos, me gustaría recomendarle algún manual de la perfecta casada, pero no  tengo. Tengo, eso sí, muchos libros que no volveré a leer; novelas, sobre todo, y otros que ni tan siquiera abriré. Fueron levemente examinados cuando tuve la desfachatez de comprarlos sabiendo que, ni por asomo, iba a perder el tiempo dedicándole la más somera lectura. Los compré muy al principio de querer ser yo un escritor como los de antes. Miro desde la cama a mi hija subida a la silla y me parece una funcionaria de parques y jardines limpiando los nichos del cementerio.

De siempre he sentido una fascinación perversa por la imagen del escritor en su estudio rodeado de libros por todas partes, la mesa llena de más libros y revistas de calité, el cigarrillo displicente en la mano de cuando se fumaba sin mala conciencia, alguna voluta perdida en el blanco y negro de la fotografía y el típico gato mirando desafiante a cámara en medio de alguna frase histórica: “No concibo una literatura que no refleje la realidad, por muy mostrenca que esta sea” y frases de ese tipo que confieren a cualquier escritor, por muy malo que sea, la pátina de intelectual comprometido.
Ahora ya no se lleva ese modelo. Periclitó cuando nos volvimos nuevos ricos y nos fuimos de compras a los centros comerciales que surgieron como setas tras la lluvia de euros con que Alemania nos engatusó para que entráramos en su mercado común.

Los centros comerciales cobijan en su seno un surtido nada variado de tiendas clónicas, salas de cine donde proyectan siempre la misma película y el supermercado inmenso con guardias de seguridad y librería a la entrada.
Los escritores de ahora escriben historias codificadas de catástrofes apocalípticas, llenas de seres diabólicos. Nada que ver con la realidad mostrenca de cada día.
Para mi desgracia, tampoco ahí me hallo. Y no por falta de imaginación. Imaginación, creo que tengo, pero también poseo una obsesión tremenda que no hace otra cosa que ponerme palos en las ruedas.

Escribo tres folios con todo el sudor de mi frente y, cuando voy como una moto hacia el intríngulis de la historia, tengo que dejar de escribir para dar paso a mi neurosis correctora que, insaciable, me hace reducir los tres folios iniciales a un raquítico medio folio final. Cada corrección que hago, se lleva por delante unas setecientas palabras, más o menos.

Así no se puede enjaretar siquiera el capítulo inicial de una intriga rocambolesca con efectos especiales del más allá. Ya me gustaría a mí ser como el escritor desconocido. El otro día nos confesó que es tal su obsesión por el detalle realista que “ancle bien la peripecia maligna al suelo” que, cuando corrige, suele aumentar el folio inicial a casi el doble...

3 comentarios:

Noite de luNa dijo...

No pierda la esperanza, es joven.
Aunque a veces pienso que un escritor con una orquídea en la mesa, no puede llegar a la fama. No está bien visto, creo.


*Permítame una pregunta o dos que puede contestar o no contestar.

1ª- El estar entre cojines es por placer o por necesidad?

2ª Ha leído Intemperie?

Un abrazo

El Porquero de Agamenón dijo...

Una orquídea en la mesa lleva consigo la impronta del más sonoro fracaso.Soy consciente de ello y a ello me atengo.
Y lo del teatro...anoche ví el Julio César con Mario Gas y mejor haber visto el poco interesante Osasuna Madrid
I-Nada más despertarme, me tomo un vaso de agua y me pongo a leer en la cama,me encanta, tambén por las tardes.Mi cama no es mi cama es un barco que zarpa a la buena ventura.Menos mal que practico el frenético ping pon.Ahora estoy leyendo "el Testimonio de Yarfoz" del gran maestro,Ferlosio¡dios mío cómo escribe!
II-Leo muy poco novela desde hace mucho tiempo,Crematorio, de Chribes no la acabé a pesar de estar muy bien.Los estudios de historia para el millonetis,el estudio del alemán y la escritura, me impiden ser un tipo culto como quisiera.
Un abrazo

El Porquero de Agamenón dijo...

Afortunadamente no tengo problemas de espalda