miércoles, 13 de abril de 2011

EL ESCRITOR DESCONOCIDO Y SU NOVIA.

El escritor desconocido del taller de escritura creativa también se ha apuntado a la moda chamánica en compañía de todos sus alumnos. Cada vez se parece más al charlatán brasileño y se aleja a pasos agigantados del gran maestro argentino, si es que alguna vez estuvo cerca, cosa que dudo. De hecho he podido comprobar que ya casi no lo cita. Un día se marcó un discurso en defensa de la literatura mágico-medieval que me puso los pelos de punta. Parapetado en mi sólida formación alemana, aguanté el tirón por mucho que inusualmente me mirara con ganas de que entrara a por uvas. No caí en la trampa. Algún imbécil dirá que lo soporté con paciencia oriental. Tonterías. En mi mente tenía yo incrustada como una gamba la imagen de Wittgenstein, mi filósofo favorito para los casos agudos de incontinencia verbal. Un buen día, Wittgenstein se levantó y dijo “De lo que no se sabe, mejor callar” y puso fin a la filosofía oriental y a gran parte de la filosofía occidental.

Supongo que la noche anterior el escritor desconocido se la habría pasado practicando el amor tántrico con su nuevo ligue, la profesora de yoga, y a la mañana siguiente venía con las ganas reprimidas de eyacular y me tocó a mí aguantar el chaparrón. La profesora de yoga tiene una delgadez enfermiza. Es vegetariana y un montón de cosas más con nombres rarísimos. Un absoluto coñazo si uno quiere comer, como me pasó la única vez que por compromiso me vi obligado a compartir mesa y mantel con mis compañeros del taller, el escritor desconocido y su nueva novia. Claro que decir mesa y mantel teniendo al lado a la profesora de yoga no deja de ser una exageración.

En primer lugar porque los veinte y nueve acompañantes de la profesora de yoga aquella noche no compartimos nada. Más bien ella tuvo a bien imponernos su restaurante vegetariano favorito situado en una calle tristísima y solitaria, regentado por un matrimonio solitario y tristísimo del que la vida huyó despavorida hace tiempo. Lo único que compartimos en realidad fueron cuatro mesas juntas, (para colmo a mí me tocaron unas robustas patas), una música repetitiva y monocorde, un insoportable hedor a pachulí y un trasunto de comida en un montón de platillos escuálidos y esmirriados. En lo único que el matrimonio estuvo generoso fue en el precio que nos clavó por no comer.

Conclusión. Nada más salir del restaurante, alegué el socorrido dolor de cabeza de mi mujer, torcí la esquina y me encaminé a paso rápido hacia la plaza de la Gamba Alegre donde pude por fin restaurar mi estómago en el mesón “El cochino divino” a cuenta de una ración de jamón como dios manda y un buen plato de secreto ibérico. Hay que tener mucho cuidado con quien se come. Por eso hace tiempo que trasladé la soledad y el apartamiento de mi escritura al comer. Mejor solo que mal acompañado. Hay mucha gente a la que le resulta insoportable comer sola. A mí lo que me resulta insoportable es no comer cuando quiero comer.



El escritor desconocido, desde que conoció a su nueva novia, está más desconocido si cabe. Ha adelgazado como diez quilos y llega por las mañanas con cara de no haber dormido. De ahí que uno pueda concluir que a la novia le va el amor tántrico a destiempo. Sobre todo con respecto al escritor desconocido que debe andar bien entrado en la cincuentena. La profesora de yoga tiene casi todas las clases por la tarde excepto una mañana que entra a las doce. Eso lo explica todo. No me extraña que el pobre escritor desconocido esté no sólo abducido sino acarajotado por la falta de sueño. No me extraña que le haya dado por los misticismos fofos y se ponga a defender en clase las novelas catedralicias con sus pilares y sus vientos.



No sé por qué en un momento de su disertación arquitectónica me vino la imagen del Corte Inglés. Acerté de lleno como si fuera un profeta de la Tierra Extrema porque, nada más asaltarme la oprobiosa imagen como un mono saltarín, el escritor desconocido nos comunica henchido de gozo que la disertación de esta mañana será la base para una conferencia que va a pronunciar la semana que viene en Ámbito Cultural del Corte Inglés dentro de un ciclo de conferencias sobre “Literatura y Espíritu”. La suya llevará por título: “El escritor, ¿un chamán?”.



Ahora me explico también las ganas que tenía de que yo interviniera. ¡Pretendía que le ayudara a escribir la conferencia mediante el socorrido truco de hacer pasar por preguntas retóricas y antítesis propias, mis lúcidas intervenciones a las que él respondería con su exposición! ¡Qué mamón! No tengo nada contra la masturbación pública de ningún artista o escritor. Lo que me molesta es que el masturbador quiera usar impunemente mi miembro. ¡Como me alegré de no haber pronunciado una palabra! De haberlo hecho, le hubiera exigido parte de sus honorarios. ¡Y por supuesto que asistí a su conferencia atestada de viejas en formol y alumnos sentados todos en las primeras filas en torno a la profesora de yoga a la que parecían defender de no se sabe qué!...



1 comentario:

Luis Colucci dijo...

Estimado señor Porquero:
No puedo más que reírme ante cierta coincidencia entre algunos de los conceptos por usted vertidos en esta entrada y otros por mí vertidos en ésta:
http://sindudamente.blogspot.com/2011/02/los-placeres.html
Saludos.