En realidad, la cruda realidad no debería ofrecer
ningún problema. A nadie se le ocurre comerse cruda una vaca por el mero hecho
de que paste solitaria en el campo. Nadie se baja del coche, saca la escopeta
del maletero, se acerca a la vaca, le descerraja un tiro, la desuella allí
mismo y se la come. Para que la vaca llegue a nuestro estómago, hacen falta un
montón de pasos intermedios.
Dejemos, pues, descansar la escopeta en el
maletero y permitamos que la vaca solitaria paste en el campo. De todas formas,
un buen día la vaca llegará al frigorífico en bandeja envasada al vacío y con
fecha de caducidad. De allí irá a parar a la olla. Lo más probable es que
dentro de ella la estén esperando una cantidad razonable de acogedoras patatas,
un poco de aceite virgen, agua, vino blanco, zanahorias, guisantes, sal, pimienta
y colorante amarillo. Todo junto será cocinado a fuego lento para que los
ingredientes se comuniquen mutuamente sus respectivos sabores hasta componer un
delicioso estofado.
La patata o papa, solanum tubesorum, es una planta
perteneciente a la familia de las solanáceas, originaria de América del Sur y
cultivada en todo el mundo por sus tubérculos comestibles. Domesticada en el
altiplano andino por sus habitantes hace unos 7.000 años, fue traída a Europa
por los conquistadores españoles. Con el tiempo su consumo fue creciendo y su
cultivo se expandió a todo el mundo hasta convertirse en uno de los principales
alimentos para el ser humano.
Este milagroso tubérculo es la base alimenticia de
cientos de millones de personas y ha configurado miles de recetas donde
aparecen de todas las maneras posibles, bien erigiéndose en protagonistas
absolutas o bien acompañando humildemente a toda clase de alimentos; ya sean
procedentes del mar como el bacalao, el estupefacto pulpo o las eróticas
almejas, el aire, desde el vulgar pollo industrial hasta el sofisticado faisán
francés, la tierra como el sabroso cordero o la solitaria vaca.
Las papas se guisan, se sancochan, se asan, se
papean como moscas, se saltean, se fríen. Intervienen en purés, en cremas, en
sopas, suflés, croquetas, tortillas como la sin par tortilla española y masas
como los inigualables churros e, incluso, pueden formar parte de los triviales
gusanitos, tan apropiados para que se los coman los niños o los patos, según.
Además, a partir de una demorada fermentación se
obtienen varias bebidas alcohólicas como una variedad de vodka, el aquavit
escandinavo, el brennivín islandés o el shōchu japonés. La patata es un
tubérculo que rima con todo. De hecho, la mejor manera de resolver los
problemas es estofarlos con patatas.
Si las humildes papas vienen de las Indias
occidentales, los monos saltarines habitan en las Indias orientales de la
meditación y la trascendencia. En las Indias orientales las vacas pueden pastar
por el campo todo lo que quieran porque son sagradas. Nadie les disparará,
nadie se las comerá con patatas. Tampoco existen estanques idílicos de patos ni
musarañas. Las moscas, por su parte, están demasiado ocupadas con la sacralidad
de las vacas como para irse a que los niños se las papeen en las escuelas sin
cristales.
A falta de patos, moscas y musarañas, en las Indias
orientales le tienen declarada la guerra al mono saltarín que no hace otra cosa
que saltar de problema en problema dentro de las cabezas. Por eso se ponen
trascendentes, porque tienen que domesticar al mono que, además de saltar
continuamente, no para de masturbarse.
“Leña al mono aunque sea de trapo” es el lema de todas
las técnicas meditativas que conducen indefectiblemente al nirvana. Harto de
tanta paliza, el pobre mono emigró a donde nosotros y se fue a vivir a los
árboles frondosos que suelen rodear los idílicos estanques de patos. De vez en
cuando se junta con los pensamientos y mira las musarañas. De vez en cuando,
baja de los árboles y les pide gusanitos a los niños.
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