Al leer estas digresiones acerca del mundo
abstracto, cabe la posibilidad de que surja algún lector que no esté de acuerdo
con la falta de peso de los pensamientos. Podría alegar en su favor el hecho
palmario de que, cuando piensa mucho, la cabeza le pesa y le duele por las
noches. Y eso lo atribuye a que los pensamientos tienen que pesar forzosamente
algo, aunque sea un poquito, de manera que muchos poquitos acabarían sumando
una jaqueca monumental.
Ante objeción tan dolorosa por parte de la cabeza del presunto lector, no tengo más remedio que llamar a las matemáticas en mi auxilio para decirle que el peso de la cabeza no tiene nada que ver con el peso de los pensamientos. Si los pensamientos no pesan, como me reafirmo sin la menor duda, por muchos pensamientos que se tengan, el resultado final siempre dará cero.
Lo que realmente le ocurre a esa pobre cabeza
lectora es que no alberga pensamientos puros, desprovistos de ningún fin. Las
musarañas constituyen el elemento fundamental para asegurar la pureza de los
pensamientos. Dicho más claramente; dada la nula importancia de
las musarañas, al mezclarse con los pensamientos, hacen que éstos se purifiquen
y se despeguen de la cruda realidad.
La cruda realidad es un conjunto finito
constituido por un montón infinito de problemas. Cuando nos ponemos a pensar la
manera de resolver los problemas reales es justamente cuando los pensamientos
dejan de ser pensamientos para convertirse en obsesiones y las obsesiones sí
que pesan mucho. Tanto que por la noche se convierten en pesadillas que pesan
muchísimo más como su propio nombre indica. Las pesadillas son los grumos nocturnos
que destilan las obsesiones diurnas.
Los pensamientos puros, al no pesar, salen y
entran con gran facilidad de la cabeza. Por la noche esa cabeza estará más que
lista y preparada para recibir a los sueños beatíficos que son ligeros y suaves
como la brisa del verano. Algunos expertos oníricos llaman a los sueños
beatíficos “musarañas de la noche.” Compárese este alado nombre con el nombre
alevoso que reciben las obsesiones, “gusanos”.
Las pesadillas o los gusanos se quedan dentro de la cabeza atascándola por completo e impidiendo la entrada del sueño reparador. Los ingleses, desde la época de Shakespeare, llaman a la pesadilla nightmare que significa “yegua de la noche” y la llaman así porque la pesadilla es una yegua loca que martillea con su galopar incesante a la cabeza por dentro, en una tortura sin fin. Fue el mismísimo Shakespeare quien dijo que el hombre está hecho de la materia de sus sueños. Imagine ahora el lector si esos sueños están interpretados por gusanos o por musarañas. No hay color.
La clave está en asegurar la pureza de los
pensamientos mediante la intermediación benéfica de las musarañas por el día
con el fin de que por la noche la cabeza sólo sienta el dulce peso de la
almohada.
-“¿Y cómo podría yo asegurar la pureza de mis pensamientos si con el trajín de esta vida trabajada no tengo tiempo de ir a donde están las musarañas?” Me preguntará con todo fundamento la doliente cabeza del pesaroso lector.
-“Muy sencillo-, le respondería yo. Si no puede ir a donde están las musarañas, tráigaselas a su trabajo o a su casa y dedíqueles un tiempo. No importa si es poco. Lo que importa es que sea intenso. Recuerde cuando en su tierna infancia papaba moscas con facilidad portentosa. Ejercite sus recuerdos y ya verá cómo su cabeza empezará a dibujar círculos en los cristales o en el agua como si fuera un pato”…
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