Antiguamente las moscas vivían muy contentas y felices en
las escuelas de los niños. Los niños y las moscas se han llevado muy bien desde
siempre. Ellos se sentaban en sus pupitres y ellas se iban a los cristales. En
aquella época el mundo estaba perfectamente ordenado y cada nombre ocupaba su
lugar. Los maestros se llamaban maestros y las notas iban del cero al diez.
Cuando los niños se aburrían, abrían sus bocas y se ponían a papar las moscas
que, a su vez, se hacían más ostensibles, batiendo sus alas con más rapidez y produciendo su ruido característico al
tiempo que, para facilitar la hipnosis, describían incansables círculos en los
cristales.
En otro tiempo, antiguo también, las ciudades solían tener murallas con puertas
que se abrían o cerraban, según. En general, solían abrirse por la mañana
temprano para facilitar el intercambio de gentes y mercancías y se cerraban al
caer la noche. Si alguien se despistaba y no entraba a su hora, tenía que pasar
la noche al raso. En ese caso, la noche era una inmensa boca abierta que se hubiera
tragado todas las moscas y la luna, un
cristal lejano.
Hay quienes dicen, y con razón, que las musarañas son unos
pequeños mamíferos parecidos al ratón que habitan el subsuelo. Por extensión se
aplica también a cualquier animalillo insignificante que distrae la atención de
las cosas realmente significativas e importantes como entrar en la ciudad
amurallada a tiempo para los quehaceres cotidianos o atender las explicaciones
del maestro. No digo que no. ¿Quién soy yo para dudar de la importancia de que
los niños aprendan y de que las gentes amasen el pan o vayan a la fuente a por
agua?
Sin embargo, cuando las musarañas abandonan la materialidad
de sus cuerpecillos escasos, adquieren una importancia suma. El niño, que
papaba moscas durante la lección del maestro, se pone a escribir un poema a su
primer amor o aquel que se estuvo toda la noche mirando la luna, inventa una máquina
para amasar el pan.
A mí también me afectan mucho las musarañas. Sobre todo
cuando voy a los parques con estanque de patos por dentro. Entonces amurallo
por fuera mi alma y me pongo a papar moscas ante la pantalla del ordenador.
3 comentarios:
Buenas noches
Aunque no diga nada,leo,con interés,lo que está publicando.
Los pensamientos no pesan y sin embargo hacen que nos pese la cabeza.
Un abrazo
Lo sé,lo sé....no se preocupe.Muchas gracias.
Lo que hace que nos pese la cabeza son las obsesiones que son pensamientos adulterados.Un beso
Publicar un comentario