Yo, el cochino amigo del Porquero, investido de la
visión apocalíptica de los profetas antiguos, os digo que los causantes de la
crisis, que aflige por doquier a los humanos europeos, no pararan hasta que no
les paréis. Malamente darán marcha atrás si continúan ensoberbecidos con
vuestra resignación. Ellos no se asustan si vosotros no les metéis el miedo en
sus cubiles de oro. A cada uno hay que hablarle en su lengua. La mía de ahora
es el francés revolucionario que practico cada día con una cerda francesa,
amiga mía, que ha venido a visitarme.
A veces en los instantes supremos del orgasmo
puerco me dice: “Mon amour, ponte la escarapela tricolor y llévame al paraíso”.
Yo, obediente, accedo y aquí me tenéis desnudo, con el gorro frigio y haciéndole
cantar la Marsellesa a la más mínima ocasión.
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