Había una vez un reino fabuloso con una familia
real fantástica, campechana y muy bien avenida, que empezó a sufrir los crueles
embates del destino. Una de sus adorables hijas se divorciaba de un marido
pinturero y cocainómano mientras el otro duque, en compañía de su esposa, la
infanta que no sabía nada, se dedicaba a cobrar un impuesto monárquico a
cualquier reino dentro del reino que se le pusiera a tiro. Eso sí, sin ánimo de
lucro.
Tampoco había lucro sino disparos inocentes sobre campechanos
elefantes, allá en la sabana africana, por parte del jefe de la casa real como
manera de conciliar un sueño que le había sido arrebatado por el paro de más de
cinco millones de sus amados súbditos.
Pero ahí no acababan las desgracias. También se le
empezaron a conocer sus amoríos germánicos y de todo tipo, mientras su querida
esposa mantenía un discreto silencio en la embajada de Londres, dedicada desde
años a cobijar a todo animal que huyera despavorido de la real escopeta. Para colmo
la prensa, ávida de morbo, publicó un reportaje videográfico donde
supuestamente aparecía nuestro monarca golpeando ignominiosamente a su palafrenero.
Había que hacer algo. Empezar a poner en marcha los
sutiles y delicados mecanismos sucesorios en la persona de un príncipe impoluto
e insulso.
Para ello, era necesario proveer al sucesor de una
pátina de glamour que nunca tuvo. Y aquí entra en juego nuestra princesa que, siendo
de origen plebeyo y divorciado, supo trepar, cual Lady Di, hasta llegar a la
cima de la pirámide social. Fue entonces cuando todos los medios, haciéndose
perdonar la felonía cometida con el jefe de la casa real haciendo pública su
vida íntima tan llena de amoríos y trapicheos, publicaron sin excepción un
extenso y pulcro reportaje a raíz de su cuarenta aniversario. En él aparecía
ella, resplandeciente de belleza serena, en maternales poses con sus rubias
hijas e incluso haciendo reales arrumacos a su príncipe azul.
Salvar la monarquía sagrada e hispánica es su histórico
destino, aunque tenga que sufrir los silbidos de un pueblo levantisco y díscolo
al que se le impuso una transición modélica y una entrada en Europa por la
puerta falsa.
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