Leo en la Wikipedia que un bollo es una pieza de
repostería (normalmente dulce), generalmente horneada en porciones
individuales. Los bollos se hacen con diversos tipos de masas de harina y
pueden tener relleno o no. Algunos se asemejan a panecillos dulces, similares a
los panecillos alemanes (¡Vaya ya salió!) que suele ser tomado en desayunos y
meriendas.
Pero también un bollo puede ser una pieza de pan
más o menos rústica. Lo importante del bollo en el sur es que es un alimento de
primera necesidad que, en tiempos afortunadamente periclitados, servía casi de
alimento único en el campo. Se le ponía un poco de aceite o se le migaba con un
poco de tocino o chorizo.
El bollo depende para su elaboración de un horno
en donde hornearlo, de manera que cuando se dice que “no está el horno para
bollos” viene a significar que el susodicho horno no ha adquirido la
temperatura suficiente para que la masa tierna de harina, levadura y agua
alcance la dureza necesaria. Hay que esperar.
Es lo que se nos está diciendo por activa y por
pasiva desde las instituciones nacionales y europeas. A lo que parece, al no
estar el horno para bollos, nosotros, es decir los de siempre, debemos
renunciar a los salarios dignos, a los trabajos honrados, a las casas
hipotecadas, a los colegios públicos y a las enfermedades caras. Y todo esto
para que a medio plazo (¿Han dicho alguna vez cuánto montón de tiempo es medio
plazo?) volvamos a crecer y a comer bollos en el mejor de los mundos
neoliberales posibles.
Claro que todo esto se basa en la esperanza de que
el horno no esté estropeado y pueda alcanzar la temperatura correcta.
Porque si resulta que el horno está estropeado,
jamás calentará los bollos y nos moriremos de hambre. Entonces lo que habrá que
hacer es cambiar de horno de una vez por todas.
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