Si, llevado por la contundencia y la simultaneidad de las dos fotografías, escribiera que “La porra que golpea machaconamente en Madrid voló a Nueva York y se fumó un opíparo puro” estoy estableciendo una relación simbólica entre dos elementos, longiformes pero antagónicos, para decir que el señor Rajoy se pasea con su puro por Nueva York porque le importan un pimiento los millones de españoles que están sufriendo en sus carnes una crisis que no han provocado.
Es como si yo le hiciera decir al señor Rajoy. “Mire usted, me
fumo un puro en Nueva York porque estoy muy tranquilo sabiendo que la policía
cubre con pundonor y profesionalidad mis muy anchas espaldas. Por eso, con la
misma chulería que pido un rescate e impongo las condiciones, me voy a Polonia
a ver el fútbol y, de paso, me pongo tibio de jamón y güisqui”.
Confieso que a mí me sentaría muy mal fumarme un puro en Málaga
mientras se produce un Tsunami en algún punto del globo terrestre y que la
prensa relacionara una cosa con otra para desprestigiarme. Sería muy injusto,
además de falso. Por esa regla de tres no podríamos comer con el telediario
hablando del hambre en África.
Por eso no concibo que el señor Rajoy relacione que, porque no me
he manifestado en Madrid, apoyo completamente su política y estoy en contra de
los apaleados manifestantes que son unos vagos y unos desgraciados.
Puestos a establecer relaciones extemporáneas para justificar lo
injustificable, si algún día me encuentro con el señor Rajoy fumándose un puro por
la calle y le arrojo una tarta de Santiago en su cara, podría alegar en mi
descargo que lo he hecho porque sé que al señor Rajoy le encantan los pasteles
y las tartas de su tierra. Pura demagogia.
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