Ya
no abrigo la más mínima duda de que Anita Ekberg y yo tenemos algo en común.
¿Qué puede ser? No lo sé, pero esta mañana, al abrir el periódico en la
biblioteca pública, supe con absoluta seguridad que se habían producido en un
corto espacio de tiempo demasiadas casualidades. Desde ayer domingo en que mi
hija y su novio me dieron los regalos de Reyes, Anita Ekberg forma parte
consustancial de mi vida. No voy a caer en la tentación de añadir tópicos
adjetivos calificativos a su presencia. Para eso está el escritor desconocido,
quien seguro que esta mañana habrá sacado de su maletín el Málaga Hoy, donde la
actriz sueca aparece deslizándose como una diosa por la Fontana di Trevi para
la necrológica de rigor, y después habrá mandado a su jauría de lobos
amaestrados que escriban una redacción sobre su filmografía. No hace falta
decir que previamente habrá escamoteado la página vecina donde aparezco yo con
mi novela “El escritor sin historias” debajo de una frase para la posteridad:
“El primer mandato al escribir y actuar es el mismo: no aburrir nunca”.
El
caso es que Anita Ekberg (no hay adjetivo calificativo junto a ella que no
descalifique inmediatamente a cualquier escritor que escriba un artículo a su
costa) jamás pudo aburrirse mientras se deslizaba por La Dolce Vita admirada
por Marcello. ¿O era Gep Gambardella quien, dejando por unos instantes La Gran
Belleza, se había venido al blanco y negro para experimentar junto a Mastroiani
el mismo temblor, la misma nostalgia? Porque fue ver La Gran Belleza y decirme
a mí mismo que era una versión muy mejorada de La Dolce Vita. Lo único que se
salvaba en el film antiguo era el deambular de Marcello Mastroiani y la
presencia (y ahí me quedo sin despeñarme por el adjetivo innecesario) de Anita
Ekberg.
Mi
hija y su novio me regalaron ayer domingo un cerdo-hucha y un disco Blu-ray con
las dos películas juntas. El cerdo, animal totémico por excelencia, era una
confirmación de mi origen como escritor sin historias. (Siempre pensé que Tot,
el dios egipcio protector de los escritores, consciente de mi nacimiento en
tierra extrema rica en encinas, se avino a mutar su configuración de mono
babuino por la de cerdo ibérico, para que así pudiera venirme el impulso
necesario que me sentara para siempre ante la pantalla del ordenador).
Las
dos películas juntas confirmaban, por otra parte, mi intuición; una trama muy
parecida y un personaje idéntico; un escritor que no escribe, metido a
gacetillero que vaga por la inanidad de la noche romana armado de una buena
dosis de cinismo. Pero eso no era lo importante…
El
periodista, un tipo inteligente y preparado, me dijo el viernes que lo más
probable es que la entrevista apareciera el lunes. Hoy es lunes y son la ocho
de la noche. A mi izquierda tengo el Málaga Hoy abierto de par en par. A la izquierda,
a toda página, Anita; a la derecha, mi entrevista, a toda página también. Es la
tercera vez, en apenas veinte y cuatro horas, que coincidimos. Mi hija y su
novio me regalan La Gran Belleza junto a La Dolce Vita el mismo día que me
entero por el Facebook que Anita Ekberg ha muerto. Esa misma tarde aparece en
el televisor de un personaje de los Soprano y al día siguiente, salimos juntos
en las páginas de Cultura y Ocio; ella, en medio de la noche, dentro de la
fuente de Trevi, vestida de negro, y yo delante de otra fuente en el centro de
Málaga a plena luz.
1 comentario:
¿ La melena?
:)
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