(Aquí el Porquero no se corta un pelo
y le da caña y estopa al pasteloso y estomagante romanticismo)
Ganas tenía yo de hincarle el diente a
ese aborto, a ese engendro causante de todas las desgracias que suceden al ser
humano. Sus execrables tentáculos nacieron a finales del XVIII en la mente de
débiles mentales. Hoy, el romanticismo es una gigantesca hidra de millones de
cabezas, una plaga que todo lo arrasa, el Armagedón del pensamiento y la razón.
Hoy, cualquier imbécil hace bandera de su Yo y lanza al mundo sus pajas
mentales, sus opiniones personales, sus derechos individuales, sus desechos
fecales, sus gustos geniales aplaudidos por millones de descerebrados. Y todo
por el funesto romanticismo.
Jamás de los jamases, siendo un
superdotado para escribir
novelitas rosas y componer poemas de amor, me pillareis en un renuncio. Yo, a
mi corazón, no le falto el respeto (tampoco a la mujer) como hace una inmensa
mayoría de poetas que, impotentes para armar una erección como Dios manda, se dedican
a componer poemas fofos a la blanca piel y a los dorados cabellos. Es una pena
que no se hubiera extendido entre los románticos la moda del suicidio al estilo
del Wherter de Goethe.
En cuanto a los cantantes melosos y
ripiosos que despiertan humedades fáciles en quinceañeras rendidas,
prometiéndoles besos, ternura y milenios de amor, más vale que dieran algún
concierto solidario al lado del mar y les pillase un tsunami. Y en lo
concerniente a los directores pastelosos de películas con atardeceres espectaculares
y crepusculares, yo les recomendaría que se dieran un paseo por el cielo
estrellado para quedar con E.T.E. a ver si con suerte pillan un alíen y nos
dejan en paz.
Gran parte de la industria del
entretenimiento está montada sobre el pobre corazón. La película más taquillera
sigue siendo el insoportable melodrama romántico “Lo que le viento se llevó”.
En la actualidad, Hollywood está
dominado por el complejo romántico-galáctico compuesto por la triada maldita;
Disney-Spielberg-Lucas, que produce cada año millones de peterpanes
palomiteros. Algún día habrá que denunciarlos por corruptores de la juventud.
Las minorías cultas e ilustradas jamás nos llevaremos bien con las mayorías
románticas e infantilizadas ¡Qué le vamos a hacer! El único perdedor soy yo, como siempre.
Nunca podré cumplir mi sueño de poner
casa en Connecticut vendiendo mierda romántica a granel.
No es de extrañar que el corazón tenga
envidia de los intestinos. Los intestinos son las vísceras menos poéticas del
cuerpo. Los intestinos riman con cochinos, gorrinos, golondrinos y ahí no
tienen nada que rascar los poetas fofos y los cantantes melosos.
El que una inmensa mayoría de seres
humanos se declare romántica a mí no me afecta. Me afecta la dama en concreto a
la que me quiero trajinar. Si para echarle un polvo, me tengo que vestir de
domingo, llevarla al cine con la sala abarrotada de pipas y palomitas, tragarme
la peliculita sin vomitar, llevarla a cenar a un restaurante a la luz de velas
apestosas, aguantar que me cuente sus historias de amor y decirle chorradas del
tipo: “tú eres muy especial”, para que después me diga que tiene la regla o que
en esta primera salida no, es para hacerse el haraquiri en la polla.
Menos mal que a mí se me ha pasado el
arroz para semejantes desventuras que me cuentan algunos jóvenes. Aunque por
otra parte debo reconocer que, en la edad en que me hallo, no hay nada más
conmovedor que el cuerpo joven de una mujer desnuda. Seguro que, ante su mirada,
se me caerían los palos del sombrajo y el abismo epistemológico me tragaría a mí
y a todas mis lucideces y exquisiteces en un abrir y cerrar de sus ojos. En
fin…
Las minorías artísticas sí que no
tienen perdón de Dios. Desde hace doscientos años, casi todos los ismos son
excrecencias malolientes del romanticismo; simbolismo, parnasianismo,
impresionismo, expresionismo, dadaísmo, surrealismo, futurismo,
abstraccionismo, secuencialismo, conceptualismo. Todo beben del más nefasto
invento romántico; el Yo y su hiperplasia, el Genio, que se define como
cualquier imbécil que, no conociendo las reglas elementales del arte, se cree
un artista. El imbécil piensa que no tienen nada que aprender de nadie porque
él es el mundo y su propio maestro. Desprecia las reglas porque la única regla
por la que se guía es su ignorancia y su insolencia. El genio es la palabra
talismán que le sirve para justificar su impotencia y la inspiración es el
pasaporte que justificará su vagancia. De aquellos lodos estos polvos del
diseño creativo, la inteligencia emocional, la cocina de autor, la
deconstrucción de la tortilla y la menstruación de la cangreja; manifestaciones
excelsas del complejo democrático-narcisista del: “todo vale”, “sé tú mismo” y
“haz lo que tú sientas”. Puro romanticismo.
Cautivo y derrotado el principio de
excelencia que se basa en el oficio, la tradición y el gusto por la obra bien
hecha, cualquier peluquera de barrio, cualquier fontanero listillo puede ser un
artista.
Toda la armonía y la serenidad de los
siglos anteriores estallan en pedazos con el Romanticismo. Al poner como centro
del universo al corazón, generó una esquizofrenia absoluta en los cuerpos
gramaticales que perdieron sintaxis por creer en la falsa dicotomía entre
corazón y cabeza. La gente no sabe que cuando dice: “Mi cabeza me dice que haga
esto, pero mi corazón me dicta lo contrario” está adoptando una postura
romántica que le hará sufrir inútilmente y que dará de comer a la gran
industria de gurús orientales, sicoanalistas estructurales, consejeros
sentimentales, inteligentes emocionales, productores de culebrones, escritores
mágicos, novelistas medievales, artistas inspirados y un larguísimo etcétera de
inútiles totales.
Lo cierto es que el corazón siempre ha
tenido en muy alta estima a la cabeza. Cabeza y corazón son uña y carne como
nos lo dice continuamente el lenguaje sin que nosotros nos percatemos. Así
cuando queremos decir que algo es incomprensible o falto de razón, decimos que
“no tiene sentido”, sin darnos cuenta de que sentido viene de sentir y de
sentimiento. Unimos sin saberlo cabeza y corazón, pensamiento y sentimiento.
Solo me queda pedirle al generoso
lector que el cinco por ciento de la pasta que le acabo de ahorrar en visitar a
la chusma antes citada, la ingrese en mi cuenta corriente con vistas a la casa
que pienso comprarme en ¡¡¡Connecticut!!!
4 comentarios:
Holaaa, muy bueno tu analisis del romanticismo, aunque si tuviese que elegir, me quedaría con las rimas de Becquer, y su pasión por enamorarse de un imposible...
Me encanta tu manera de escribir!! Un abrazo.
Muchas gracias señorita.
En cuanto a Bécquer,no olvide que escribió "Cuando siento, no escribo"
Y ahora una pregunta:¿Me puede decir como llegó a este minoritario blog?Gracias.
Pues a pesar de no estar para trotes, con sombrero y velito por la cara está, muy atractivo
Besos
Muchas gracias, usted que me mira con buenos ojos.
Publicar un comentario