Luciano nació en
la ciudad extremeña de Olivenza, un
poco pasada la primera mitad del siglo anterior, más concretamente en 1954.
Desde que Luciano hizo la mili en los albores de nuestra gloriosa transición
nacional, no ha vuelto a salir de la comarca que engloba a España y Portugal.
Cuando Luciano se pone transfonterizo llama a su comarca Lusiespaña o Españilusia
según sea la procedencia del vino que en ese momento esté trasegando. Cuando
Luciano transmuta por completo en poeta, no duda en llamarla con toda propiedad
“El Mundo” pues, aparte de la
aventura militar obligatoria, no ha salido de su tierra más que para llevarse a
La Rufina de viaje de novios a
Lisboa. Allí estuvieron una semana visitando el zoológico donde había un
elefante que tocaba una campanilla cuando se le echaba un escudo, paseando por
la ciudad a pie o recorriéndola a lomos de su Lambretta y yéndose a comer a los
restaurantes de la Rua dos Sapateiros. Muy mirado para las cosas de comer,
posee un instinto especial para detectar restaurantes honestos donde se come
bien a buen precio. Otros, como mi amigo Cristian
Noyer, son expertos en elegir los peores restaurantes posibles.
Desde entonces,
Luciano y Rufina no han vuelto a salir de Olivenza y sus alrededores dedicados
en cuerpo y alma a los cerdos y a sus hijos. Los sábados suelen ir al Corte
Inglés de la capital o a Elvas. Luciano es muy conocido por ser el mejor
matarife a cien kilómetros a la redonda, regentar la mejor carnicería de su
pueblo y componer poemas al cerdo en régimen de exclusividad: “Aunque, de vez
en cuando, entrevero a la parienta para que no se me encele”. Efectivamente, la
Rufina hace de madonna Laura en su
poesía, “campestre y bellotera” como le gusta definirla a Luciano. Lo de
madonna Laura es aportación culta de este humilde compilador. Quiero decir que
la inspiración poética del Luciano es purísima, puesto que sólo ha leído
novelas de Marcial Lafuente Estefanía y
las revistas guarras de cuando lo mandaban en la mili a hacer guardia. Cuando
un día le pregunté al Luciano de dónde le venía el estro poético, me contestó
que de un aire que le dio en la Plaza del Rocío de Lisboa justo en el momento
en que se acordaba de sus cerdos. Allí “empestiñó” su primera rima pensando en
el nombre que le iba a poner a la carnicería; “El cochino divino”. Desde entonces no ha parado.
Nuestra amistad
se forjó hace muchos años en que, por razones que no vienen al caso, me tuve
que venir desde Sevilla a Badajoz, a casa de mis padres para acabar de preparar
las oposiciones. Un amigo común del instituto me invitó a una matanza de fin de
semana en Saô Bento da Contenda.
Jamás olvidaré cuando vi al Luciano por primera vez despiezando a un cerdo con
una habilidad prodigiosa mientras improvisaba poemillas en medio de la alegría
general y de la suya en particular por el continuo trasiego del mollate.
Su obra poética
tiene por título general: “Cancionero de Luciano de Olivenza” y consta de dos
partes; “Poemas al por mayor” o “Poemas Puercos”, que son los menos, y “Poemas
al por menor” o “Coplillas Cochinas”, que son los más. Mi amistad con el poeta
oliventino me ha permitido transcribir toda su poesía que es casi por completo
oral, fruto de las improvisaciones orgiásticas. De ahí el nombre de “Cancionero” como le sugerí, a lo que el
Luciano dio su consentimiento diciendo que hiciera lo que me viniera en gana,
que él de lo único que de verdad entendía era de cerdos y de bajarse al pilón.
Los “Poemas Puercos” son composiciones de mayor enjundia rítmica y métrica,
rumiados en la soledad de la carnicería o bien cuando al caer la tarde, con la
fresquita, saca su silla de aenea y mira el campo, entonces “No sé por qué
siempre me da por pensar en el aire que me dio en Lisboa”.
Las “Coplillas
Cochinas” son poemillas ligeros y breves, la mayoría compuestos en plena
matanza, si bien los más líricos, aquellos que guardan gran similitud con los
exquisitos haikús, son: “Regurgitados en plena siesta campestre. Cuando me
entra el soponcio, antes de dar la cabezá bajo la encina, miro p´arriba y me vienen”.
Y ahora tengo el
honor de ofrecer a mis queridos lectores, en rigurosa primicia, este
tetrástrofo monorrimo en endecasílabos que habla bien a las claras de un poeta
de extrema sensibilidad y perspicacia para aprehender el mundo que le rodea
desde la mirada totalizadora y purísima del cerdo. Obsérvese cómo los dos
primeros versos con rima interna presentan una fina estampa de reminiscencias
renacentistas al estilo del locus
amoenus que dan paso a un cierto erotismo henchido de futuro
agroalimentario cuyo centro poético son, en originalísima novedad, los
intestinos:
En medio del prado oliventino
Yace despatarrado un cochino,
Mostrando al aire sus intestinos
Que embucharán embutidos finos.
“El cancionero
de Luciano de Olivenza” ha sido recientemente publicado en edición de lujo con
introducción y notas de este humilde compilador en la editorial Presas
Ibéricas, camino del matadero s/n Olivenza, (Badajoz).
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