lunes, 1 de abril de 2013

PRIMAVERA, TIEMPO Y PARAÍSO.



Empecemos por lo evidente; La primavera ha venido, la orquídea de mi ventana cobija ya a cinco tigres y yo sigo adentrándome en la jungla del tiempo. Los días de sol y lluvia se suceden con una matemática indescifrable y los cuerpos encogidos del invierno comienzan gloriosamente a desentumecerse. No cabe la menor duda de que el mundo se encamina de nuevo hacia su esplendor. Es tiempo de resurrección.

A partir de mañana, mi cuerpo empezará a reclamar su ración diaria de sol y yo no tendré más remedio que satisfacerlo. Recorreré a pie durante una hora el paseo que me llevará a donde siempre y me devolverá intacto y sudoroso a la ducha reparadora. Es posible que mis pies, contagiados por el tecleo incesante, me impidan acabar cualquier párrafo de la mañana y tenga que calzarme a toda prisa las zapatillas de andar, coger las llaves, el móvil y salir disparado hacia el mar. Pero antes deberé volver para coger la protectora toalla que me pondré en la cabeza como si fuera un boxeador antiguo.

Pasaré como una exhalación en medio de rostros desconocidos que enfrentarán el mío con acostumbrada extrañeza y yo diré “sorry” cada vez que tenga que separarlos cuando los rebase. Es increíble la parsimonia que adquieren de repente los cuerpos estresados de las ciudades cuando llegan al paraíso. Pero yo soy ángel solitario y necesito ejercitarme en el vuelo.
Hace mucho tiempo, otros ángeles los expulsaron con flamígeras espadas, avergonzaron sus desnudeces y los exiliaron al asfalto y a la prisa. Ahora vuelven en el tiempo pagado en cómodos plazos y yo me dedico a rozarlos con mis alas. Es mi manera de darles la bienvenida y agradecerles de antemano la visión primera de sus pechos desnudos a pesar de la tibieza del sol y de la frialdad del agua. Nuestros cuerpos no son sus cuerpos. Los nuestros pertenecen a la totalidad tiempo. Los suyos al tiempo perentorio.

Por eso no hay culpa en la rapidez con que ando. Tampoco el sudor que expele mi cuerpo es el mismo de sus cuerpos cuando viajan apretados bajo tierra, subiendo y bajando interminables escaleras que conducen a otras escaleras. Ellos viven en el frenesí del tiempo y yo en el tiempo alado, aquel que me permite, desde el interior del tiempo propio, escribir en el lejano ordenador de casa al lado de la orquídea. Soy un gozoso revoltijo de alas y teclas que serán grafías tras la ducha. Y eso se nota.

Lo nota mi cuerpo que escribe más suelto y leve. En tiempo de lluvia y frío, las palabras caen como gotas o nieve, según. En tiempo de primavera, las palabras son el polen evanescente y sutil que despiden las bocas de mis tigres cuando bostezan.

Por eso no estoy muy seguro de cómo se fijarán en el ordenador las palabras que escribo cuando ando. No importa. Tampoco importa si mañana, a mitad de cualquier párrafo, cae una lluvia intensa y yo decida no salir. Lo hará mi cuerpo que irá al paseo de siempre, con sus rostros desconocidos, para volver sudoroso e intacto una hora después. Entonces sí, entonces me uniré a él en la reparadora ducha que nos llevará irremediablemente a terminar el párrafo.

1 comentario:

Noite de luNa dijo...

Ay...

Me encanta como escribe y la serenidad que me trasmite.

Besos