Parece un hecho
incontrovertible que la democracia en España nació lastrada por una derecha que
venía de la noche de los tiempos y una izquierda deseosa de tocar poder cuanto
antes. (El tiempo del exilio forzado se reveló un mal consejero). La aceptación de una monarquía atada y bien atada
por el dictador y su defensa contumaz como símbolo de reconciliación, ocupará
un lugar de honor en la historia de las claudicaciones. La sumisión a la
Iglesia, también. (Todavía recuerdo con espanto la prisa que se dieron en
encabezar procesiones y desfiles).
Por eso nadie
debería sorprenderse de que esta democracia haya envejecido tan pronto y tan
mal. Nunca nos fue beneficiosa la mixtura de borbones y curas. La prodigiosa
rapidez en su descomposición nos hace entrever que el bello rostro que nos
pintaron no era tal. Bajo el sol inclemente de la crisis, ahora sí, podemos distinguir
claramente la espesa capa de maquillaje barato de entre cuyas grietas resurge
el rostro viejo y arrugado de la España de siempre; la de Goya y Valle-Inclán.
Adagio final:
Gato blanco o
gato negro ¿Qué más da? El caso es que cace los ratones que se esconden tras
los espejos cóncavos.
(Homenaje a todos los compañeros, veteranos y
alumnos, de la ESAD de Málaga que trabajaron con ahínco y tesón en “Luces de
Bohemia” de Valle-Inclán. Teatro necesario y profético, pues tuvo lugar los días
anteriores al teatro antiguo y rancio de la Semana Santa).
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