El día que vino la primavera se abrió con
exactitud matemática la primera flor de la orquídea. Lleva cinco años conmigo
asistiendo muda a este tecleo incesante. De todos los objetos que componen la
mesa de estudio; libros, cuadernos, ordenadores, atlas, lápices…la orquídea y
yo somos los más antiguos. Permanecemos fieles el uno al otro con una fidelidad
instintiva. Yo la riego una vez a la semana y ella me ofrece sus flores hasta
bien entrado el otoño. Jamás se me ha ocurrido hablarle. Ella tampoco. Ni tan
siquiera lee lo que escribo. Yo, a cambio, me olvido a veces de su presencia.
Quiero decir con esto que entre nosotros no cabe
la metáfora. Ella asiste muda al paso de los años por mis canas y yo, de vez en
cuando, miro en su interior donde permanece agazapado un tigre.
A veces, muy pocas, siento la tentación de hacer
poesía a su costa pero lo evito inmediatamente. Ella, a cambio, se resiste a
convertirse en mi espejo. Formamos una buena pareja.
Nota importante:
El avispado lector probablemente habrá pensado que he escrito una
metáfora cuando he dicho que en el interior de la orquídea vive agazapado un
tigre. Nada más lejos de la realidad. Cada vez que viene una visita a mi casa,
la invito a entrar en mi cuarto de estudio para que mire a la orquídea y me
diga qué ve en su interior. No hay nadie que no me haya dicho con cara de
asombro que dentro vive un tigre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario