Lo llevaba pensando
desde hacía algún tiempo. El suficiente para que la idea disparatada, que me
asaltaba de vez en cuando, pasara a formar parte de la rutina diaria y se
incrustara después como un alien en mi cerebro hasta convertirse en un sueño
recurrente. Lo que al principio era una idea a plena luz del día, que se
presentaba de improviso en el supermercado o en la papelería, se había vuelto
oscura, amparada sin duda por la nocturnidad. Todavía no había descendido al
infierno de la pesadilla, pero estaba llamando a sus puertas, lo cual significaba
que cada vez me sentía más inclinado a llevarla a cabo.
Hará dos semanas soñé
algo distinto. Sin embargo sabía, con la certeza del sueño dentro del sueño,
que lo soñado sí tenía que ver, y mucho, con la recurrencia del sueño
principal. Mi mente había creado un sueño adjunto. Básicamente se trataba de un
recuento de mis habilidades, algunas figuradas, otras reales y todas
oníricamente traspuestas.
Al día siguiente, en
plena vigilia, me di cuenta que las habilidades que más resaltaron en el sueño
eran las reales y que tenían que ver con lo social, como mi facilidad para entablar
relación con desconocidos, una notable capacidad para la oratoria y una memoria
innata, practicada en un oficio que ya no me daba para comer.
Eso fue el detonante.
Las ensoñaciones me mostraban un camino nuevo, un cambio radical en mi vida,
que me conduciría al éxito, a un mundo confortable y seguro, a prueba de
vicisitudes y contingencias. Sabía que reunía los requisitos necesarios para
triunfar y además en un grado bastante elevado. Sólo me faltaba dominar el
sentido de culpa y hacer más sumisa esta inteligencia mía, demasiado habituada
al orgullo.
Fue entonces cuando
emprendí la búsqueda del sueño que me eximiera de mis remordimientos y mis
miedos. Lo tuve hace tres noches. Soñé con la película Match Point que había
visto varias veces, deslumbrado por la perfección de la trama y por su insólito
y edificante final.
Me vi jugando al tenis,
asistiendo a la Ópera, escalando irresistiblemente en las empresas de mi
suegro, seduciendo a la mujer de mis sueños y gozándola hasta urdir la
estrategia que me liberaba por completo de sus apremios y me instalaba
definitivamente en el paraíso.
Al día siguiente, no lo
dudé. Me puse un traje oscuro, una corbata a la moda y solicité mi entrada en
varios partidos políticos. Cualquiera me valía. Sólo era cuestión de suerte.
2 comentarios:
¡Qué pena!
No debería usar así su notable inteligencia.
Aviso:
- Sus cerdos y yo, le vamos a llenar la entrada de su casa de pegatinas.
Vamos a declarar una huelga general.
Le vamos a esconder las pelotas de ping-pong
Vamos a reunirnos en el polideportivo de su cuidad, para ver que otras acciones podríamos llegar a cabo en caso de que se decida.
Un abrazo
No se preocupe,estimadas señorita,la sangre no llegará al río. Esto es literatura.(Eso espero).
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