Estocolmo es la capital
y la ciudad más grande de Suecia. Con una población cercana a los dos millones,
si se incluye el área metropolitana, es muy conocida por la belleza de sus
edificios y por sus numerosos parques, jardines y canales que hacen que sea
llamada la Venecia del Norte.
Estocolmo dio también
nombre a un síndrome mediante el cual la víctima de un secuestro, por ejemplo,
retenida en contra de su voluntad, acaba desarrollando una complicidad con sus
captores, que es lo que le ocurrió a una mujer secuestrada junto a otros
rehenes en un banco sueco de la capital en 1973, quien se resistió a ser
rescatada y a testificar en contra de sus secuestradores. Parece que en su
momento circuló una fotografía donde aparece la mujer secuestrada besándose con
un secuestrador.
Ni que decir tiene que
el síndrome de Estocolmo es una enfermedad extendida por todas partes. Por
ejemplo a España llegó durante la guerra civil. Casi todo el mundo, menos los
de siempre por supuesto, lo pasó muy mal. Los niños, por ejemplo, no pudieron
ser jamás niños. Muchos de ellos, durante la posguerra, sufrieron desahucios y
miseria. Cuando se hicieron un poco mayores pasaron mucha vergüenza teniendo
que acudir a comedores de caridad. Hoy están jubilados y muchos de ellos votan
a quienes promueven una política económica que vuelve a llevar a tanta gente a
comedores de caridad y a echarlos de sus humildes casas.
De Suecia nos viene
también un refrán, “Hacerse el sueco”, que significa no querer enterarse de
nada, especialmente de aquello que resulta doloroso o inquietante. Que los
ricos voten a la derecha entra dentro de la lógica perversa de quien beneficia
a unos pocos en contra de muchos. Que gente normal, con sus oficios y sus
pequeños beneficios, voten en contra de sí mismos, sólo puede entenderse
viajando a Suecia. Allí está la explicación.
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