Antes
de ir al fútbol, el señor Pinocho se dijo:
Recapitulemos.
La solidez y la consistencia de los pilares, en que mi nariz se asienta, me
permiten aún un número considerable de mentiras. No en balde fui fabricado en
Berlín con diseño italiano. Bien es verdad que no todas las mentiras son igual
de gordas y que por ello, a partir de ahora, deberé extremar las cautelas. Una
cosa es el mercado interno, más relajado y tolerante, y otra, por lo que veo,
el mercado internacional. Estos pueblos calvinistas del norte son demasiado
cuadriculados y estrictos. Siempre están supervisando y controlando todo, hasta
el más mínimo detalle, con sus naricillas de perros sabuesos. Con ellos no se
puede tener un desliz, un pecadillo inocente, echar una cana al aire, darse un
gusto, en definitiva.
Y
mi gusto es el fútbol. Me gusta muchísimo el fútbol. Los domingos y todos los
días de la semana. A cualquier hora y en cualquier lugar. Es mi único
esparcimiento. La única válvula de escape que tengo en estos terribles meses en
que no consigo transmitir que somos un país serio y que estamos haciendo lo que
hay que hacer.
La
prima de riesgo me está matando. ¿Quién me iba a decir a mí que no iba a
disfrutar de ningún momento de asueto desde que gané las elecciones? Además me
mintieron. Me mintieron todos, empezando por los más amigos y poderosos. No se
salva nadie. Me dijeron: “Tú, gana las elecciones, que ya verás como el panorama
se despeja inmediatamente”. Bueno, no me dijeron exactamente eso, pero tampoco
nos vamos a poner exquisitos a estas alturas con la que está cayendo.
El
caso es que no paro de reunirme a todas horas, de hablar por teléfono, de
viajar de acá para allá sin ton ni son, con el agua siempre al cuello y encima
los periodistas dándome caña porque no les doy titulares. ¡Que se busquen ellos
los titulares! ¿Qué quieren? ¿Que les haga yo también su trabajo con el trabajo
que tengo?
Necesito
descansar. ¡Dios mío! ¡Como me relajo viendo las maravillosas jugadas de
nuestros jugadores con el estadio rugiendo! ¡Como quiebran a los contrarios,
cómo les mienten y engañan mostrándoles la pelota para después ocúltasela y
enviarla al sitio más inesperado!¡Qué placer fumarse después el puro de la
victoria en la paz del hogar, rememorando en la pantalla lo que mis propios
ojos han visto en el estadio y decirme a mí mismo: “Sí, sí, tú estuviste allí,
en primer plano, haciendo historia, gritando gol con todas tus fuerzas, sintiéndote
masa con la masa, liberado de ti mismo y de tu pesada carga!”
¡Si
supieran los sufrimientos y amarguras que acarrea la ingrata tarea de gobernar!
Cinco terribles meses comiendo a deshora, sin apenas dormir, teniendo que
mentir a diestro y siniestro por obligación. (También porque me lo pide el
cuerpo. No me voy a mentir a mí mismo, faltaría más). Menos mal que la nariz,
mi compañera fiel, no me abandona. Gracias a ella, jamás he sentido eso que
dicen de la soledad del poder. Su prominencia y longitud hacen que, al ver
enfrente de mí su punta, se convierta en el interlocutor ideal, dispuesta
siempre a comprenderme y a absolverme de todo sentido de culpa.
Anoche
cuando, por lo visto, la presión externa para que diera una conferencia de
prensa se hizo insoportable, puse a trabajar a mis asesores con un mensaje muy
claro. “Convertid el rescate y la intervención en cualquier cosa que no sea
rescate ni intervención. Quiero asistir al partido a cualquier precio”.
El
más atrevido de ellos me dijo: “Corre el riesgo, señor, de pasar por estúpido y
mentiroso”. “¿Por qué estúpido?” Pregunté obviando lo evidente. “Lo más seguro
es que, cuando acabe la comparecencia ante los medios, sus palabras sean
refutadas desde todas partes y todo el mundo se preguntará cómo es posible que,
sabiendo, como sabe, que no dice la verdad, se arriesga a destrozar una imagen
ya de por sí deteriorada”.
-¿Y?
-
Deducirán que es usted un mentiroso compulsivo o un idiota, o las dos cosas al
mismo tiempo.
Tiempo
era lo único que necesitaba. El suficiente para que la mentira tarde un poco en
ser descubierta y me permita asistir al encuentro en Polonia sin sobresaltos.
He seguido al pie de la letra las instrucciones que me dieron. Por ellos me he
contradicho cuantas veces han sido necesarias. No me cabe la menor duda de que
me absolverán. El tiempo corre muy deprisa y el olvido también. Tanto que el
que me precedió está perdiendo ya su estigma.
Acabo
de leer en la salita mi declaración. En ella afirmo que es un éxito rotundo lo
que no es. Por otro lado los eufemismos, que han usado mis asesores para no
llamar a las cosas por su nombre, me parecen muy acertados. Sólo falta que yo
me lo crea. En eso no hay problema. Los pilares en que se asienta mi nariz son
consistentes y sólidos. Al fin y al cabo, tan sólo se trata de ganar un poco de
tiempo para el partido y mañana será otro día. El tiempo corre muy rápido y yo
despareceré sin dejar rastro.
2 comentarios:
Una penosa sensación verle saltando por allí y sabiéndose objetivo de toda la prensa.
¿Se fijó en la puesta en escena al aparecer para hacer la declaración?
Un abrazo
Sí, me fijé pero cumplí mi objetivo. Todo está consumado. Otro abrazo.
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