En esta democracia bipartidista tan perfecta en que vivimos gracias a una inmejorable ley electoral, la victoria del partido A depende exclusivamente de una minoría amplia y crítica que o se abstiene o vota con la nariz tapada para evitar que gobierne el partido B.
El partido B, sin embargo no tiene problemas, mejor dicho tiene un solo problema, su techo. Alcanzado un número determinado, no consigue casi nunca un voto más. A cambio, el votante del partido B vota religiosamente como si fuera a misa del domingo.
Ya podrán mostrarle un obsceno vídeo con las fornicaciones más inmorales de sus líderes, que el votante del partido B jamás tendrá un segundo de duda.
Lo avala en su contumacia inconsciente la política económica del partido A. La misma, al fin y al cabo que la de su partido.
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