martes, 14 de octubre de 2014

LOS TRENES Y LAS METÁFORAS

Me podría pasar toda la vida en tren viajando sin rumbo fijo por el mero hecho del viaje en sí. Desde los trenes de mucho humo de la infancia a estos velocísimos e higiénicos trenes modernos, provistos de bar, televisión, wi-fi y azafatas que hablan inglés, reparten auriculares y ofrecen caramelos en una bandeja antes de llegar a la estación término.
Ya sé que desde hace un tiempo las azafatas no pasan con su bandeja de caramelos. Supongo que se debe a los recortes. Enorme contradicción, porque es justo ahora, en que la vida muestra a casi todos su cara más amarga, cuando deberían endulzarnos un poco. Nos están retrocediendo a marchas forzadas al mundo en blanco y negro, después de habernos hecho llevar un tren de vida multicolor que, por lo visto, no correspondía a nuestros méritos y capacidades. Eso dicen, pero dicen tantas cosas y usan a los trenes para tantas metáforas que parece que ya no transportan mercancías o pasajeros sino imágenes. El tren en sí es una gran imagen. Por fuera y por dentro.

Si por fuera, habría que hablar del tren de los reyes magos que los padres regalan a sus hijos como pretexto para sentirse niños otra vez y no salir de casa a enfrentarse con el ruido y la furia de la cruda realidad. Haciéndonos niños, nos volvemos abstractos e intemporales. A todos nos gustaría huir de vez en cuando de los dolores y cansancios de esta vida trabajada y refugiarnos un poco en la habitación del hijo. Yo, que ya no tengo edad para jugar, escribo sobre trenes que es mi manera de darle cuerda a las metáforas hasta que se paren.


Si es por dentro, entonces debo recurrir inmediatamente a la vez aquella en que viajé con mi padre en un tren que nos llevó a lo largo de la noche hasta Madrid. Era la época en que los vagones estaban divididos en compartimentos que daban a un largo pasillo lateral con ventanillas que abríamos para ver cómo la locomotora, allá lejos, soltaba el humo. En aquellos vagones había la posibilidad de encerrarse en el compartimento y no querer saber nada del mundo o salir al pasillo de afuera y hablar con desconocidos. Fue en ese viaje donde dormí sobre las piernas de una mujer joven que me las ofreció de almohada. Escribo esto y me viene la metáfora real de la mujer otra leyendo una novela en mi viaje a la Rochelle. Lo cual significa que acabo de darme cuenta de que, ya desde niño, estaba especialmente destinado a admirar las piernas de las mujeres como metáfora esencial del gran viaje por la vida...

No hay comentarios: