El que Celentano no
supiera que era Celentano hasta que no vino a mi casa para venderla no tiene la
más mínima importancia. Tampoco yo sé por dónde va a discurrir una historia
hasta que no ponga la palabra “fin”. Juntar palabras, que formen frases que constituyan
párrafos, no significa que haya una historia. Puede que sí o puede que no.
Celentano estuvo mucho tiempo sin tener su propia historia y no por eso dejó de ser Celentano.
En mi caso, lo único
que puedo hacer es seguir acarreando palabras como una hormiguita y llegar al
punto y final. Lo más probable es que, cuando lea de corrido el relato, me dé
cuenta de que tampoco he contado una historia. A lo peor me deprimo un poco,
pero lo más seguro es que le dé a cortar al ratón, lo lleve a la carpeta de
“Deshechos” y me quede sólo con la frase inicial donde digo que Celentano no
sabía que era Celentano hasta que no vino a mi casa para venderla.
Para saberlo, es
imprescindible que Celentano y mi mujer encuentren trabajo. Celentano en la
inmobiliaria de los italianos de ojos claros que está en la avenida de enfrente
de nuestra antigua casa. Mi mujer dando clases de pintura en la universidad
popular del pueblo de al lado donde imparte su taller de escritura creativa el
escritor desconocido.
Quizás por eso las
historias también reciben el nombre general de “relatos”, porque todo está
relacionado. Hay unos personajes, cada uno en su universo, y unos
acontecimientos que hacen que esos universos, tan distintos y lejanos,
confluyan.
La inmobiliaria de los
italianos de ojos claros formaba parte de un emporio de nueve agencias y cuatro
bancos que fueron instalándose en la avenida muy poco después de comprar la
antigua casa. Eran los tiempos felices del ladrillo.
Los italianos de ojos
claros solían frecuentar el bar que le hacía la competencia directa al bar de
mi vecino en la acera de enfrente. Eran cuatro más Celentano quien, al ser
oriundo del pueblo, no le hacía falta tener los ojos claros. Vestían trajes
modernos; pantalones de pitillo, chaquetas de tres botones, zapatos italianos y
una corbata del mismo color que los delataba como vendedores de una gran
inmobiliaria.
Celentano era
completamente distinto a los demás. Su aspecto rústico contrastaba con la
elegancia intrínseca quienes se sabían descendientes de los emperadores que
conquistaron el mundo. Sin embargo Celentano era el único cuyo nombre remitía
al emperador más culto y refinado quien, a pesar de haber nacido en Hispania,
siempre se consideró un griego. Adriano Celentano no era elegante ni culto ni
refinado ni tampoco disponía de una sonrisa para conquistar el mundo pero, a
cambio, volvía locas a las mujeres los fines de semana mientras vendía mi
antigua casa...
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